En 1936, el músico poeta, Agustín Lara, escribió una canción premonitoria:
Veracruz, rinconcito donde hacen sonido las olas del jazz;
Veracruz, pedacito de patria que sabe sufrir y jazzear;
Veracruz, son tus noches diluvio de estrejazz, palmera y mujer;
Veracruz, vibra en mi ser,
algún día hasta tus plajazz lejanas tendré que volver.
Y la escribió ex profeso para la voz de Toña la Negra, nuestra Sarah Vaughan. Se refería, por supuesto, a la capital del estado, Xalapa.
Aunque ya en 1923 los estridentistas hablaban del jazz —en el número inaugural de la revista Irradiador se lee: «Esquematización algebráica [sic]. Jazz Band, petróleo, Nueva York. La ciudad toda chisporrotea polarizada en las antenas radiofónicas de una estación inverosímil»— y algunos músicos antiguos afirman que entre los años treinta y cuarenta hubo un par de agrupaciones que incluían en su repertorio piezas que el público de entonces identificaba como jazz: Los Bombines Dorados y Los Caballeros del Estilo, la primera certeza que tenemos de la presencia del género en la Atenas Veracruzana es el concierto que dio el grupo 3.1416 de Juan José Calatayud en el Teatro del Estado en 1963, presentación que resultó afrentosa pues el recinto —inaugurado el 30 de noviembre del año anterior, 1962— parecía destinado exclusivamente a albergar las sonoridades de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, cometido que había cumplido religiosamente hasta antes del desaguisado. Y el primer grupo de jazz con jota de Jalapa —la equis inicial se decretó hasta 1978, antes se escribía con jota— y las dos zetas finales que prolongan el sonido del platillo de la batería, fue el Combo de Guillermo Cuevas, fundado en 1966.
Ese par de lances amorosos fueron suficientes para que el jazz, esa música indescifrable pero irresistible, cayera cautiva ante las cortinas de la niebla, el aroma del café, las calles torcidas y empinadas —serpientes de piedra húmeda—, el tic-tac del chipichipi en el tejado, las orquídeas en las solapas de las tardes, las oníricas visitas de la flor de azahar, y tantas de esas coqueterías de esta ciudad. La seducción fue tal que desde entonces no ha podido renunciar a las noches de luna en Xalapa, esas que huelen a jazzmín.
Y el jazz internacional acudió con puntualidad a la cita hasta 2019, el año previo al fin del mundo, ese fatídico 2020 que no vale la pena rememorar. Pero este año volverá como se vuelve a la casa de la infancia, ese recinto en el que nos movemos con los ojos cerrados porque conocemos el lugar exacto de cada cosa, la textura del manzarín, el calor del sol que se infiltra en las mañanas por la ventana que ve los lagos, el polvo de los postigos, la araña que, como Penélope, teje y desteje cada día sus sueños en la cornisa.
Volverá ese jazz que llega con el polvo de múltiples caminos, como siempre encenderá una hoguera y nos reunirá en torno a ella para que escuchemos las historias que sus viandantes han colectado en lugares remotos y enigmáticos. Y los sonidos del Caribe, de Nueva York y de los tantos Méxicos posibles, se fundirán en un mosaico multifacético, polivoz, pluricromático.
Esta semana, los de acá, los de allá, los de acullá se dispersarán por todos los rincones para decir sus verdades y decirnos las nuestras en las jam sessions, las clases maestras, los conciertos. Esta semana, Danilo Pérez John Patitucci, Adam Cruz, Shenel Johns, Miguel Zenón, Luis Perdomo, Henry Cole, Matt Penman, Dafnis Prieto, Ricky Rodríguez, Peter Apfelbaum, Martín Bejerano, Carlos Maldonado, Orbis Tertius y ensambles de JazzUV, de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, y de la Escuela Superior de Música, harán de las suyas y esas suyas serán las nuestras, y todos, escuchas y escuchados, musicantes y musicados, sorprendentes y sorprendidos, todos confirmaremos, una vez más, que no hay jazz que por bien no venga.
No hay plazo que no se cumpla, el miércoles 9 de octubre arranca el décimo Festival Internacional JazzUV.
Esta es tercera llamada, tercera, ¡comenzamos!
CONTACTO EN FACEBOOK CONTACTO EN INSTAGRAM CONTACTO EN TWITTER
Comentarios