Por Alejandro García Rueda
La generación en la que crecí escuchaba música en la radio, grababa sus canciones favoritas en un cassette y vivió la transición al disco compacto.
Microsoft estaba en las casas de algunos compañeros de la escuela y para 1998 empezábamos a tener nociones de lo que era internet.
Atreviéndome a generalizar, la mayoría de las personas de mi generación -incluyéndome- no dimensionaban las consecuencias de estar expuesto al mundo digital y aun ahora, pese a contar con un mayor conocimiento del entorno, hay quienes tienen que paliar con los efectos de una negativa situación.
A finales de los 90’s -por ejemplo- el público se informaba principalmente a través de lo que decían los medios impresos, la radio y la televisión; al día de hoy, una publicación en Facebook o un simple Tweet generan un problema mayúsculo, uno que en el peor de los casos puede desembocar en un escándalo.
Con un solo «click» podemos cimbrar a una comunidad, a un estado o a una nación entera y podemos pasar de ser un ciudadano común y corriente a ser un personaje que no solo es humillado públicamente sino que además pierde reputación casi instantáneamente.
Basta un solo juicio apresurado para originar un brote de jueces y verdugos que reenvían a sus contactos la información, que comentan desde sus púlpitos 2.0 tal o cual hecho y que se atreven a emitir bromas crueles.
Pienso concretamente en el caso recurrente de la joven que recibe el tratamiento de «golfa», «zorra», «cuatro letras» y demás vergonzosos calificativos. De pronto su cara es reconocida pero en realidad pocos la conocen y resulta bastante fácil cerrar los ojos ante el hecho de que esa mujer tiene sentimientos y tiene también una historia para contar.
Gracias a los prejuicios una persona puede perder una de las cosas más importantes que tiene, su dignidad; pero además, una persona puede perder la vida.
El mundo de la joven de pronto se va haciendo pequeño mientras la humillación pública crece.
Cabe mencionar que al estar en internet, el usuario tiene la libertad de compartir con otros toda clase de contenidos y -válgase la expresión- esta libertad es «aprovechada» por ciertas personas para re enfocar los hechos y mostrarlos fuera de contexto sin compasión alguna.
Resulta bastante fácil escribir tomando las cosas a la ligera, pero es importante reiterar que las consecuencias de un trato de esa naturaleza pueden ser graves, muy graves.
La humillación crea situaciones dolorosas para las víctimas, pero también para quienes rodean a éstas. No pretendo saber lo que siente un padre, pero sí lo que siente un hermano o un amigo y la realidad es que mientras unos cuantos buscan una alternativa desesperadamente, desafortunadamente muchos otros no tienen si quiera la oportunidad de intervenir para rescatar a sus seres queridos.
Volviendo con el ejemplo de la mujer, quizá los padres de la joven no sabrán de lo que sufre hasta que sea demasiado tarde y es donde cabe hacer la pregunta, si estuviéramos en tal situación ¿deberíamos esperar a que esto suceda?
Está en cada uno de los usuarios la responsabilidad de hacer buen uso de internet, de hacer de la web una herramienta eficaz que no solo conecte a las personas sino que además sea el instrumento que nos guie a la evolución.
Como expuse al principio, con un solo «click» podemos cimbrar a una comunidad, a un estado o a una nación entera. Si con un «click» se puede hacer la guerra, también se puede construir la paz, la paz que necesitan quienes no pueden manejar ciertas situaciones y quienes imaginan no despertar para vivir el día siguiente.
En cada «click» podemos hacer una valiente decisión: La de no saturar nuestras vidas y las de otros con humillación pública.
El entorno negativo que nos rodea de pronto puede ser cambiado ¿Cómo? A través de acciones sencillas y significativas como ésta.
La joven del ejemplo quizá vivió días muy oscuros, momentos que tal vez sean difíciles de asimilar estando fuera del problema, pero inclusive una persona abierta a la empatía puede salvar una vida.
Dicen que una sola persona puede hacer una diferencia, y quienes lo dicen tienen razón. La idea sería ser más consistentes, abandonar el papel de testigo o espectador para tomar un papel más activo.
Desde los medios se nos habla de la libertad de expresión y el tema pasa como tópico en una sobremesa pero lo que habría que entender primero es hasta dónde podemos llegar con la responsabilidad que implica la libertad de expresión.
Necesitamos comunicar con responsabilidad, informarnos con la misma responsabilidad y hacer click en un enlace con absoluta responsabilidad. Imagina por unos instantes en lo que sentirías estando en esa situación ¿aguantarías realmente atravesar por todo eso?
¿Sabes? Cuando iniciaba con esta idea, la pregunta más recurrente con la que me topaba era ¿Por qué? ¿Por qué arriesgarse a hacerlo? ¿Por qué de pronto salía a la luz cuando siempre había trabajado en la sombra? Bueno, esto no tiene que ver con una moda o de un tema que sea tendencia -que tristemente lo es- sino porque este es el momento, el momento de tomar un papel activo y ondear la bandera en la que creo.
No se trata tampoco de un recurso o de una estrategia de auto salvación, sino de que cualquier persona que sufra de vergüenza, de humillación, de hostigamiento de manera directa o indirecta sepa que puede seguir adelante.
El proceso probablemente sea doloroso, tal vez tome su tiempo y quizá no sea tan fácil pero si algo positivo se nos ha enseñado allá afuera es que todos tenemos 365 oportunidades para buscar un final diferente para nuestra historia.
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