“Inventamos las ficciones para poder
vivir de alguna manera las muchas vidas
que quisiéramos tener cuando apenas
disponemos de una sola.”
Mario Vargas Llosa
El libro es una extensión de la memoria y de la imaginación, dice Borges en uno de los más bellos panegíricos que se han dedicado a tal objeto; la narración oral es una extensión similar.
Como no sólo de jazz vive el hombre, esta semana platicamos con Iván Zepeda Valdés, el cuentero cordobés:
-¿Cómo fue que te hiciste cuenta cuentos?, platícame desde que tu abuelita te contó las primeras historias.
-Por ahí va la cosa:
Toma el llavero abuelita y enséñame tu cuentero
Yo soy Iván Zepeda Valdés, el cuentero cordobés, como el nombre lo dice soy originario de la Ciudad de los 30 Caballeros, Córdoba, Veracruz; bueno, 29 porque uno se vino a Xalapa y se dedica a contar cuentos. ¿Cómo empecé a contar cuentos?, por dos motivos: primero, como bien decías, por la abuela. Mamá Lulú era originaria de un pueblo perdido entre Córdoba y Orizaba que se llama Tuxpango y yo crecí escuchando las historias me narraba acerca de ese pueblo, que para ella y para la gente de ahí no eran cuentos, eran anécdotas, cosas que pasaban en la vida cotidiana; que si la bruja se había chupado a un niño, que si los chaneques habían perdido a una muchacha, que si las bolas de fuego, todas esas historias. Cuando llegó esa terrible etapa (que gracias a Dios se quita) llamada adolescencia, yo decía ay, la vieja ya está chocheando, ya viene a contarme cosas, sáquese de aquí, qué la bruja ni qué nada; pero la vida da muchas vueltas y terminé trabajando en la Biblioteca Pública Municipal de la Ciudad de Orizaba y ahí empecé a hacerme cargo de los programas de fomento al hábito de la lectura. Empecé trabajando con jóvenes y adultos, y en el proceso me di cuenta de que lo que realmente quería era trabajar con niños.
Yo para aquel entonces estaba estudiando derecho, soy abogado, no me titulé porque ya me dio mucha pereza, pero terminé la carrera. Cuando estaba estudiando empezaba a creerme esto de la pose y el traje y la corbata y el oficialismo; estaba muy clavado en ese rollo.
Al principio me negaba a trabajar con niños, pero descubrí que cuando estaba con ellos se me caía la máscara y la corbata terminaba como cinta en la cabeza y el saco terminaba arrumbado y yo terminaba descalzo, entonces, no me gustaba porque ahí era realmente como soy. Después me di cuenta de que estaba echando a perder mi vida con el derecho y que era como si tuviera dos mujeres: por un lado tenía el derecho y estaba empezando a hacer prácticas profesionales; empezaba a ir a los ministerios públicos porque quería ser litigante de derecho penal, era la rama que más me apasionaba junto con el amparo. Ahí empecé a darme cuenta de toda la porquería que es eso: de lo corrupto que es el sistema, de que todo se arregla con dinero, que no servirían los cuatro años que me pudiera matar estudiando porque si el cliente no tiene dinero para moverse, aunque tengas la razón, se va a la mierda todo. Por el otro lado tenía la satisfacción de contarle cuentos a niños de cuatro, cinco, seis, siete años que estaban trabajando conmigo, haciendo actividades y leyendo. Tenía niños de pre-escolar que ya sabían quién era el Quijote y recitaban el panteón griego y el panteón mexica y decía, eso les va a servir un montón para su vida, porque les va a ampliar el panorama y se van a dar cuenta de que no nada más hay cosas oficiales, sino que también está el arte; eso me daba mucha satisfacción.
Fue en ese taller/ donde me encontré/ contando…
Cuando estaba trabajando ahí me invitaron a tomar el Taller de Narración Oral que impartía Beatriz Falero, que era la presidenta del Grupo de Narradores Orales de Santa Catarina, en Coyoacán y el gran mérito de Beatriz fue enamorarme de la narración; cuando la vi contar el primer cuento me di cuenta, primero, que tenía una cuentera en casa que nunca había valorado, y segundo, que esto existía como una profesión. Eso me abrió un panorama grandísimo, me cambió la vida por completo. Me voy a dedicar a esto, me dije, y tengo que ser bueno para no morirme de hambre; me sigo muriendo de hambre (risas), pero bueno, me divierto mucho y lo disfruto bastante.
Y aunque me cueste la vida/ y aunque me cueste llanto…
Mi madre fue madre soltera y siempre tenía que estar trabajando, entonces yo fui criado, educado, corregido y echado a perder por la abuela, que fue matriarca de una familia de 10 hijos, cinco hombres y cinco mujeres, era muy estricta pero al mismo tiempo me contaba historias. Cuando tomé ese taller estaba en quinto semestre de leyes y quise dejar la carrera; fui a decírselo a la abuela y se indignó mucho porque de sus hijos, contándome a mí como uno de ellos, ninguno había hecho carrera y yo ya estaba estudiando, era su gran orgullo, se hinchaba como pavorreal y me presumía, y que de repente dejara los estudios, ¿por ir contar cuentos?, a ella le parecía la estupidez más grande del mundo, decía que me iba a morir de hambre; se enojó mucho y me dejó de hablar. La directora de la biblioteca donde yo trabajaba, una señora que me apoyó que mucho y fue como una madre sustituta, me dijo lo mismo, que si yo dejaba la carrera, renunciaba. No, no me pueden obligar, pensé…me obligaron.
Cuando terminé le regalé el diploma a mi abuela, lo colgué en su sala y dije bueno, ahora sí me voy a dedicar a lo que yo quiero hacer, que es contar cuentos.
