El 19 de junio, Francisco López, de 48 años, regresaba a su casa después de trabajar como repartidor en el mercado en la colonia Santa Úrsula Coapa, al sur de la Ciudad de México. Estaba atravesando una avenida, pero de un momento a otro ya estaba en el suelo con un charco de sangre alrededor de la cabeza. Fue atropellado por un auto particular.
El conductor, asustado, bajó de su vehículo y propuso llevarlo a un hospital privado, aunque no tenía seguro para estos casos. Los policías que acudieron al accidente le recomendaron que lo trasladaran a un hospital público debido a las tremendas contusiones que a simple vista les hizo pensar que su estado era grave.
Lo llevaron al hospital Balbuena, especializado justamente en traumatología, pero desde el primer momento fue ignorado. A tal grado que dos días después, a Francisco le salían larvas de la nariz, jamás le hicieron curación de la herida que tenía en la cabeza y 19 días después murió por supuesta neumonía, aunque en un principio le dijeron que había tenido un paro cardiaco, acusa su hermana Alicia López, de 50 años.
La falta de higiene en el hospital saltaba a la vista, insiste. Había moscas en el hospital y los botes de basura ni siquiera tenían una bolsa, como obliga el protocolo de tratamiento de desechos en un hospital, y estaban rebasados de tubos desechables, plásticos y papel, como se observa en una de las fotografías que tomó Alicia.
Aunque la basura, las camas descompuestas y la falta de limpieza en los cuartos y baños de un hospital le parecía criticable, no imaginó que llegaría a niveles tan extremos como la aparición de larvas en el cuerpo de su hermano dos días después de ser internado, el 21 de junio. “Cuando lo visité estaba agusanado, le salían de la nariz. No lo podía creer”.
Al reclamar, el personal de enfermería le dijo que la sonda que le introdujeron por la nariz tal vez estaba contaminada; aunque días después, un médico reconoció que se debía a una mosca. Lo aislaron del resto de pacientes, y le trataron esa afección provocada dentro del hospital, pero la falta de atención era notoria.
Desde el 19 de junio cuando ocurrió el accidente y hasta julio, el personal de enfermería ni siquiera lo habían bañado; lo tenían amarrado con vendas a la cama que le dejaron marcas en el cuerpo, como comprueban las fotografías que también tomó. Según le explicó el personal de enfermería, hicieron eso porque “se movía mucho”, aunque supuestamente le estaban aplicando sedantes y antiinflamatorios para tratar el dolor.
Aún así, días después le pidieron a Alicia que llevara paracetamol, porque el hospital ni siquiera tenía ese medicamento. Tenía que comprar tres frascos por día que costaban 600 pesos, pero “aún teniendo el medicamento ni se lo ponían. Llegué a ir y los frascos ahí. Lo veía llorar, se mordía, pero no le hacían nada”.
“Le sangraba un oído, y solo me decían que era normal porque le estaba saliendo el golpe. Detrás de la cabeza tenía la sangre seca porque nunca le hicieron una curación. Pasó una semana sin la sonda gástrica porque su médico, Omar García Elías, me dijo que era responsabilidad de la enfermera, luego yo le pregunté al subdirector y me dijo que le tocaba al médico hacerlo. Cuando le reclamé al doctor, me respondió que jamás había dicho que la enfermera tenía que hacerlo”.
A Alicia no le explicaron a ciencia cierta cuál era el diagnóstico de su hermano en las tres semanas que estuvo internado, aunque supo perfectamente que el 2 de julio comenzó a empeorar. En cada visita lo veía más y más hinchado de la cara, manos y pies. Luego supo que ese día, una médica residente lo había intubado y le había puesto la sonda gástrica.
Viéndolo tan mal, grabó un video para mostrárselo a su hermana, enfermera de profesión, quien al verlo supuso que le habían colocado mal el tubo por eso tenía tanta dificultad para respirar, por eso se estaba poniendo morado. Pero “como nunca lo iba a ver un doctor, por eso ni se dieron cuenta de que tal vez estaba mal puesto. Mi hermano era de tez morena clara, y todos esos días se puso negrito negrito”.
Hasta julio, una doctora revisó sus estudios y detectó que el golpe era tan profundo que estaba afectándole el tallo cerebral, lo que hacía imposible una operación por el momento, además que la hinchazón que ya tenía en todo el cuerpo después de un mes internado y sin un tratamiento, no ayudaba, y le dijo que se preparara para lo peor.
El pronóstico se cumplió. El lunes, a las 8 de la mañana, Alicia estaba formada para recibir el reporte. Era la última en la fila y vio a lo lejos al doctor García dando información a las personas delante de ella. Minutos después, cuando fue su turno, el médico le dijo “acabamos de tener una complicación, su hermano tuvo un paro cardíaco y falleció”.
Alicia lanzó el grito más doloroso de su vida y la rabia le llenó el cuerpo. Reclamó el maltrato que había tenido desde que lo internaron. “¿Por qué no me llamaron? ¿Por qué no me lo dijo desde que me vio formada? ¡Ustedes son inhumanos!”, gritó. Al entrar al cuarto, ya lo tenían envuelto con una sábana.
“En mi vida había visto una falta de humanismo del hospital”, afirma Alicia.
Ya traían las larvas, dice el hospital
Animal Político buscó al IMSS-Bienestar, quien administra este hospital, para preguntarle sobre estos casos y la situación del hospital. En una nota informativa reconocieron que “en junio pasado se atendieron únicamente dos casos de miasis”, pero ‘destacan’ que “ambos no se adquirieron dentro del hospital, ya que los pacientes presentaban factores de alto riesgo previos”.
