Un equipo internacional de astrónomos ha identificado un objeto desconocido en los confines del sistema solar. Se trata de una estructura en espiral que se esconde en la Nube de Oort, una región llena de cuerpos helados más allá de Plutón. Su detección ha sido posible gracias a una supercomputadora de la NASA, que ha analizado datos de objetos conocidos para revelar su posible forma y composición.

Este hallazgo plantea muchas preguntas sobre la evolución del sistema solar y los efectos de la gravedad galáctica en su periferia. Aunque la espiral es prácticamente invisible para los telescopios actuales, su impacto podría ser clave para entender los procesos que modelan los confines de nuestro vecindario cósmico.

Un coloso oculto en la Nube de Oort

La Nube de Oort es un vasto enjambre de billones de fragmentos helados que rodean el sistema solar a distancias que van desde las 1.000 hasta las 100.000 unidades astronómicas (AU). Esta región es la cuna de muchos cometas y asteroides que, cada ciertos millones de años, son desviados hacia el sistema solar interior, algunos con consecuencias catastróficas, como el impacto que acabó con los dinosaurios.

En el interior de esta nube, a una distancia de unas 15.000 AU, los científicos han detectado un objeto con una estructura espiral inesperada. Los modelos computacionales indican que esta formación se ha mantenido estable desde los primeros tiempos del sistema solar, hace 4.600 millones de años, y continúa existiendo en la actualidad debido a la escasa alteración de las órbitas en esta zona tan alejada del Sol.

La gravedad de la Vía Láctea y su papel en la formación de la espiral

Los investigadores han identificado la causa de esta estructura: la marea galáctica, una fuerza gravitatoria ejercida por la Vía Láctea que afecta a la Nube de Oort. Este fenómeno, producto de la combinación de la gravedad de estrellas, gas y materia oscura, estira y comprime la nube, alterando la disposición de los cuerpos que la componen.

A lo largo de millones de años, este proceso ha modelado las órbitas de los fragmentos helados, creando una estructura que ahora se ha revelado en forma de espiral. Este patrón ha surgido debido a un fenómeno conocido como ciclos de Kozai, que provocan oscilaciones en la excentricidad e inclinación orbital de los objetos, organizándolos en una estructura en espiral que persiste en el tiempo.

La espiral se formó en tres fases: primero, cuando los planetas gigantes expulsaron cuerpos helados a la Nube de Oort. Luego, la gravedad galáctica inclinó sus órbitas hasta que se alinearon con el eje de la galaxia. Finalmente, el lento giro de este eje orbital trenzó las órbitas en una doble espiral, observable solo a través de modelos matemáticos.

Un coloso invisible para la tecnología actual

A pesar de su tamaño colosal, detectar directamente la espiral es imposible con los telescopios actuales. Esto se debe a dos factores principales: la falta de luz y la baja densidad de los elementos que la componen.

A estas distancias, la luz solar es prácticamente inexistente. Sin fotones que reflejar, los telescopios como el James Webb no pueden captar imágenes de la estructura. Además, los cuerpos que la conforman están tan dispersos que su densidad es mínima, haciendo que la espiral sea aún más difícil de identificar.

Sin embargo, los científicos creen que en el futuro, con nuevas tecnologías y telescopios más potentes como el observatorio Vera C. Rubin, será posible rastrear mejor su existencia analizando el comportamiento de los cometas más distantes.

Por ahora, la espiral sigue siendo un enigma cósmico que desafía nuestra comprensión del sistema solar y sus límites. Su persistencia a lo largo de eones sugiere que seguirá acechando en la oscuridad por miles de millones de años más, esperando el momento en que la humanidad logre observarla directamente.

gizmodo.com

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