Los dos bandos que se han formado –padres y simpatizantes de los 43 normalistas desaparecidos y los que están del lado del gobierno peñista- son inestables y llenos de contradicciones.
Hay algunas muy evidentes.
La coyuntura ha puesto del mismo lado a Peña y a López Obrador, con todo lo que simbolizan y con quienes los siguen, pero no es tersa su coexistencia dentro del sistema cuyo liderazgo disputan. Hay también continuos desarreglos entre las corporaciones y sus empleados del gobierno.
En el bando contrario hay también confusión.
Si bien se extiende la convicción de que el capital es el mandón del otro bando, como dijo bien el subcomandante Moisés en el primer Festival Mundial de las Resistencias y Rebeldías, no todos comparten esa conciencia. Algunos, a pesar de sus inclinaciones antisistémicas, no están seguros de que sea el momento de enfrentarse al capital y ni siquiera de decirlo.
Los padres y familiares de los 43 han contribuido a despejar confusiones en este bando.
En su encuentro con resistencias y rebeldías de todo el país, han contribuido a esclarecer el carácter de esta lucha.
Del mismo modo que saben que los hechos de Iguala no se confinan a los mandos locales o estatales, ni a los criminales, saben que gobiernos y partidos bailan el son que tocan los capitalistas. Saben que la verdad y la justicia por las que luchan han sido secuestradas por ellos, no sólo por los gobiernos y los criminales, y que su lucha por la libertad no puede detenerse en sus subordinados.
Mientras los gobernantes se sienten arrinconados, pierden la paciencia y dan peligrosos manotazos sin sentido, el bando de abajo sigue ocupándose de fortalecer su organización y sus alianzas y coaliciones. Concentra cada vez más su empeño en establecer nuevas relaciones sociales, lo que es su más poderosa arma de lucha. Imagina ahora dispositivos eficaces para proteger la transición pacífica y democrática al nuevo orden social que construyen sus prácticas autonómicas.
No espera una promesa constitucional, como la de 1917, para concebirlo y hacerlo real. Enriquece cotidianamente su capacidad de transformación, en un cambio moldeado como emancipación de todas las formas de opresión y explotación de la mentalidad patriarcal y capitalista dominante.
Estaría así forjando un espejo caleidoscópico que reflejaría ya la plataforma de ideas y principios en que puede expresarse la convivencia armoniosa de los diferentes en la libertad.