Para Rosi y Gaby, dos de las mujeres más extraordinarias que conozco.
Hace un par de décadas, estando y caminando en París, me fijé que había una campaña con grandes afiches publicitarios en las calles y pasillos del metro, en la que se invitaba a hacer conciencia sobre la soledad en la que viven muchos ancianos y ancianas (que ahora llamamos adultos mayores) y en la que se invitaba a visitarlos, a acompañarlos y a hablar con ellos y ellas. Me sorprendió mucho. Mi amiga francesa me comentó, al ver mi extrañamiento, que en Francia -y en Europa en general- había una crisis de abandono de las personas mayores por parte de la familia y la comunidad.
Esto en México podría sonar lejano o descabellado, porque efectivamente contamos con redes familiares más tradicionales en las que nuestros abuelos y abuelas en muchos casos todavía están rodeados de sus familias. Sin embargo, poco a poco, tanto por el cambio en la pirámide poblacional como por las transformaciones sociales, económicas y culturales de nuestro país, los adultos mayores, en muchos casos, van quedándose solos o les faltan personas con las que convivir, conversar, estar.
Acabamos de ver una extraordinaria película franco-británica, El Padre (The Father) con otra de las mejores actuaciones de Anthony Hopkins, que retrata y muestra la realidad inexorable de la vejez y el terrorífico drama humano que puede volverse la demencia senil. El filme pone descarnadamente la paradoja tanto de la familia que ama a su ser querido como la desconcertante e impotente constatación de una persona sobre una realidad que lo supera física y emocionalmente. Tanto el ritmo, secuencia, edición y temporalidad de la película lo meten a uno mismo como espectador a la percepción y sensación que pudiera sentir la persona que poco a poco va perdiendo esas facultades mentales y su memoria, su sentido de lo que es real o no es real, la distancia o espacio entre recuerdos y el presente, la vigilia o el sueño, lo conocido o lo meramente fantasioso, las personas que queremos y que nos aman con las personas que pueden dañarte, aunque sea de manera imaginaria, la confianza en ser tú o la duda de no ser, ni estar, el miedo por dejar de existir, el miedo por no recordar, el miedo por la nada, el regreso a una niñez con miedo donde ya sólo necesitemos el abrazo de nuestra madre.
Nos rodea el tiempo sincrónico y diacrónico de la vida, y de la vida con otros, de la vida con nosotros mismos y de la vida con quienes más amamos. Tanto ellos como nosotros nos vamos volviendo viejos, unos más pronto que otros. Y aquellos que se nos vuelven nuestros ancianos y ancianas -abuelos, padres, tíos, hermanos, etc.- nos reflejan el tiempo también de nosotros mismos, nos advierten de su tiempo y de nuestro tiempo. Pero también ese mismo tiempo de otros y nuestro, nos advierten de la importancia de la empatía, de la compasión y del amor.
Por todo eso, me ha resultado muy grato e interesante del anuncio de la próxima Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, sobre el lanzamiento del programa ‘Hoy por ustedes mañana por nosotros’ para llevar atención médica y medicamentos hasta la casa de los adultos mayores. El programa tiene como objetivo que los profesionales de la salud asistan a los domicilios de las personas de la tercera edad. Con palabras de la propia Presidenta Electa: “ahora vamos a llevar a médicos y enfermeras a la casa de cada uno de ustedes”…“Vamos a llevar la salud a su domicilio, para que ustedes puedan hablar con los médicos, que les tomen los exámenes y también que les lleven, si es necesario, los medicamentos gratuitos a su hogar”.
Me quedé pensando que este plan no sólo podría ser un programa social más, sino una oportunidad de innovación en un nuevo régimen que tiene una verdadera vocación de Estado de Bienestar, y más allá de ello, un programa de empatía y compasión por nuestros adultos mayores si logramos que no sólo sea con un enfoque médico o de salud, sino con un fuerte sentido de acompañamiento y cercanía con las y los adultos mayores.
Así, me parece una idea excelente este programa de “Salud a domicilio”, aunque sería importante poner atención en dos aspectos: el primero es un diagnóstico real y un presupuesto suficiente del número de profesionales (trabajadores y trabajadoras sociales, médicos y médicas, enfermeros y enfermeras, etc.) que tendría que tener. El segundo aspecto es que sería importante y novedoso que no sólo se quede en la dimensión médica, sino que pudiera abordarse más ambiciosamente para que esas visitas se conviertan en una compañía, en observaciones sobre la situación emocional del adulto mayor, en conversaciones empáticas y en cercanía humana.
Sobre el primer aspecto y con base en el Censo de INEGI, los adultos mayores de 70 años o más estarían en 2024 en una cifra cercana a los 7 millones de personas en México. Si queremos que esta población se cubra con un programa de calidad (no sólo en el sentido de bien diseñado e implementado, sino en el sentido de ser empático, cálido, amoroso) calculo que se debería tener para todo el país un ejército de al menos entre 40 y 50 mil personas especialistas o profesionales de la salud y de trabajo social para que cubran 140 adultos mayores al mes, que sería entre 4 y 5 hogares al día. Es decir, para que efectivamente pudiera ser un programa cálido y de calidad, sería conveniente que cada servidor público del programa visite entre 4 y 5 adultos mayores a lo largo de un mes y que al mes siguiente se repita y así cada mes: un visita al mes y 12 visitas al año para cada uno de los casi 7 millones de adultos mayores.
Otro aspecto que debe atenderse de manera especial es que, dado que se trata de visitas domiciliarias, se tienen que cuidar dos aspectos: el de la seguridad y confidencialidad, así como el del control y supervisión. Me parece que además de los controles internos normales del programa, deben añadirse también una supervisión o control por parte de las comisiones de derechos humanos, del Congreso (Cámara de Diputados) y de la sociedad a través de algún tipo de control ciudadano.
Por último, la dimensión humana es fundamental en este caso. Se trata de crear un programa que, además del enfoque meramente médico, sea un programa donde los adultos mayores puedan recibir -en caso de haber consentimiento expreso claro está- una compañía que pueda conversar con ellos y ellas, que pueda conocerlos y saber cómo están de ánimo y sus circunstancias personales, su emocionalidad, que pueda quizá jugar algún juego de mesa, leerles, hacer ejercicio o movimientos corporales, o bien dinámicas como cantar, actuar, etc. Estoy pensando en algo como lo que invitaban en Francia hace más de veinte años, a visitar a una persona mayor que vive sola o que se siente sola y simplemente hacerle compañía, conversar un rato, que se sienta quizá escuchada, atendida, valorada.
Independientemente de que en México exista esa familia extendida donde los adultos mayores están en cierta forma cerca de sus seres queridos, si logramos que el Estado implemente un programa de este tipo con calidad y presupuesto, podríamos estar avanzando hacia un verdadero y real Estado de Bienestar y una sociedad más amble, empática y humana. El programa de la Presidenta Sheinbaum puede ser un hito en ese sentido.
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