Hoy conversa con nosotros Sara Robledo, cantante, bailarina, titiritera y lo que se acumule esta semana
Ni magnesia ni gimnasia; a la danza, esa gracia
Nací en la Ciudad de México pero realmente me siento xalapeña porque aquí crecí y viví hasta que me fui a estudiar a Estados Unidos. Estudié la universidad en Nueva York pero mi vida artística empezó cuando aún vivía en la Ciudad de México y tomaba clases de gimnasia olímpica; un día a la maestra se le ocurrió llevarnos a Chapultepec sin permiso de los papás y cuando mis papás se enteraron dijeron que era el fin de las clases de gimnasia, entonces le preguntaron a Rocío Sagahón qué recomendaba y dijo:
-Pues mi gran amiga Mirta Blostein, vive ahí cerquita de ustedes, en la Condesa
Ahí fue cuando empecé a bailar, a los seis años, tomando clases con esa increíble maestra, me siento tan afortunada de que mi carrera de bailarina haya empezado en la danza contemporánea y con esa maestra, porque empecé explorando la creatividad, la libertad, la expresión. Muchos bailarines jóvenes no tienen esa experiencia hasta mucho después porque se enfocan mucho en la técnica. Obviamente tuvo sus desventajas porque no pude entrar como bailarina de ballet a alguna compañía grande, pero ese no era mi sueño, no era realmente lo que quería.
Bailé en el Museo de Arte Contemporáneo cuando tenía como seis o siete años, en un espectáculo que hizo Mirta, desde entonces para mí era clarísimo que esa era mi vida, ser bailarina.
Después nos mudamos aquí a Xalapa y estuve en el Zopilote tomando clases de danza con Rocío Sagaón; de danza Bharata Natyam y después Odissi, con Djahel Vinaver; de danza africana con Naolí Vinaver; de ballet con Andrea Seidel, Emmanuelle Lecomte y Eugenia Castellanos. En todo lo que tuviera que ver con movimiento, ahí estaba yo; tomaba cursos de cualquier estilo de danza y era lógico que iba a continuar por ese camino.
New York, New York…
Me fui a Estados Unidos y estudié en una escuela muy padre, Sarah Lawrence College, una universidad muy liberal donde no sales con una carrera definida. Te dan un grado de Artes Liberales, que es un grado de humanidades, muy abierto; me enfoqué en danza, pero también tenía carga académica; tomaba clases de sociología, de literatura, de filosofía, de antropología, de historia y decía ¿qué voy a hacer con todo esto? La parte académica me llamaba mucho pero seguía bailando y sentía que eran dos partes de mí que me jalaban, una para un lado y otra para el otro, por suerte estaba en un lugar donde no me forzaban a escoger una cosa o la otra.
En esa universidad había la alternativa de hacer un año de intercambio, entonces hice un semestre en Brasil donde estudié las danzas de Candomble, y en Puerto Rico, Bomba y Plena, aparte de antropología y otras cosas.
Estaba en Nueva York y, como mi escuela estaba a 20:00 minutos de Manhattan, bajaba todos los fines de semana a tomar clases con los increíbles maestros de África y de Cuba; tomaba ritmos caribeños, africanos, afrobrasileños; eso era lo que más me apasionaba, estaba en la escuela con Técnica Cunningham que es súper escrita y muy rigurosa, tal vez de las más estrictas dentro de la danza contemporánea y luego me iba los fines de semana a bailar africano.
Cuando me gradué de la universidad quedé un poquito al aire, como es normal porque ¿qué vas a hacer como artista?, no es de que ya tienes un contrato y lo que sigue, entonces estuve buscando y conseguí trabajo en una organización que se llama UPROSE, United Puerto Rican Organization of Sunset Park. Ahí trabajaba yo con chavos, organizaba talleres sobre la identidad latina, no exclusivamente chicana porque estamos hablando de cuando todavía no había la gran invasión mexicana a Nueva York, no había realmente mucha comunidad mexicana en esa época, pero sí había mucho, mucho caribeño.
Yo estaba feliz en esa ciudad porque ahí nadie cuestiona de dónde eres, nadie cuestiona tu acento. Yo soy de Xalapa y adoro esta ciudad, pero Nueva York es donde me siento como pez en el agua, nunca tuve experiencias desagradables ahí, siempre viví súper tranquila y se me abrieron muchas puertas.
