Todo es como una amalgama de cosas, mi mamá canta todo el tiempo, ella siempre fue católica practicante, estudiaba, hacía labor altruista, iba a darle de comer por las tardes a los ancianos de una casa-hogar, yo iba con ella y me sentaba platicar con los ancianos, a la mejor es por eso que me siento muy cómoda con la gente mayor desde que la pequeña, casi toda mi niñez la recuerdo rodeada de gente adulta, incluso, cuando estaba en el CEDART [Centro de Educación Artística], la mayoría de las personas con las que convivía eran mayores de 50 años y me sentía bastante bien.

Así comienza Silvia Santos, actriz, artista plástica y sonera, a desempolvar sus recuerdos.

Las tardes rojas

Yo nací en Mérida, una parte mi familia es de Quintana Roo y la otra es de Yucatán, de un pueblo muy cercano a Mérida que se llama Cacalchén.

Cacalchén, Yucatán
Cacalchén, Yucatán

Nosotros éramos como los catrines de la familia porque vivíamos en la ciudad, esa era la única diferencia porque la forma de hablar, las costumbres y todo lo demás era igual.
Antes de que yo cumpliera los siete años viví con mis abuelos muy cerca del centro, a tres cuadras de la catedral, entonces me tocó escuchar muchas cosas que no entendí hasta que crecí con respecto, por ejemplo, de los movimientos obreros, del movimiento de camioneros, de la lucha estudiantil del 72.
Mi abuela era una mujer que creía mucho en las supersticiones, entonces había cosas que no podíamos hacer como niños, por ejemplo, no podíamos salir cuando la tarde estaba rojiza (en tiempos de roza y quema), porque decía que pasaba un pájaro y se llevaba nuestra alma, y nos ponía sal debajo de la lengua. Muchas cosas que son hechos cotidianos, para nosotros eran cosas prohibidas.
Cuando tenía siete años mi mamá dijo yo me voy de aquí, nos cambiamos de casa y todo fue completamente diferente. Vivíamos muy cerca de la Iglesia de Santiago Apóstol y mi mamá me metió a la iglesia, empecé a ir a grupos de niñas en donde teníamos más o menos libertad de irnos a retiros espirituales, a campamentos y cosas así.
También empecé a viajar sola de Mérida a Chetumal para ver a mis abuelos, todos los fines de semana me subían al camión, me encomendaban con el camionero y no faltaba la señora que decía:
-No te preocupes, niña, yo te cuido
Eran otros tiempos.
Me mareo horrible en los camiones pero eso no fue un impedimento, siempre tuve esa inquietud de viajar y conocer más lugares.

Nool

En la iglesia empecé a ser la que cantaba en todos los eventos, incluso yo pensaba que le había escrito una vez una canción a mi mamá, se lo recordé hace poco y me dijo:
-¿Cuál de las canciones?
-¿Cómo que cuál?
-Sí, hiciste quién sabe cuántas, cada vez que te presentabas hacías algo

Mérida, Yucatán
Mérida, Yucatán

Esa fue la parte por la que empecé a cantar pero la tradición musical en el sureste es muy fuerte, naces y creces en un medio en el que la gente canta, escuchas gente muy entonada.
Aparte, mi abuelo y mi bisabuelo eran músicos, tenían danzoneras, tocaban pasodobles y esa música, aprendí a bailar muchos géneros con ellos y también los escuchaba, cuando mi abuelo se presentaba yo iba a ver sus presentaciones o nos íbamos a los gremios, ahí se hacían festividades por el santo patrono de la Iglesia de donde fueras participante y se hacían juntas donde se hablaba acerca de cómo utilizar cierto donativo en favor de las mujeres que acaban de quedar viudas, se hacían mejoras para el barrio, todo era un trabajo comunitario, finalmente, y en ese entonces iba con mi abuelo y mi abuela paternos, mi abuelo se nos perdía en lo que estábamos en la junta y mi abuela me decía:
-No te preocupes, al rato lo vamos a ver
Generalmente eran en casas muy grandes pero con cuartos pequeños, como casas porfirianas que fueron seccionando. Se daba de comer (porque todas las festividades son con mucha comida) y luego, en medio de todo ese laberinto escuchaba la música y sabía que ahí estaba mi abuelo echándose su palomazo con los músicos, tocando timbales (tocaba percusiones en general), entonces para mí la música era algo súper común. Tenía una vecina que tocaba piano, me acuerdo que me metía debajo del piano y ahí me quedaba a escuchar lo que tocaba, incluso alguna vez que planteó darme clases, como lo había planteado también con mi papá cuando fue niño porque fue una vecina de toda la vida de mis abuelos.

