Sábado, 14 de marzo. Llevaba ya 3 días sintiéndome enferma. La tos se hizo presente y yo solo sabía que sería un día sumamente especial. Por un lado, la inmensa alegría de festejar con mi pareja un año de esperanzas renovadas y de aprender a amar de la manera más sana posible; un año lleno de muchísimas vivencias inimaginables para ambos y tal vez uno de los mejores y más hermosos años de mi vida. Sentirme feliz, sumamente feliz por este festejo, ya me daba razones suficientes para emocionarme tanto; sin embargo, justo se juntó con una inmensidad de sentimientos encontrados, al ver a tantos artistazos juntos, rindiendo homenaje a un ser musical hermoso, que nos va a costar mucho dejar ir en el plano material, para terminar de integrarlo a nuestro plano personal e inmaterial.
Sala Dagoberto Gillaumín, 20:00 horas, aproximadamente. Se abrió el telón e inesperadamente mi corazón dio un vuelco. Se me hinchó la garganta y las lágrimas comenzaron a correr a borbotones por mis mejillas… Entonces pensé: ¡lo que traigo en la garganta es a este canijo atravesado!
La última vez que escuché tocar a Aleph fue en ese mismo escenario, con las mismas personas (Ramón Gutiérrez, Tereso Vega y Natalia Arroyo), presentando el disco de Son de Madera, entre hojas y pétalos de rosas. Ahí estaban, pero como un atleta al que uno tiene que acostumbrarse a ver con su nueva pierna biónica, después de perderla. Y Oscar Terán, regalando su música de contrabajo en, tal vez, el rol más difícil de la noche. Tereso cantó un verso de La lloroncita y no pudo más… Lo vimos caer sin fuerzas para enfrentar el momento y las emociones. Natalia y Emilio Bozzano (organizador de este y otros eventos anteriores) se apresuraron a auxiliarlo, y mientras la hermosa violinista le ayudaba a salir, entraba Emilio al quite en la jarana para terminar la canción, mientras afuera llamaban a una ambulancia para que asistieran a Tereso en su crisis que, afortunadamente, no pasó a mayores.
Salió Emilio y vimos entrar a Luis Felipe Luna, discreto y humilde, quien sería una de las estrellas de la noche, para tomar el lugar de Tereso, poniéndose al servicio de la música y del momento, tocando y cantando como solo él sabe hacerlo, entendiendo perfectamente lo que había que hacer. Así, tocaron Monos Nuevos/Balajú y el Torito Jarocho. De a poco se fueron integrando los demás. Primero, Jordi Albert con la trompeta y Miguel Cicero en el teclado (a quien tenía muchos años de no ver).
Natalia, con todo su sentir a flor de piel, nos dio la bienvenida y expresó el montón de emociones encontradas que tenía, entre la alegría de hacer música con tantos artistas, homenajeando al amigo-hermano-músico, y la enorme tristeza de su ausencia.
Después aparecieron Iraida Noriega, con su hermosa voz y humanidad, junto con Fanny Delgado y su bella y envidiable voz para cantar lo que se le ponga enfrente (cómo disfruté de El Trompito). De manera inesperada para el público también salió a bailar Ariadna Cinta, haciendo un maravilloso conjunto en total. ¡Cuánta música puede hacerse con entrega, amor y voluntad! Y así iba transcurriendo la noche, son tras son, emoción tras emoción, donde cada uno de los artistas nos iba dando a todos –y no solo a Aleph- un concierto muy especial.
Conforme avanzaba el programa, Ramón nos iba diciendo algunas cosas y anécdotas de cada pieza y presentando a los músicos que se incorporaban.
Para el octavo número, Alonso Blanco y Messe ingresaron al escenario, para echarse un palomazo de improviso (supongo que por la ausencia de Tereso) del Coco, para que después reapareciera Estephanie (Fanny)… ¡Qué hermosura de Olas del Mar! Y pudimos escuchar a la Messe (hermosa, increíble y musical) que todos conocemos. Salieron ellas para dar paso a Iraida, quien cantó una de mis canciones favoritas de la vida: La bruja, con una de mis versiones preferidas (Son de Madera). Ramón, como siempre, mostrando la música de guitarra de son que sabe hacer. Después se quedaron en el escenario solo él, Oscar, Natalia y Miguel, para tocar una hermosa pieza que compuso para su abuela Francisca y que recrearon todos con gran dulzura y musicalidad, con un arreglo nutrido por la violinista, siempre con un toque de su formación como músico clásico.
