Fue uno de los primeros políticos que conocí en vivo y en directo, cuando empecé mi carrera de reportero de tiempo completo; era la imagen viva del éxito: poderoso Director General del Instituto de Pensiones del Estado (IPE), fundaba su buena fama en un trabajo genial que había transformado la otrora discreta dependencia en un emporio de empresas productivas, cuyas ganancias irían directamente al patrimonio con el que se sustentarían los pagos de los trabajadores jubilados del Gobierno de Veracruz, que en ese entonces no eran muchos -no como ahora-.

José Luis (quien me dispensó desde el primer momento una amistad perdurable y un trato amabilísimo, como a muchos otros) enseñaba como titular del IPE el rostro vivo de la eficiencia, de la capacidad, del empuje. Era una copia fiel del político que él mismo se había impuesto como modelo, su guía el profesor Carlos Hank González, que en esas épocas de la presidencia imperial de José López Portillo y Pacheco era uno de los hombres más ricos y poderosos de México (y lo fue tanto que su impronta aún se deja sentir en el actual grupo en el poder nacional).

Acá en Veracruz, el profesor y licenciado José Luis Lobato Campos destacaba como un personaje pulcro, elegante… atildado, que sin embargo no se dejaba seducir por el poder aparente y se manejaba con el mismo trato sencillo que aprendió en su trato como docente de escuelas públicas, que lo fue en sus inicios, y muy bueno, según recordaban quienes tuvieron la suerte de ser sus alumnos.

Sencillo… pero no modesto, porque era un político de resultados y de ideas grandes, eficaz, productivo como nadie.

Bajo su égida, Veracruz entró a la modernidad con hoteles de clase gran turismo en Xalapa, Tuxpan, Chachalacas y el Puerto; con servicios funerarios de primer nivel, con salas de cine plus; con tiendas comerciales de descuento. Innovador, ejecutivo, emprendedor, nada parecía imposible para el Director del IPE, y nada lo era.

Esa fue siempre la impronta de su paso por la administración pública, en todos los importantes puestos que ocupó a lo largo de su productiva carrera.

Y en lo personal era un hombre derecho, con todo lo que eso implica. Sus enemistades, si las tuvo, sus desencuentros con otros políticos, surgieron de su especial forma de tratar y considerar a sus amigos, a los que les daba todo lo que fuera necesario sin chistar, en una largueza que exigía una correspondencia que muchos no sabían o podían otorgar.

Muchos quedaron debiéndole por sus acciones, por su respeto, por su solidaridad, aunque es indispensable decir aquí que él nunca pretendió cobrar esas deudas de la amistad.

Yo me quiero quedar con esa imagen del José Luis que conocí cuando empezaba mi carrera profesional, y me resulta fácil porque es la misma que siempre mantuvo. Recuerdo sus palabras apasionadas siempre cuando hablaba de su amado Veracruz. Revivo sus ideas prácticas. Conservo sus ocurrencias geniales.

Se ha ido un gran veracruzano. Entra al juicio de la historia. Muchos vamos a extrañar a José Luis Lobato Campos.

Descansa en paz.

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