…yo te juro/ que te tengo que contar
Me estrené como cuenta cuentos un día de muertos, este año cumpliré 16 años de vivir de eso, sin necesidad de ser político.
Ese día mi abuela estaba ahí y, cuando me vio contar, me dijo:
-Yo no puedo entender que a alguien le paguen por hacer eso, porque yo toda la vida lo he hecho y en el pueblo todos lo hacíamos, pero si te pagan, es porque algo debes tener, así que, pues adelante.
Me echó la bendición y me fui.
Cuando terminó el trabajo en Orizaba yo estaba así como ¿y ahora qué hago?, porque yo utilizaba la narración oral como una herramienta para el fomento del hábito a la lectura.
El taller que nos dio Beatriz fue de tres días, en ese tiempo nada más das el ABC y después, pues suéltate, ¿no? y como en Orizaba no había otros narradores, lo más cercano era el teatro, entonces dije, bueno, esto tiene algunos elementos que me pueden servir para la narración oral, así que me metí a estudiar teatro en el Instituto Regional de Bellas Artes y estuve tres años, pero era yo muy mal alumno porque me salía, si no había un montaje me desinteresaba; estaba muy chavo, entonces si me pegaba el amor o lo que fuera, me iba, pero luego volvía.
Por eso no tengo el diploma, pero estuve tres años haciendo teatro y ahí fue en donde aprendí a perderle el miedo al público, a manejar la voz, a manejar la expresión corporal, y todas esas herramientas las fui metiendo en lo que después se convirtió en mi estilo de contar cuentos. Tuve una ventaja y desventaja al mismo tiempo, como no había otros narradores, no tenía referentes, pero al mismo tiempo no tenía a quien copiar, entonces empecé a contar como mis vísceras me decían, me dejé guiar por el instinto y fui desarrollando un estilo que yo considero muy fresco. Aún con años conservo ese timing; interactúo mucho con el público e improviso un montón, eso es lo que más disfruto. A los narradores de la vieja escuela no les gusta, sienten que es muy irrespetuosa mi manera de contar porque voy y me le siento a la gente en las piernas; así me gusta hacerlo, me gusta estar en contacto de verdad con el público.
Gracias a la narración oral he podido viajar mucho, he ido a Guatemala, Nicaragua, Bolivia, Argentina, me voy a Colombia el domingo (esta plática la tuvimos la semana pasada). Una vez me salió un viaje a Europa y estuve contando cuentos en Austria (con traductora, claro), en Francia y en España, entonces, a esto me dedico de tiempo completo para bien y para mal.
Contar, guisar, soñar…
Estuve viviendo tres años en Barcelona y estando ahí la abuela se puso muy mal. Yo me enteré, primero, por un sueño.
En mi familia hay tres cosas que se heredan: la capacidad de contar cuentos, la de cocinar y la de tener sueños premonitorios. Mi mamá tiene esos sueños y es un problema, no le gusta; mi hermana tiene el don de la comida y yo tengo el don de contar cuentos. Nunca había tenido sueños premonitorios hasta este día que soñé que veía a mi abuela cuando era joven, con sus hijos niños, y tuve un montón de sentimientos encontrados. Me desperté desconcertado, fue muy fuerte la vivencia porque la pude ver, la pude tocar.
Al otro día recibí la llamada de que estaba enferma y hablaban de amputarle una pierna; tenía diabetes y ya se había quedado.
La familia de mi abuela padecía esa enfermedad, su padre había muerto sin las dos piernas. Yo recordaba que ella decía que no se quería morir por partes, que se quería morir completita entonces, cuando hablaron de cortarle una pierna dije mmmhhh, esto ya se acabó, así que hice lo que pude, reuní el dinero, compré un vuelo y me regresé a México. Regresé para estar con ella el día de su cumpleaños y falleció en mis brazos.
Eso me marcó mucho; mi abuela era mi pilar. Me quedé en Córdoba y estuve como un año deprimido, tristeando…muy mal.
Aquí vine porque vine/ a la feria de los libros…
De repente vino una tía, hermana de mi mamá, que se fue a vivir a Estados Unidos y se casó con un guatemalteco; trajo a sus hijas a conocer al abuelo y luego iba a llevarlas a Guatemala para a que conocieran a sus otros abuelos, pero el marido no había podido arreglar papeles así que venían solas y dije bueno, pues vamos a Guatemala, te acompaño. Yo hice ese viaje como buscando mi lugar, iba viajando, iba viendo y preguntándome ¿de aquí soy? Guatemala es muy bonito, pero no me llamó. De regreso hice contacto con Lourdes Quiñones, que era directora de la Feria del Libro Infantil y Juvenil de aquí, de Xalapa (yo ya había estado en la feria, antes de irme), me auto-invité, me contrató y vine. Aunque me siento muy orgulloso de ser de Córdoba porque ahí tengo enterrado el ombligo, la sociedad cordobesa es una porquería, es así: están los 30 Caballeros en los portales tomando café y abajo está el vulgo y no hay ningún tipo de actividad cultural, artística, no hay una propuesta interesante para los jóvenes por lo que tienen que meterse a trabajar en la metalúrgica o irse a Orizaba para estudiar ingeniería. Eso, aunado a la depresión que tenía, ya me tenía harto de Córdoba y cuando llegué a Xalapa vi todo el movimiento cultural que hay acá; vi teatro, danza, fui a un fandango, conocí a una chica guapísima y dije ¿qué hago en Córdoba?, me estoy pudriendo allá, Xalapa es lo que me gusta.
(CONTINUARÁ)
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