Para muchos veracruzanos (y esto puede ser un comportamiento general en el país), el proceso electoral en marcha no tiene sentido alguno. En las redes sociales se respira un aire contaminado por la discordia, las tribulaciones producto del propio sistema político, el desencanto, las profecías, el apocalipsis, las teorías del complot y, en resumen, la certidumbre de que, se vote por quién sea, finalmente ganarán los mismos partidos y personajes que nos han llevado a una situación de verdadera desesperanza y, por qué no decirlo, de desastre.

Y no están muy alejados de la realidad. Pese a la tan difundida reforma político-electoral, los ciudadanos seguimos siendo rehenes de los partidos políticos que, en aras de mantener sus registros y sus prerrogativas, no tienen el menor empacho en postular a matarifes, ladrones de cuello blanco, corruptos de la peor laya, futbolistas, teiboleras, proxenetas, famosos del medio artístico, payasos sin maquillaje, pésimos bailarines y, si me lo permite, hasta profanadores de tumbas.

Como en la época de los monopolios de Estado y, poco después, los privados, los partidos políticos pueden sin rubor vendernos cualquier mercancía imperfecta al precio más alto, sin que tengamos opciones de calidad para adquirir en el mercado de los sufragios.

La grave inflación que ha significado el financiamiento desmesurado de las campañas electorales (que implica no solo los flujos legales públicos sino también otros que no podrán ser contabilizados) ha hecho que las papeletas que distribuirá el Instituto Nacional Electoral el próximo 7 de junio carezcan de valor y que el ejercicio de cruzarlas sea una verdadera pérdida de tiempo.

Por eso, varios grupos sociales (algunos de ellos entrampados en medio del anarquismo, la desvergüenza y la criminalidad, como los movimientos magisteriales de Oaxaca y Guerrero) abogan por el abstencionismo, no tanto porque vean en ello una forma de cambiar el panorama político sino más bien para obtener prebendas y canonjías, sin necesidad de trabajar.

También hay miles de ciudadanos que, con toda honestidad, ven en el presente proceso electoral (que busca conformar la siguiente legislatura de la Cámara de Diputados) un enorme circo de intereses nefastos, donde se juegan el pellejo los partidos políticos pero que no significa absolutamente nada para la población ni para un mejor futuro para México. Y tienen mucha razón.

Abandonar el campo de batalla

El problema es que con el abstencionismo, los ciudadanos no avanzamos en la apropiación de los procesos electorales sino que abandonamos el campo de batalla sin siquiera dar una mínima pelea. El futuro de México no está en la diatriba y la manifestación de nuestra inconformidad en las redes sociales; estas son el medio para crear un amplio movimiento ciudadano consciente, decidido, preparado y honesto para arrebatarle a los partidos políticos su deleznable monopolio, sea mediante la reforma para que las candidaturas ciudadanas tengan mayores posibilidades de multiplicarse o para la creación de partidos que, aún sin registro, apuntalen a esas candidaturas.

Por lo demás, la ley no establece un porcentaje mínimo del padrón electoral como condición sine qua non para que los “triunfadores” de los comicios puedan acceder a los puestos de elección popular y, si no lo logran, se vean obligados a dar una segunda vuelta hasta lograrlo. Como está el actual código en la materia, basta con tener la mayoría de los votos emitidos, aun cuando estos solo representen el 10 por ciento del padrón.

Es cierto que la oferta de los partidos representa una afrenta para el ciudadano pensante, informado y crítico. Solo es cuestión de ver la nómina de candidatos presentada por la coalición del PRI con el Partido Verde para descubrir en la mayoría de los distritos a exfuncionarios acusados de llevar a la quiebra las finanzas públicas (como Érick Lagos Hernández, Adolfo Mota Hernández, Antonio Tarek Abdalá y Jorge Carvallo Delfín), o que han encabezado gobiernos municipales desastrosos donde se sirvieron para fortalecer sus finanzas personales y familiares, como Elizabeth Morales y Carolina Gudiño; o por haber silenciado a la oposición en el congreso local, como Anilú Ingram Vallines.

También es cierto que varios partidos ‘de oposición’ han postulado a modo candidatos sin ninguna fuerza política, como un mecanismo arreglado con el gobierno priista para aparentar competencia y validar triunfos priistas; que los nuevos partidos son verdaderos simuladores y de inexistente feligresía, y que Morena ha privilegiado la postulación de personajes salidos de sus bases, desconocidos incluso por los demás seguidores.

Sin embargo, los ciudadanos debemos acudir a votar y otorgar nuestro voto incluso a aquellos candidatos que no tienen ni la más mínima posibilidad de ganar pero cuyas propuestas partidistas tengan una mayor coincidencia con nuestras aspiraciones. Podría sugerir incluso que no perdamos nuestro voto otorgándolo a partidos que deben desaparecer porque no contribuyen en nada al fortalecimiento ciudadano. Lo importante es no dejar la mesa para que se sacien los comelones de siempre.

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