Distantes instantes
Mi nombre es José Miguel Flores Morelos, hay en Xalapa en este momento dos homónimos: José Miguel Flores Pacheco, pianista y director de Orbis Tertius, y José Miguel Flores Covarrubias, director del Área de Artes, pero de los tres yo soy el más viejo, el que llegó antes.
Nací en la Ciudad de México, mi familia era grande como antes se acostumbraba, éramos cinco hermanos y una hermana, yo soy el de en medio, tengo dos hermanos mayores y tres menores. Mi hermano Felipe, el mayor, tocaba la guitarra clásica, el clarinete y qué sé yo, después se volvió fraile y agarró otra onda, su historia es bastante especial.
El que le sigue, Javier Flores alias El Zoa, es el que más me influyó en la música que actualmente toco. Él empezó con el rock, estamos hablando 1958–59; en esa época yo estaba chavo y Javier ya empezaba a tocar con sus amigos y a ensayar en la casa.
Yo era un muchachito de escuela primaria cuando fabriqué una guitarra, era una tabla madera con el brazo y le puse unas ligas; obviamente no sonaba, nada más hacía güeing, güeing y mi papá me dijo:
– Creo que con eso no vas a hacer nada, vamos a tener que contratar al maestro que le dio clases a tu hermano Felipe.
No era clásico, era un maestro de música popular, pero tocaba muy bonito, muy limpio. Vendía seguros, usaba anteojos y siempre estaba riéndose. Me enseñó algunas piezas que todavía toco; valsecitos, cosas españolas. Estuve con él y también estaba mi vecino pero no dio el ancho, se salió y yo me seguí.
Al principio era difícil porque yo era muchacho y quería jugar basquetbol, jugar el espiro famoso, que consistía en agarrar la pelota como perilla de box, le quitábamos el letrero a los anuncios de las calles para que quedaran como postres y poder golpear. Llegaba yo con las manos golpeadas y el maestro me decía:
-No, no te puedo dar la clase así, traes las manos todas destrozadas.
Total que estuve con él como tres o cuatro años; en ese lapso acabé la primaria, hice la secundaria y empecé la prepa. Mi papá me ponía a tocar cuando traía a sus amigos de la oficina y no me agradaba nada.
Sufrí en un principio la guitarra porque yo pensaba que no podía pero después, por alguna razón, poco a poco empecé a agarrar la onda. Mi papá, que era veterinario, le curaba los perritos a un hombre que se llamaba David Moreno, era uno de los guitarristas que tocaban en un programa que promocionaban los Cerillos Clásicos; David Moreno tocaba música española, Don Adío clásica, Antonio Bribiesca mexicana y Claudio Estrada tocaba cosas instrumentales. Finalmente no me dio clases David Moreno pero sí Don Adío. Él sufrió mucho porque su papá le pegaba, entonces tocaba muy bien técnicamente, pero era muy rígido y muy frío, no había un corazón ahí.
Tal vez te suene esta tonada como transistorizada…
En la prepa empezó lo difícil, empecé a ir mal en la escuela, a juntarme con los cuates, toda esa onda de la prepa en la que si no había Ron Rico o Ron Batey, no había nada. Unos cuates me invitaron a tocar el bajo, porque no tenían bajista. Yo no lo había tocado pero lo agarré y se me hizo fácil porque ya tocaba la guitarra. Le agarré la onda al bajo y tocamos en algunas fiestas. No éramos así como ¡qué bruto!, el alma de la fiesta, pero tocábamos más o menos bien. No me acuerdo cómo se llamaba el grupo pero recuerdo que el que tocaba la guitarra tenía un problema serio, sudaba y se ponía nerviosísimo, entonces a la hora de la hora no podía tocar, se le resbalaba todo.
Mis vecinos Juan y Manuel Acosta (mayores que yo), que eran unos pequeños hampones en potencia, se hicieron amigos de varios artistas como Alberto Vázquez y oían mucha música de Estados Unidos. Con ellos empecé a oír a los Every Brothers, a Ricky Nelson, a Elvis Presley. En la casa, a partir de mi hermano Javier, se generó un ambiente de música. Se reunía con sus amigos, ensayaban en el garaje, tocaban a Fats Domino, Little Richard, todos los negros que empezaron con el rhythm and blues. Hicieron un grupo que se llamó Los Sparks, ahí tocaba Fito de la Parra, que después se fue a Estados Unidos y fue baterista de Can Hits (Calor Enlatado), un grupo de boogie famoso en su momento. Mi hermano tocó con los Hooligans, con los Rebeldes del Rock, con los Teen Toops, con los que tú quieras de esa época y algunos pasaron ensayar la casa.