Ay, Cupido, Cupido tirano…

En la secundaria entré a una banda de música del Estado, era una banda infantil y juvenil, eso me abrió más posibilidades de conocer otros rumbos, en una ocasión nos fuimos a grabar un programa a México, a un programa de Imevisión que se llamaba Caminito, lo conducía Pepita Gomís y trabajaban Tehua, Los Hermanos Rincón, Julio Lucena, era un grupo de personas increíble. CupidoDe los integrantes de la banda, que éramos como 35, nos escogieron a un niño y a mí para que grabamos todos los programas de la semana, entonces estuvimos toda la semana metidos en el set de grabación mientras nuestros compañeros iban conocer y a pasear por aquí y por allá, pero conocí eso y vi que me gustaba mucho.
Fue muy bonita experiencia aunque también me dio un poco de pena porque teníamos que cantar canciones de Cri-Crí, yo tenía 12 años y, para la canción de Cupido, nos daban un Cupido de unicel para que lo moviéramos y yo decía qué pena, me van a ver mis compañeros de la secundaria (risas). Yo tenía la esperanza de que nadie viera el programa pero cuando regresé, andaba por la escuela y decían: ahí va el Cupidito (risas)

Vivit anima contenta

Después entré al CEDART, ahí tenías que escoger entre Teatro, Danza y Artes Plásticas, en ese momento se llamaba Específico, era una currícula que llevaba más materias de lo que más te gustaba, a mí me gustaban mucho las artes plásticas y eso es lo que estudié.
Me tocó la última generación de Instructores en Arte, estudiábamos la carrera para poder guiar procesos de sensibilización artística y, al mismo, tiempo el bachillerato. Después de eso fue cuando la Normal se volvió licenciatura.
En el CEDART también entré a un coro de música sacra que dirigía el maestro Cesáreo Chan Sabido, que había estudiado en el Conservatorio de las Rosas, en Guanajuato.

Coro del maestro Cesáreo Chan Sabido
Coro del maestro Cesáreo Chan Sabido

Ese coro me dio la posibilidad de conocer un edificio de voces, así era como veía la música.
En Yucatán la tradición coral es muy fuerte, en los años 50 hubo muchos coros, sobre todo de hombres, pero siempre hubo un movimiento coral de aficionados y el maestro nos decía:
-El hecho de que seamos aficionados no quiere decir que hagamos las cosas mal, debemos hacerlas incluso mejor que la gente que se profesionaliza porque lo hacemos por vocación, simplemente por eso.
Con esa visión, ensayar Palestrina, ensayar Vivaldi, ensayar Perosi era, no solamente un disfrute sino aprender a desmenuzar las obras, ¿por qué entra esta voz aquí con respecto a la otra?, ¿qué es lo que está haciendo al sostener la voz de los tenores?, ¿qué está declarando la voz de las contra altos?, o sea, entender esa amalgama. También teníamos un repertorio popular que era muy bonito, yo me sentía bien en las dos partes.
Hacía muchas cosas, estaba en la escuela, iba a mis ensayos del coro en la noche, me encerraba horas de horas a tocar el piano, me gustaba tanto que no me daba cuenta del tiempo que pasaba ahí, en algún momento un maestro me dijo que yo podía ser concertista si quería porque, en muy poco tiempo, pude tocar medianamente algunas cosas pero pensé no puedo ser concertista porque mis papás no me pueden comprar un piano, sabía que no había la posibilidad, sin embargo no me pesó ni me dolió porque decía yo puedo cantar, puedo ser pintora, puedo ser varias cosas.