“Los casos mencionados se detectaron dentro de las primeras 24 horas a su ingreso. El periodo de incubación para la formación de larvas es de 5 a 10 semanas, tiempo poco probable para que la infección se haya adquirido en el hospital.
Existen varios factores de riesgo para la aparición de la miasis, entre ellos están: malas condiciones de higiene, alcoholismo crónico, heridas expuestas, dormir a la intemperie, entre otros”, dice la nota.
Sin embargo, ni Francisco ni el otro joven de 19 años también infectado, tenían algún padecimiento previo, ni dormían ‘a la intemperie’, pues ambos eran económicamente activos y los dos regresaban a su casa cuando se accidentaron.
Además, la incubación de las larvas no ocurre en semanas, sino en horas, como confirma información oficial publicada por la Secretaría de Marina en la que explica a detalle el ciclo de la “miasis humana”.
“Una mosca adulta puede desovar entre 50 y 300 huevos en una herida. Las larvas comienzan a formarse entre 8 y 12 horas después, cuando ‘eclosiona con un tamaño de 1.7 mm’. Crece en 24 horas de 7 a 8.5 mm, alcanzando su pleno crecimiento entre 50 y 60 horas y llegan a medir de 1.3 a 2.5 cm”.
De acuerdo a la infografía de la Sedena, “las moscas son atraídas por el olor a putrefacción y desovan en lugares con materia orgánica en descomposición, por lo que sus huevos o larvas suelen concentrarse en sitios insalubres, sobre heridas infectadas o en vegetales en descomposición”.
El segundo caso de infección con larvas ocurrió cuando Yael Macario, de 19 años, se encontraba en terapia intensiva.
Él tuvo un accidente en motocicleta el 29 de mayo pasado, cuando se dirigía a su casa después de su jornada como cargador en la central de abasto de la Ciudad de México. Los golpes fueron tan severos que fue ingresado al área de terapia intensiva desde un inicio.
Doce días después, en una visita que le hizo su padre, se dio cuenta que tenía una mosca en la nariz y pequeños gusanillos, las larvas. Nadie del personal lo había notado. “Es que no hay doctores. En la mañana a veces lo veía un médico, pero en la tarde solo había pasantes”, explica María Cristina Aranza, de 40 años, madre de Yael.
Luego le explicaron que debió haber sido operado para drenar la acumulación de sangre que tenía en la cabeza, pero más de un mes después no lo habían hecho. Sólo estaba conectado a un ventilador.
“Me decían que estaba mal, pero con el paso de los días lo vi mejorar. No se movía nada al principio, pero luego le preguntaba ‘¿hijito, me amas?’ y me apretaba la mano. La mitad de su cuerpo sí estaba consciente. Luego como que movía la boca”, cuenta María Cristina.
Este miércoles 10 de julio, Yael falleció. La causa de muerte fue un paro respiratorio, pero María Cristina tiene otra conclusión. “Me lo dejaron morir. Me lo dejaron morir”, dice a través de un chat para dar la noticia, días después de la entrevista que había ofrecido para esta publicación.
Al preguntarle por qué dice eso, su respuesta es tajante: “porque son unos desgraciados que no le dieron el medicamento y no lo atendían como era. Los enfermeros son una basura de personas. La verdad es que lejos de ayudar acaban con uno”.
La intención de María era conseguir un mejor trato para su hijo y para el resto de pacientes, todos con situaciones económicas precarias. Ahora, señala: “sí debería sacar el reportaje, para que no dejen morir más gente”.
Aún cuando ella está pasando por el dolor más grande. “Mi hijo murió y siento que Dios me abandonó”.
El Hospital Balbuena atiende a personas sin seguridad social, y a partir del año pasado, es administrado por el gobierno Federal, como parte de “IMSS-Bienestar”, la estrategia del presidente Andrés Manuel López Obrador, que sustituyó al fallido Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), creado en su administración.
El Insabi, a su vez, sustituyó al Seguro Popular, un programa iniciado en el sexenio de Felipe Calderón mediante el cual la Federación financiaba hospitales que atendían a población sin seguridad social, los más pobres del país, y pagaba tratamientos de enfermedades catastróficas como cánceres o trasplantes.
El Seguro Popular era financiado con un fideicomiso que hasta 2018 tenía 119 mil millones de pesos. Al desaparecer, esa bolsa pasó al Insabi, al Fondo de Protección contra Gastos Catastróficos (Fonsabi). Para diciembre de 2023 sólo habían 45 mil millones de pesos. Es decir, en 4 años AMLO disminuyó 62% del dinero ahorrado durante 14 años, sin explicar en qué lo gastó.
Durante el sexenio, padres de niños con cáncer que recibían tratamientos a través del Seguro Popular denunciaron desabasto y los números lo confirman. En 2021, por ejemplo, los recursos para pagar los tratamientos de cáncer de mama e infantil disminuyeron hasta 97%, lo que impidió pagar 7 mil 900 tratamientos para pacientes con esas enfermedades que no tienen seguridad social, en comparación con el sexenio anterior, como documentó Animal Político en la investigación No fuimos Dinamarca.
Además, el personal sanitario protestó varias veces por la falta de insumos básicos para atender a los pacientes. La que movilizó a más trabajadores fue la ocurrida en junio del año pasado, que incluyó a 27 hospitales, incluyendo al Hospital Balbuena.
Animal Político
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