Yo todavía no tocaba nada de eso pero oía cómo sacaba mi hermano las canciones de los discos y empecé a oír lo que hace el bajo: pum, pum, pum, -ah, qué buena onda, eso puedo tocarlo, y empecé a sacar rolas.
Después fue cuando me metí al grupo de la cuadra. Juan Acosta y los del grupo conocieron a unos chavos de la Colonia del Valle y me dijeron que no tenían bajista, que si quería tocar con ellos.
Tres almas que en el mundo/ había unido Dios…
Era Alex Lora y sus acompañantes. Lora vivía con su mamá, su papá quién sabe en dónde andaba, no andaba por ahí. Era hijo único, tenía lo que quería, todo el equipo de sonido y un representante que vivía cerca de ahí, un señor joven, un cuate de clase media, güerito, normal. Cuando me vio llegar con un saco, dijo:
-¡Por fin llegó una persona decente!
Llegué, me presenté con Lora, tocamos un rockito y salió bien:
-¿Cómo te llamas?
-Miguel Flores
-¡Flaco Flores!, ¡Flaco Flores!
Empezamos a ensayar. Desde entonces empecé a desvariar en la prepa, a tronar en los estudios porque tenía que ir a ensayar y por otros problemas de la familia.
Empezaba el asunto de la psicodelia y nos juntábamos en la casa de Lora a tocar, ensayábamos todas las tardes pero, cuando no había ensayo, era prender las caricaturas, quitarles el volumen y meterte un churro de mota para ver qué se sentía. Esa era una costumbre de Lora; se metía unas amiguitas al cuarto cuando no estaba su mamá, porque la mamá lo regañaba. Empezamos a creernos que éramos los Rolling Stones de México. Entró un guitarrista que se llamaba Ernesto, venía de la Máquina del Sonido; era un cuate de la Colonia Doctores, hecho a trancazos, pero tocaba bien. Empezamos a tener jales, mi mamá empezó a sufrir mucho.
En esa época mi hermano ya tocaba con los Senners en el Terraza Casino y en algún momento tocaron en la casa algunos elementos de un grupo que se llamaba Tequila, con Richy en la guitarra. Es decir, estamos hablando casi de los setentas.
Presta para andar igual/ de lo que te pones así…
Con Lora hubo muchas anécdotas. Una vez que fuimos a tocar Acapulco se compró unos gemelos y desde el cuarto del hotel estaba ligándose a unas chavas que estaban en el cuarto de enfrente; las chavas también traían gemelos y, de coqueteo, empezaron a quitarse la ropa y él también, entonces de repente voy al balcón y veo a Lora encuerado y las chavas también desnudas del otro lado y digo ah, chingao, no hay distancias para ti, ¿verdad? (carcajadas)
Esa escena se volvió a repetirse una vez que veníamos de Torreón o de Monterrey, no me acuerdo bien, pero en el camino vimos un río. Veníamos en el camión y Lora dijo:
-Párese, chofer
-¿A dónde vas, güey?
