Sé de cierto que Américo Zúñiga Martínez está en un dilema; dilema que no debería ser tal, pero así son los tiempos que corren y que nos ha tocado vivir.
Y digo que en un dilema, porque como Presidente Municipal que es de Xalapa, tiene que ser el principal impulsor del homenaje que le debe la ciudad al maestro Guillermo Zúñiga Martínez, su padre, y no por el hecho de ser su progenitor, sino porque fue alcalde a su vez, y un munícipe cumplido, arrojado, que trató de hacer el bien a su ciudad por encima incluso de las simpatías y los intereses del entonces Gobernador, Dante Delgado Rannauro.
Es legendario el pleito que tuvo don Guillermo con Dante porque no aceptó que los apoyos gubernamentales para el ayuntamiento de la capital se circunscribieran a la entrega de bultos de cemento y luminarias.
La leyenda urbana decía que el mandatario había destinado los vastísimos recursos que llegaban del programa de Solidaridad sólo en cemento e iluminación porque las dos compañías que los surtían eran propiedad de su padre y de su hermano, y a los alcaldes sólo les quedaba apechugar, y hacer recortes para pagar el gasto adicional de luz, y para organizar sus fuerzas y la de los ciudadanos con el fin de que los miles y miles de bultos de cemento que les llegaban se convirtieran en banquetas y calles.
Con el arrojo que siempre le caracterizó, Guillermo Zúñiga se opuso, y obligó a que Dante tuviera que crear en la capital una Junta de Mejoras para seguir haciendo, como le atribuían, el negociazo de las luminarias y el cemento.
Pocos políticos mexicanos pueden blasonar tal arrojo, cuando la mayoría son agachones ante el poder, obsequiosos ante el que está por encima de ellos, aun en contra de los intereses de sus gobernados o sus representados, cuando obtienen un puesto de elección popular.
Sólo por eso ya sería motivo para hacerle un gran homenaje a Guillermo Zúñiga Martínez, pero hay que añadirle su larga trayectoria en el sector educativo y el apoyo que siempre dio a la cultura, desde todas las trincheras en las que estuvo en su fructífera carrera.
Todo eso y mucho más, Américo lo conoce de primera mano, pero se siente de algún modo impedido ante la malsana sospecha de que pudiera estar impulsado más por el amor filial que por la objetividad histórica.
Por eso, hoy que se ha ido el maestro, es hora de que sus amigos pasen de la palabra a los hechos y salgan a la palestra a promover, a demandar, a exigir el homenaje que le debe Xalapa y que le debe Veracruz a este insigne personaje que no se enriqueció ostentosamente, que siempre acudió al trabajo, y que nunca le huyó a la responsabilidad.
Una calle importante de Xalapa merece su nombre, una obra escultórica recordaría su memoria, una ceremonia solemne sería apenas una retribución a su vasta obra.
Muchos estaríamos de acuerdo, muchos aprobaríamos y muchos asistiríamos con entusiasmo para recordar al maestro… hasta el alcalde Américo, que así podría honrar a su padre ido, como siempre lo hizo en vida.
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