Cuando Miguel Ángel Yunes Linares comenzaba a dar de qué hablar en tiempos de don Patricio Chirinos, un catedrático de la UV que fue su maestro me dijo que el entonces joven político tenía un defecto que había convertido en virtud: “Es un mitómano que ha hecho de la mitomanía un arte”.
Y no mintió el catedrático.
Miguel Ángel miente como respira y puede que a estas alturas de su vida ni él mismo sepa cuándo dice la verdad o cuando es falaz.
La entrevista que concedió al diario El País fue la misma mentira que dijo la semana anterior a varios medios nacionales, nomás que corregida y aumentada.
Cuando le preguntaron en qué momento y por qué cambió de opinión sobre la reforma judicial contestó: “Ni Miguel (su hijo) ni yo cambiamos de opinión. Se hizo un estudio a partir de que llegó el dictamen al Senado. Lo revisamos conjuntamente durante cinco o seis días y llegamos a la conclusión de que era positivo para el país y para el Poder Judicial, por eso decidió dar su voto a favor”.
Eso es un desvergonzado embuste.
Existen pruebas documentadas de las veces que rechazaron públicamente la reforma. Y al menos en un par de ocasiones Miguel Ángel Yunes Márquez dijo que votaría en contra.
Pero contra lo que pudiera suponerse, Yunes Linares habló con la verdad cuando dijo que no negoció nada con nadie.
Días antes de que el santo de su devoción le diera la espalda (ese santo que lo protegió de la furia de la maestra Elba Esther y de la sed de venganza de Fidel y Javier), supo que varios grupos de policías ministeriales lo tenían muy bien ubicado. Y que a ellos se había unido una funcionaria que fue de su cercanía y ahora trabaja en la Fiscalía estatal.
Esta funcionaria fue “convencida” de “cooperar” con la dependencia para la que labora y fue ella quien informó sobre los pasos que daba el ex gobernador.
Yunes Linares también supo que estaba debidamente “campaneado”, es decir, que estaban intervenidas sus comunicaciones (a pesar de que cambió de número celular en al menos tres ocasiones), que lo perseguían hasta con drones y que se formó a su alrededor una burbuja a fin de que no escapara.
Los ministeriales, que cargaban tres órdenes de aprehensión contra él y sus hijos Miguel y Fernando, esperaban la orden para atrapar al jefe del clan. Cuando Yunes lo supo, se reunió con sus vástagos y les dijo que era probable que lo detuvieran a él primeramente.
Esa orden nunca llegó porque recibió una llamada de alguien que le informó de la gravedad de su situación y le aconsejó buscar los canales adecuados para resolverla. Y encontró la vía con Adán Augusto López, el jefe de la bancada de Morena en el Senado.
Pero para cuando se reunió con Adán Augusto ya iba bien doblado. Tan doblado que no hubo necesidad de pactar nada. Ni los 25 millones de pesos que ofrecía Morena a los senadores opositores que votaran a favor de la reforma, ni su ingreso a Morena por la puerta grande, ni la gubernatura para su hijo (vía Morena, naturalmente) en 2030. Nada de nada.
Simplemente le dijeron que no había retorno, que su hijo sería el senador número 86 (el voto que necesitaban en Morena para que pasara la reforma), pero a cambio de nada. “Primero subirás a la tribuna a defender la posición de tu muchacho, luego éste votará a favor de la reforma, o de aquí te vas a la cárcel”.
Y con eso tuvo la arrogancia del choleño.
Quizá por eso López Obrador dijo este sábado que se va satisfecho por lo que ha logrado. ¡Y cómo carambas no!
Logró su sueño largamente acariciado de ser presidente de México, afianzó a Morena a nivel nacional al menos por seis años. Y logró que dos de sus más enconados enemigos: uno que le dijo “loco y vividor” y otro que le gritó “viejo guango” desde la Plaza Lerdo, votaran a favor de su reforma y se convirtieran por siempre y para siempre en un par de traidores. Por muchas mentiras que siga esgrimiendo en su defensa el mitómano Miguel Ángel Yunes Linares.
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