-Voy al pinche río
-No mames, cabrón, todavía te va morder una víbora o algo así
-No, no, yo voy
Se desnudó y se metió al río, lo arrastró la corriente y fue a salir lejos. Nosotros recogimos la ropa y la escondimos en el camión. Cuando salió y quiso regresar por su ropa le gritamos:
-Nosotros la recogimos, vente para acá
Y salió desnudo a la carretera; unos metros antes de que llegara al camión le dijimos al chofer que adelantara, pa’ joder, y ahí va corriendo detrás del camión, desnudo y, para colmo, atrás del camión venía un camión de una escuela religiosa lleno de niñas y monjas (carcajadas)
Con ellos hubo de todo, eran muy intensos. Una vez los llevé a tocar a casa de mi tía y acabaron cantando arriba de la mesa y mi tía, toda sacada de onda, decía:
-¿Quiénes son estos? (carcajadas)
Los dejé en una fiesta en Pedregal de San Ángel; alguien lo agarró para hacer reventones y nos invitaron. Empezamos a tocar unas rolas, unas nuestras y otras de Jimmy Hendrix y no sé qué más. Teníamos un amigo, dizque poeta, que se ponía hasta las chanclas. Me acuerdo que había un tumulto de gente que quería entrar y un policía que no los dejaba porque ya estaba lleno. Nosotros estábamos en la terraza y veíamos todo el merequetengue que había abajo, entonces nuestro cuate el poeta empezó a decir cosas y poéticamente acabó mentándole la madre al policía porque no dejaba entrar a la gente; se armó un desmadre, Lora estaba hasta atrás, y en algún momento yo pensé en mis adentros, es que yo quiero hacer música y no pasamos de esto. Lora todavía no decía lo que quería decir, empezó a decirlo después, ya en el TRI, no en el Three Souls in my Mind, entonces dije, bueno, yo aquí ya dejo a estos lorenzos y le dije a Lora:
-¿Sabes qué?, ya estoy hasta la madre de esto, quiero hacer otras cosas
-Ah, pinche flaco, te pasas
-Sí, pero, ya
Me despedí más o menos bien, ya no acabé ni la tocada, ellos seguían tocando pero yo me fui. Me veo caminando por el paseo del Pedregal hacia mi casa.
Hagamos el amor y no la guerra
El 68 no tuvo una repercusión clara el rock, no hubo una respuesta política a esos acontecimientos. El rock estaba por un lado, en los hoyos funkies y se decían cosas, pero la música politizada llegó con las peñas, ahí empezó la otra música.
Había los dos chavos; el clásico chavo rockeron, de hoyo funky, de Panchito para arriba que traía su mota, traía a los Beatles o cualquier disco de los Rolling Stones o The Wall y tenía Las Enseñanzas de Don Juan y El tercer ojo de Lobsang Rampa. Lora era impostado, tenía imagen de chavo banda pero, ¿cuál banda si era un chavo clase media al que le compraban todo?
Por otro lado estaban los chavos de morral y Carl Marx y las canciones que venían del Cono Sur. Entonces empezó a haber una especie de división. Antes de ese momento había muchos lugares donde se tocaba, ahí estaban Javier Batiz y todos ellos, eran cafés y lugares normales dentro de un área la clase media, después del 68 empezaron a no dejar que se juntaran muchos chavos y se enfrió todo. Después el rock empezó a tratar de sobrevivir y se generó el pretexto de una carrera de autos para hacer rock y se hizo el festival de Avándaro que, finalmente, fue una copia de Woodstock.
La Fuerza Bruta de la Cosa Nostra
Para entonces yo ya no estaba en el Three Souls, después de haber grabado un disco donde había una rola mía que se llama El abuelo, yo ya estaba coqueteando con un grupo de Memo Briseño que se llamaba La Fuerza Bruta. El cantante era Rudy Bantú, un negro que había pertenecido a un grupo panameño que se llamaba los Gay Crooners, habían llegado a México y después se fueron a Las Vegas, entonces traía todas esas ideas de show business; yo venía con la onda del rock, un poco embarrado con la onda de la música de protesta, y Memo Briseño era bluesero. Memo se relacionaba bien con Rudy porque le hablaba del blues y de los negros que conoció en Estados Unidos, conocía a Little Richard. Rudy vivía enfrente del estadio de béisbol de la avenida Cuauhtémoc, ahí ensayábamos; su pareja era Malena Soto, una chava que había hecho algunos performances de baile para la televisión, y entró al grupo dizque bailando y dizque cantando, pero no hacía bien ninguna de las dos cosas (amiguita, no vaya a ser que leas lo que estoy diciendo. Seguramente ya no baila, debe tener como 70 años), de ahí salió otro grupo que se llamó La Cosa Nostra porque el negro venía de Las Vegas donde hay cierta cercanía con la mafia.
Yo no fui a Ávandaro con el Three Souls porque el negro quería llevar a La Cosa Nostra a Panamá, a Costa Rica y a dar vueltas por todo Centroamérica. Al final no fui ni a Ávandaro ni a Centroamérica.
