El duelo es un periodo durante el cual asumimos y asimilamos una pérdida importante, ya sea una ruptura de pareja, la pérdida de una amistad, de un trabajo o la muerte de un ser querido. Durante este proceso se alteran y cambian nuestra psique, emociones e incluso nuestro estado físico y, desde luego anímico. Existen varias etapas (que van de la negación al enojo, la tristeza, hasta la resignación) y cuando se lleva a cabo de manera sana y adecuada, es posible reponerse de vivencias dolorosas y valorar más la vida y el momento presente. Cuando la pérdida ha sido bien procesada, somos capaces de integrar la presencia y las vivencias positivas de quienes amamos, a nuestra vida cotidiana y a nuestro ser, enriqueciéndonos y honrándoles de la mejor manera: continuando con nuestra propia vida.
A veces, cuando se trata de situaciones muy dolorosas, es recomendable buscar ayuda profesional de un psicólogo, psiquiatra o tanatólogo, ya que una pérdida muy fuerte, si no se vive correctamente, puede desencadenar en una depresión mayor y traer más problemas secundarios. Es bueno contar con una guía, o al menos una persona de confianza, que nos acompañe amorosa y respetuosamente durante esos momentos de luto.
Hoy quiero platicarles de dos vivencias específicas y cómo la música me ha ayudado en ambos casos a sobrellevar el dolor, canalizar mis emociones y a ir sanando.
El primer caso fue cuando se dio la ruptura con el papá de mi hijo. Entre tanto dolor y tanta confusión, no podía comprender bien lo que pasaba, ni las razones, ni mucho menos saber qué sería de mí o cómo sobreponerme a ello. Incluso mi identidad era algo confuso en esos momentos, no sabía bien cómo delimitarme a mí misma, cómo reconstruirme y quién sería a partir de entonces. Este periodo de mi vida se dio unos meses después de la fecha en que decidí estudiar canto.
Fueron unos cuatro años, aproximadamente, en los que cantar y el proceso de aprendizaje me permitieron reencontrarme conmigo misma, volver a sentirme y a reconstruirme. Conforme conocía y maduraba mi voz, respiraba de manera correcta, sentía mi cuerpo y mis emociones de manera sistémica e iba canalizando mi sentir en alguna de las piezas que cantaba, fui capaz de trabajar yo misma el duelo, como si hubiera ido deshebrando el dolor y los pensamientos, hasta llegar al origen y la manera en cómo yo, desde mí misma, vivo mis emociones, expectativas y situaciones de vida. Entonces encontré mi sanación.
Así como esa ruptura fue uno de los momentos más duros y dolorosos de mi vida, ahora agradezco haber pasado por ello, y es que cuando logré recuperarme, me di cuenta de que esa persona que tanto me dolió en su momento, me había dado las dos cosas que más me ayudaron para salir adelante, que fueron mi hijo y el primer impulso para volverme cantante. Sin el canto tal vez no habría podido llegar a ese punto. Y sin esta persona, tal vez jamás habría sido madre, ni cantante, factores que ahora forman parte fundamental de mí y de mi vida. Al final pude ser capaz de agradecer por todo lo que esta persona aportó a mi vida y dejarle ir, sin más pesar, integrando todo lo bueno de la experiencia.
El segundo caso del que quiero contarles es muy reciente y, tal vez, la muerte que más me ha dolido, después de la de mi padre. Me refiero a la de uno de mis mejores amigos, quien se volvió parte importante de mi vida personal y musical, sobre todo en los últimos años. Fue la primera persona que conocí al llegar a Xalapa, hace casi 16 años, cuya presencia en los sucesos y proyectos más importantes de los últimos 8 años, siempre atesoraré. Apenas se cumplirán dos meses desde su partida y aún ahora resulta difícil hacerse a la idea. El día que pasó todo –y yo creo que desde que fue hospitalizado-, la conmoción fue generalizada en la comunidad, en Xalapa, e incluso en otros estados. Siendo mi amigo una persona tan carismática, sociable, querida y ajonjolí de todos los moles, de pronto nos dejó como huérfanos de un hermano musical y de vida. Proyectos personales, docentes y musicales de pronto se truncaron y el desasosiego, junto con el dolor de tan pronta e inesperada ausencia, nos puso a muchos en jaque. Entonces, casi por instinto, nos juntamos sus amigos (músicos y no músicos) a tocarle y a cantarle, primero, en conciertos para recaudar fondos y ayudar a su familia y pareja con los gastos médicos; después junto a su ataúd, luego durante el sepelio y más tarde en varios conciertos-homenaje que algunos colegas hemos hecho; algunos para continuar apoyando a su familia y a su pareja y otros para agradecer su presencia en nuestras vidas. Pero todos, todos sin excepción, tratando de encontrar en la música el espacio para decir todo aquello para lo que no existen palabras y canalizar el sentir de tantos de nosotros. Así, desde soneros hasta jazzistas, hemos buscado en y a través de la música el espacio para un duelo colectivo que nos permita seguirle amando y recordando, mientras su recuerdo-ausencia deja de ser externo y doloroso y se nos integra como una hermosa y valiosa presencia constante. Va a tomar tiempo, lo sabemos, pero este luto y trance musical colectivo nos está ayudando, además de habernos dado el hermoso regalo de la hermandad y la solidaridad. Como músicos, hemos encontrado la mejor manera de sentir, de expresar, de compartir el dolor y el amor y de transformar en belleza una de las facetas más duras de la vida, que es la muerte.
Quise compartir estas experiencias, para invitarnos a reflexionar acerca de la “utilidad” tan cuestionada de las artes. No se trata tan solo de un entretenimiento; se trata de hacer contacto con uno mismo y quienes nos rodean. Si podemos, a través de la música, de cualquier otra forma de arte o, incluso, del deporte, canalizar de manera sana y constructiva los golpes duros de la vida, estoy segura de que seremos personas mucho más sanas, en todos sentidos. Cantemos, bailemos, pintemos, escribamos o ejercitémonos de algún modo y aprendamos a sentir y valorar este otro aspecto de la condición humana.
Por cierto, este sábado 14 de marzo, habrá un concierto de lujo en la sala Dagoberto Guillaumín del Teatro del Estado, donde podrán darse cuenta de la magnitud sanadora de la música, del amor y de la amistad. La cita es a las 20:00 hrs, si tienen ganas de escuchar a Ramón Gutiérrez y Son de Madera, Iraida Noriega, Messe, Jordi Albert y otros grandes músicos, recrear sones jarochos y la música que a todos nos hermana. No todos los días puede uno ser testigo de algo así.