Ser o no ser…

Cuando salí del CEDART empecé a hacer teatro con un grupo independiente que se llama TITE, Taller Independiente de Teatro Experimental, ellos tienen una estructura teatro muy al estilo de La Candelaria, el grupo colombiano, que es un teatro más bien que trabaja con brigadas comunitarias, realmente un teatro popular.

Silvia Santos
Silvia Santos

Con ellos leía cosas de Augusto Boal, Paulo Freire y también cambió la perspectiva que yo tenía de la vida en Mérida, realmente fue un régimen ortodoxo de levantarte, hacer tu entrenamiento hasta el tope y luego ir a cargar cosas, hacer nuestra escenografía, armar todo el asunto escénico y después presentarnos. Nos presentábamos en diferentes comunidades, era un grupo que tenía una muy buena estructura de movimiento con respecto a sus presentaciones entonces, cuando empecé a hacer teatro, yo ya no quería tener la vida que tenía antes, cuando era una católica acendrada que quería ser monja misionera para poder viajar.
Ellos siguen trabajando, uno está trabajando en un proyecto con niños de la calle, siguen haciendo cursos y hacen eventos a favor de los discapacitados, están trabajando con mujeres que han sufrido violencia doméstica y escriben obras de teatro al respecto, o sea, se fueron mucho por estas vías del teatro como una forma de sanación y, además, una forma contestataria.
Una parte de ese taller se convirtió en otro tipo de experimentaciones teatrales y de experimentaciones literarias.
Yo tomé un taller literario con ellos, medio escribía pero no entendía que la crítica no tiene que ver con un asunto personal sino simplemente con un asunto de crecimiento del propio proceso pero, bueno, yo era muy niña para entender todo lo bien que me hizo, al paso de los años, haberme topado con ellos.
Después de dos años de esta con ellos llegó el momento en que ya éramos dos sensaciones diferentes de la vida misma y dije ya, qué bueno que los conocí y qué bueno que crecí.

…esa es la cuestión

Silvia Santos en el papel de Prisciliana, en la obra Por mi general Zapata
Silvia Santos en el papel de Prisciliana, en la obra Por mi general Zapata

Después de todo esto llegó la familia de mi primera pareja, Razhi, y con ellos aprendí muchas cosas acerca de la vida y de otros rumbos.
En un tiempo trabajé con amigos que hacían teatro regional y se iban a giras en el oriente de la península, entonces me tocó conocer comarcas salineras, lugares muy apartados a los que llegábamos con nuestra caravana teatral.
Luego presenté una audición para la Compañía de Teatro de Mérida y quedé. En ese entonces mi contacto con el teatro era más bien empírico pero tenía la conciencia de que mi voz era muy pequeñita para la escena, en una ocasión le pregunté a mi directora qué podía hacer para remediar eso porque la gente no se iba a enterar de lo que tenía que decir mi personaje y me dijo:
-Eso es algo que tienen que solucionar los actores
Y dije ¿cómo está esto?, si le pregunto mi directora (en donde se supone que es el mejor lugar para crecer) y no me dice, pues no tengo mucho qué hacer aquí y así fue como decidí venirme para acá a buscar alguna manera de entender la teatralidad.
Había compañeros que se habían venido estudiar acá y habían regresado o iban periódicamente o sea, había mucho contacto entre los viajes de ida y venida.

(CONTINUARÁ)

SEGUNDA PARTE: Entre telones y sones

TERCERA PARTE: Entre repartos y partos

 

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