Después de un rato de estar organizando conferencias y haciendo ese tipo de trabajo renuncié porque dije, no, yo quiero bailar y empecé dar clases de danza para niños con una organización que se llama Ballet Hispánico. Fue una experiencia bien padre porque te entrenaban para trabajar en los salones de las escuelas públicas, con niños sin entrenamiento en danza, en las peores circunstancias; de pronto te lanzan con 30 niños a un salón lleno de escritorios y con un ruido tremendo; tienes que pasar por un detector de metales para entrar al edificio; es una tensión y una cosa terrible. Estábamos ahí y de pronto los niños tenían clase de danza y para ellos era la felicidad total; ahí descubrí que me encanta trabajar con los niños, me encanta trabajar como maestra y eso hice por varios años. Tenía horario flexible, era artista en residencia entonces estaba un ratito en una escuela y luego iba a otra, y me quedaba espacio libre para seguir entrenando y poder audicionar con diferentes compañías. Fueron como cinco o seis años que estuve trabajando fuertísimo, yo veía 300 niños a la semana y después me iba a mis ensayos y a mis clases, y todo eso en el clima de Nueva York, donde en el invierno haces todo eso, pero tienes que cambiarte cinco veces al día, porque te pones toda tu ropa y sales completamente cubierto a la calle con el trabajo que cuesta caminar en la nieve y llegas al estudio de danza a quitarte todo eso, a sudar y luego a ponértelo todo nuevamente. No sé cómo le hacemos tantos bailarines allá, la verdad es una cosa heroica; tienes que comer mucho chocolate, si no, no la haces.
Y en la calle/ codo a codo…
Después empecé a trabajar en algunas compañías de danza contemporánea y, sin buscarlo, las puertas que se me abrieron fueron las de las compañías que hacen un trabajo que no sé cómo se diga en español, en inglés es Site Specific, o sea, coreografías que están hechas para un lugar específico, un edificio, unas escaleras o un jardín. Entré a una compañía que se llama Dancing in the Streets cuya idea es sacar la danza de los teatros y hacer que llegue al público, fue padrísimo porque hicimos un proyecto en las escaleras de algunos edificios muy importantes, la Biblioteca de la Ciudad, el Museum of the American Indian. Como estás al aire libre y es totalmente gratis, se junta la muchedumbre y como bailarín de danza contemporánea te juro que esa es la mayor de las felicidades, bailar para alguien más aparte de tus papás y tus amigos, porque normalmente estás en el teatro y nadie va a ver la danza contemporánea, hay muy poquito público. Es muy difícil bailar sobre el concreto, muy, muy duro (literalmente), pero por lo menos tienes público.
Trabajé con otra coreógrafa que se llama Noémi Lafrance en dos proyectos que fueron muy exitosos: el que fue premiado era en una escalera de mármol de un edificio de 12 pisos, donde cada bailarín estaba en un piso diferente y el público bajaba por las escaleras y observaba la coreografía; también fueron muy fuertes para el cuerpo esas coreografías, pero fueron buenas experiencias.
…somos mucho más con voz
Seguía entrenando y en los veranos que no tenía que dar clases me iba a los festivales de danza, allá los festivales de danza son oportunidades de entrenar; vas a ver a las compañías que se presentan, pero también puedes tomar clases con maestros de todas partes del país o a veces de otras partes del mundo; puedes entrenar con ellos, probar diferentes estilos, tal vez audicionar para esas compañías, y participar en coreografías que los maestros invitados montan. Son experiencias de trabajo muy fuertes, de varias semanas. En uno de esos festivales se me ocurrió tomar un curso con un maestro que se llama Robert Een; era un curso de voz para bailarines y con él hacíamos lo que se conoce como paisajes sonoros, un término que ahora se utiliza mucho. Es increíble porque como bailarín estás tan entrenado, tan acostumbrado a estar enfrente de todo el público, hasta desnudo puedes estar ahí, pero te piden que hables y a muchos nos cuesta muchísimo trabajo… error. Otra vez tuve la gran fortuna de que la primera persona con la empecé a trabajar la voz fuera este maestro tan genial, que crea un ambiente tan cálido en sus clases. Con él descubrí y empecé a usar la voz, también de la manera menos técnica que pueda haber, haciendo ruiditos e inventando melodías.
Después de unas semanas de trabajar con él se armó un pequeño concierto donde los bailarines cantamos. De todos los cursos que estaba tomando, esa fue la experiencia más importante de ese festival. Cuando regresé a Nueva York me llamó y me dijo:
-Oye, voy a hacer el mismo proyecto que hicimos allá en el festival, pero con músicos profesionales y quiero que cantes con nosotros
-Ah, sí, sí, perfecto
Cuando llegué estaban todos los músicos, las cantantes estaban vocalizando y pregunté:
-¿Qué están haciendo?
-Estamos vocalizando
-¿Qué es eso?
No tenía ni idea de lo era eso pero me tocó cantar y lo disfruté muchísimo porque cuando no vienes con grandes expectativas vienes totalmente abierto y a veces suceden cosas geniales.
A partir de ahí dije, bueno, pues igual y sí quiero cantar, y empecé a buscar algunos maestros.
Luego regresé a Xalapa, venía sólo por el verano y después iba a regresarme, pero estando aquí dije creo que me quedo un año
(CONTINUARÁ)