Me encanta Yucatán pero yo consideraba que, en ese momento, no había posibilidades de crecimiento, por lo menos para mí, me comenta Silvia Santos en esta segunda parte de la conversación en la que nos habla de su llegada a Xalapa, sus experiencias en el teatro y su ingreso al mundo del son jarocho.
Fe y sentido de verdad
Llegué aquí con una guitarra de mi abuelo y con una caja de libros viejos, mi trabajo era buscar lugares para cantar, yo todavía no tenía la certeza de que iba quedar en la Facultad pero dije yo me quedo en Xalapa, me encanta.
Efectivamente, la ciudad me atrapó, estoy maravillada con Xalapa aun en las circunstancias difíciles que ahora hay, de todos modos la belleza de la ciudad, de los alrededores, de las personas es algo que me sigue conmoviendo.
Fue una semana ardua de exámenes para entrar a la Facultad, no sé cuántos éramos, pero éramos muchísimos y quedamos como 17. Entré a la Facultad cuando estaba en Sebastián Camacho, esos tiempos eran buenísimos, podíamos estar en la escuela como quisiéramos, era como una gran comuna y había la posibilidad de convivir con los alumnos avanzados, de platicar con los directores, de trabajar con ellos, de aprender viendo las luces, llevando el sonido.
Me tocó aprender con personas maravillosas, con mucho conocimiento y con vocación de enseñar, que es algo muy difícil de encontrar.
Me tocó la mancuerna maravillosa que formaban Jorge Ortiz, Fernando Torre Lapham, Jesús Ruiz, el maestro Palomares, Ramiro Sotelo, todos ellos.
Sine nauta navis
Feror ego veluti
sine nauta navis
ut per vias aeris
vaga fertur avis;
non me tenent vincula,
non me tenent clavis:
Llevado soy, también, como
barco sin tripulante,
o como, errabunda, las rutas de los vientos
llevan al ave;
no me retienen cadenas,
no me retienen llaves
(Carmina Burana)
Con el maestro Jesús Ruiz pude entender qué era lo que pasaba físicamente conmigo cuando cantaba.
Jorge Ortiz ha sido uno de los maestros más importantes para mí y terminó dirigiéndome un unipersonal que fue uno de esos momentos en que ves una lucecita que te llama y necesitas ir a ver de qué se trata, el trabajo era de poesía goliarda pero por medio de ella empecé a conocer a los romanceros, estudié todo lo que pude acerca del Siglo de Oro español y desde hace muchos años estoy estudiando la tradición sefardita y, con los años, hago click con el son por esta reminiscencia del Siglo de Oro español que todavía vive en boca de personas de las regiones apartadas que cantan versos, adaptados, de Lope de Vega, de Calderón de la Barca, no saben que son versos de poetas de hace muchos años pero para ellos está vigente, de pronto escucho en un fandango:
-Nadie diga que es querido
ni de querido se precie
que un cordón de oro torcido
da la vuelta y se destuerce
Eso es un cancionero de el Siglo de Oro español y está perfectamente comprendido y asumido en el son jarocha.
Una poca de gracia y otra cosita
Varias veces me salí de la Facultad e hice más teatro estando afuera que adentro.
Cuando estaba en la escuela estaba metida ahí prácticamente todo el tiempo y cuando terminé empecé a viajar con Daniel [López Romero], que hasta ahora es mi compañero, y en ese a ir a los fandangos en algún momento anduve contestando versos jarochos y en otro momento versos yucatecos pero yo tenía esta visión idílica del huapango huasteco y del fandango jarocho con todos vestidos de blanco, esta imagen que nos han vendido las películas de los 50, de hecho, cuando yo era niña íbamos seguido de visita a Ciudad del Carmen y había varias palapas a las orillas de las playas a donde llegaban estos músicos jarochos vestidos de blanco a los que ahora, despectivamente, se les dice «marisqueros» pero son músicos y, toquen lo que toquen, son jarochos, tienen una picardía y un sentido muy bonito de comunicarse con la gente, eran agradables, no solamente por lo que decían, sino por cómo se movían y cómo se dirigían a la gente, eso me gusta mucho de Veracruz, hay diversidad pero cada zona tiene su propia esencia empática con las personas.