Volvió a ingresar Messe en el escenario, junto con Beto Jiménez (al tres cubano), para interpretar El Pescador, junto con Luis Felipe, Oscar, Alonso (quien, antes que nada, auxilió con la clave, fundamental en la música de origen afrocubano) y Ramón, a quien esa música también se le da muy bien. Él mismo expresó su admiración por aquellas grandes figuras que en México proyectaron la canción afroantillana, refiriéndose a ellos como ”los grandes”. A veces me pregunto si sabrá que en algún momento él será recordado y valorado por sus propias aportaciones a la tradición del son jarocho, también como uno de los grandes.
Hubo un momento en el que se tomaron una pausa para hacer la rifa de varios paquetes de libros donados por la UV y con un disco de los Aguas Aguas, donados por ellos mismos, así como unos aretes de plata, donados por Adriana Campos y un cuadro de Alfredo Romero, donado por el Centro Cultural REALIA.
El siguiente invitado de la noche fue Juan Domingo Rof, con el sax tenor, quien junto con Messe y los demás (sin Natalia) interpretaron el Amanecer.
Mauricio Díaz “El Hueso”, uno de los mejores cantautores del país y gran amigo de Aleph, se hizo presente: Dos días antes del concierto, le pidió a Iraida que cantara la canción que escribió para él, cuando murió. Así que ella se sentó al teclado, anunció la misión que se le había encomendado e invitó a Natalia a hacerle segunda con su violín. Nos agarraron el corazón para llevarnos con su música por los versos maravillosos de Mauricio…
“Alta vuela tu barca
por las estrellas, de madrugada.
Un contrabajo es tu nave
que lleva aves enamoradas.”
Salió entonces Emilio de nuevo, para agradecer (sin lista en mano) al IVEC, a las empresas, patrocinadores y personas que hicieron posible el evento, por todo su apoyo. Agradecer también a la familia, especialmente a Rita, mamá de Aleph y a Rael, su hermano, así como a Quiahui, pareja de Aleph, por su presencia. También nos comunicó que Tereso se encontraba bien, aunque no en condiciones para tocar. De todos modos sabíamos que su corazón estaba allí, aunque su cuerpo no pudiese procesar las emociones de aquel momento. Y aquí hago un paréntesis, para desear que nuestro querido Tereso logre superar este duelo tan grande, pues se extrañan los fraseos más hermosos que puede haber en el son jarocho y que solo él sabe hacer.
Casi para cerrar el programa, se quedaron en el escenario Oscar, Ramón y Luis Felipe, para mostrarnos su maestría en El Cascabel. Luis Felipe zapateó en la tarima y soleó con la jarana como pocos –o me atrevo a decir que nadie- puede hacerlo. Cabe destacar que, pese a no conocer los arreglos, no hubo armonía, arreglo ni estructura que no hiciera suyo también. Y Ramón, como siempre, nos mostró el dominio que tiene sobre su instrumento y su musicalidad.
Para terminar el concierto, ingresaron Natalia, Jordi, Beto (esta vez con guitarra) y Alonso para unirse a Ramón, Luis Felipe y Oscar. Esta vez, explicó Ramón, tocarían el son de Los Pollos, para hilarlo con el estándar de jazz Autumn Leaves, ya que a Aleph le gustaba mezclarlos. Esta vez, todos los que solearon tuvieron la oportunidad de mostrar sus mejores cualidades improvisatorias y musicales.
Debo decir que amé la complicidad de tantos años de tocar juntos que existe entre Alonso Blanco y Oscar Terán, quienes no paraban de mirarse y sonreír, sabiendo y anticipando lo que sucedería. Tantos años de tocar juntos y otros más de recrear el son jarocho junto a Laura Rebolloso, no han sido en vano. A mi gusto personal, Alonso es uno de los pianistas más musicales que tenemos en nuestro estado (y si no digo en el país, es porque no conozco a tantos) así que les recomiendo escucharlo cuando puedan; los dos solos que nos regaló estuvieron fabulosos, ni más ni menos. Oscar también nos regaló dos solos durante el concierto, haciendo cantar a su contrabajo. Cada músico dio lo mejor de sí en un concierto maravilloso y difícil, por todo lo que implicó. También hay que mencionar que, en estos casos, siempre debe darse mérito al ingeniero de audio porque sin él, no suena nada. En esta ocasión el mérito fue de David García, quien permitió que cada uno de los artistas pudiera ofrendar su arte para este homenaje.
Al final salieron todos los músicos y organizador al escenario, para dar las gracias y darnos un simbólico abrazo conjunto entre artistas, familiares, amigos y público. Y en mi cabeza no dejó de resonar este pensamiento: Gracias por transformar tanto dolor en infinita belleza.
Deberíamos buscar esto más seguido para tantas cosas que están sucediendo a nuestro alrededor. Nos urge trocar la desesperanza, el dolor y la frustración, en belleza y en algo que nos nutra, que nos fortalezca y que nos una.