Empezamos a tocar en El Patio, primero tocábamos con los Cuatro Crooners y después alternamos con un grupo brasileño. En El Patio oí cantar, por primera vez, a José José y a Carlos Lico.
Tuvimos algunas giras al interior del país y después empezamos a tocar en un espacio muy bonito de Carmela y Rafael que se llama El Apache 14, está en Insurgentes. Tocábamos de todo pero básicamente nos metimos en la onda del soul. El guitarrista había pertenecido a El Clan, un grupo que imitaba un poco a los Tijuana Fire; le decían el Tigre, tocaba la guitarra como cualquiera de los guitarristas que haya tocado con James Brown, con un funk muy negro. Memo Briseño tocaba básicamente blues en el piano, yo tocaba el bajo, el baterista era un cuate que venía de Sonora o de Coahuila, le decían Juan, era un bárbaro, ¿has visto a Conan el Bárbaro?, bueno, era Conan, le pegaba duro a la batería.
Una vez fuimos a tocar atrás de la vía, no me preguntes dónde, era un hangar gigantesco; con decirte que había una salida de emergencia en el escenario por cualquier cosa que pudiera pasar. Pues pasó porque vimos una masa de gente que empezó a llenar ese auditorio de todo lo que tú quieras y empezamos alucinar. El baterista sí traía algo encima, alguna pastilla o un ácido; yo vi cómo venía volando un cuate desde atrás, la multitud lo venía cargando y en algún momento lo aventaron hacia el escenario pero había un falso en la madera, una tabla estaba muy salida, total que el tipo pegó ahí, hizo una palanca y empujó la batería hacia arriba. El baterista se quedó con las baquetas en la mano y la batería salió volando, me volteó a ver y me dijo:
-Creo que estoy muy pacheco, güey
-No, güey, agarra la chingada batería y vámonos
Y nos ayudaron a salir porque la banda ya estaba muy densa.
Después se salió el Tigre y empezó a tocar la guitarra el Mounstrín, y desafanamos al negro porque nos vestía tipo Las Vegas, nos teníamos que poner unas mallas de colores, pegadas, ¿te imaginas?, y bailábamos y hacíamos coreografía tipo show.
No -dije-, no, cabrón.
Primer movimiento: La cortina y el yerro
Después empezamos a tocar en la Zona Rosa, en un lugar que se llamaba Rafles y ahí llegó a un grupo de show que se llamaba Peter Cheer Sound, venía de tocar en el Sheraton de Acapulco. Con ellos venía cantando una dama que se llama María, una mezcla de austriaca con suiza, y dos ingleses, uno tocaba el bajo y otro el saxofón. Dizzy, Paul y Archie eran checoslovacos y Peter Cheer era suizo. Ellos tuvieron una gira por México y conocieron la parte más brillante de la música comercial; llegaban a hoteles finos, a las suites y toda esa onda, y luego llegaron a tocar al Rafles, nosotros alternábamos con ellos.
Ahí conocí a María y un día me dijo:
-¿Qué te parece si entras al grupo?, porque el bajista no sé si encontró por acá con una mariguana que no conocía y ya lo queremos regresar a Inglaterra porque está hasta la madre todos los días. Se puso una pachequeada y armó toda una bronca.; dejó la llave abierta del baño, inundó todo el departamento y se mojó la alfombra.
Todos dijeron que sí, que si yo quería, que entrara y acepté.
Después también mandaron a la goma a Peter Scheel porque se puso de pesado con la lana y no sé qué tantas cosas hubo.
El pianista, Paul, que era el más grande y el que más sabía de música, tomó la directriz. Como eran checoslovacos y habían vivido la invasión rusa dijeron:
-¿Qué tal si nos ponemos Iron Curtain?
-Ah, cabrón, ¿cómo?
-Cortina de Hierro
-Está bien, póngase como quieran, a mí me vale madres
En ese grupo tocaba otro mexicano, uno de los hermanos Agüero, se llamaba Luis. Él tocaba la guitarra.
María y yo nos hicimos novios. Y un día le dije a mi mamá y a mi papá:
-Tengo una novia suiza y se tiene que regresar a Europa; hay un contrato para tocar allá y yo me pinto de colores
-¡Oye¡ ¿y la escuela?
-La escuela ya valió madres desde hace rato, entonces ya me voy
(CONTINUARÁ)