Entré sola al mundo de fandangos porque Daniel me decía:
-Es mejor que vayas sola para que no tengas ningún prejuicio, ve, entérate de cómo es la cosa, mira de qué se trata
Desde ese momento hasta la fecha, voy a los fandangos sola y con esta perspectiva, podemos estar los dos en el fandango pero cada quien está en lo suyo.
Busqué hasta que busqué la voz
Por otra parte, lo único que he tenido claro en mi vida es que mi tradición es el canto porque es lo que me ha conformado a través del tiempo; cantar cuando estás sola, cantar cuando estás acompañada, cantar para apaciguar, cantar y resignificar el cantar como proceso.
Digamos que, a la par de mi trabajo actoral, fui desarrollando un trabajo de búsqueda de voz, cómo colocar la voz dependiendo de lo que quieras hacer y me decidí a dar, más que clases, acompañamiento a personas que querían encontrar su ser cantando y empecé, también, a hacerme una técnica para cantar son que, aunque uno pueda creer que es nada más de cantar o estar en el fandango y ya, no es tan sencillo.
Considero que es importante desarrollar una técnica (como para todo) y que apenas estamos en pañales con respecto de la música tradicional mexicana, yo veo lo que ha pasado en Venezuela con respecto de la música tradicional, cómo ahora hay conservatorios en donde se enseña con partituras, donde a la gente se le informa, donde la gente se nutre de la tradición porque ya tienen un recorrido con respecto a sus procesos musicales, no académicos, sino a los procesos de su discurso musical y veo que aquí la gente dice:
-El instrumento lo hicieron a machete y suena desafinado, entonces así debe sonar
Yo creo que eso es un prejuicio, que mientras mejores herramientas tengas, es mejor tu discurso, además hay una gran polémica en torno a qué es cantar y ser parte de la tradición y qué es el escenario en el que se presenta la tradición, ese es un punto en el que todavía no se ponen de acuerdo; yo creo que, independientemente de si música, danza o teatro, es un hecho escénico, estás en una tarima donde la gente está mirando porque, porque estas personas están ahí para que la gente de abajo las vea, se recree, haya un intercambio emocional, lo que tú quieras que suceda, es un hecho escénico y para que se dé tienes que aprender el protocolo.
Son o no son, la otra cuestión
Más o menos en el 87 llegó Raúl Flores, se juntó con Daniel y se pusieron a tocar por todos lados, yo salí de la Facultad en el 95 y me aboqué a trabajar con ellos que, para entonces, ya tenían un camino recorrido, tenían grabaciones, tenían formas de afinación, habían estado en fandangos.
Entro y me toca participar en el proceso de revitalización del son en la cuenca (nosotros decimos que más que un rescate del son, se trata de un proceso de revitalización), fuimos a Cosamaloapan a dar clases, a organizar fandangos con la perspectiva de aprender de la diversidad, nosotros no teníamos la última palabra, llevábamos músicos de diferentes regiones para que les enseñaran a nuestros alumnos cómo se tocaba en su región, también organizamos fandangos en la Unidad de Artes con la misma perspectiva.
Te estoy hablando como del 2000, en ese tiempo empezó a tomar clases un chico de ocho años, se llama José Ignacio Pérez y en este momento tiene un movimiento importante en Cosamaloapan y los lugares aledaños, tiene tres o cuatro grupos de niños que han venido últimamente a los festivales de Alas y Raíces. Él se formó como bailador en esa época y ahora ha desarrollado su carrera como maestro, aprendió de la gente de Chacalapa, de los Tuxtlas, de Tlacotalpan, se nutrió de todo eso y ahora está desarrollando su discurso.
(CONTINUARÁ)
TERCERA PARTE: Entre repartos y partos
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