Viejo, solo y con la salud muy deteriorada, el expresidente José López Portillo recibió en diciembre de 1997 en su casa de la Colina del Perro, a los periodistas Miguel Ángel Granados Chapa y Miguel López Azuara, para una charla “informal” sobre su libro Mis Tiempos, un mazacote de dos tomos que fue de lo que menos hablaron.
A esa reunión asistí en calidad de convidado de piedra invitado por don Miguel López Azuara que simplemente me dijo: “Ven, acompáñame”.
Por más de dos horas, el Garañón Criollo habló de su vida y su carrera política aderezándolas con anécdotas y pasajes históricos. Pero cuando tocó el tema de Luis Echeverría su voz llegó a quebrarse.
“Les aseguro que siempre, desde adolescente, le tuve un cariño fraterno a Luis. ¡Y cómo no tenérselo si me nombró su sucesor! Pero como paradoja, fue a partir de ese momento que nuestra amistad se fracturó y perdí para siempre a uno de mis más grandes amigos”, dijo en un tono de tristeza que me pareció sincero.
Agregó que el interés de Echeverría de apoyarlo en su campaña se convirtió en una “molesta obsesión”. No había día que el presidente no lo llamara para instruirle, sugerirle, plantearle, indicarle o incluso ordenarle qué hacer o qué decir.
El vaso llegó a su nivel cuando en una reunión privada, Echeverría dijo que si veía trastabillar a su futuro sucesor no vacilaría “en aconsejarlo sobre la mejor forma de gobernar”. Y se desbordó cuando lo “invitó” a su “gira de despedida”, para que todo mundo se diera cuenta que él, Echeverría, seguiría tras bambalinas al mando de la nación.
“Esa fue la última humillación que le aguanté, lo demás es del dominio público”, dijo don José.
Cuarenta y siete años después, la historia se repite con un presidente con más poder que el que tuvo Echeverría y una presidenta electa a la que no le ha quedado de otra que doblarse ante las “sugerencias” y “consejos” de su hacedor y guía.
Claudia Sheinbaum no quiere las reformas al Poder Judicial, al menos no como las está ordenando López Obrador. Sin embargo, tras la comida que tuvieron el sábado en Palacio Nacional, salió a decir que la reforma al PJ va en septiembre como quiere el presidente.
Pero López Obrador quiere más. Quiere que el poder siga en sus manos después de desprenderse de la banda presidencial. Y por eso la “invitó a su gira de despedida” por tres estados del norte. Y Claudia tuvo que aceptar.
Ignoro si la doctora admita como última esta nueva humillación. O si consentirá más.
Claudia debe ponderar si acepta el triste papel de marioneta con el que pasará a la historia si deja que López Obrador siga metiendo su cuchara en un plato que ya no será suyo después de octubre. O da un manotazo en la mesa como lo hizo López Portillo con su antecesor.
Sé que no faltará quien diga que nomás por su cuenta, don Pepe dejó en un suspiro a la nación y tiene razón. Pero con Echeverría “aconsejándolo” desde su casa de San Jerónimo, México estaría peor… mil veces peor.
Andrés Manuel se irá dejando el reguero de asesinatos, secuestros, desapariciones y feminicidios más grande en la historia de este país; el peor sistema de salud y el desabasto de medicamentos y vacunas más crítico en la historia de este país; el peor aeropuerto, el peor tren y la peor refinería en la historia de este país y la deuda más grande en la historia de este país.
Además, dejará más de la mitad del territorio nacional en manos de la delincuencia y a una ciudadanía con más miedo.
Si por no hacerlo enojar o por temor a que el tabasqueño le endilgue los epítetos de malagradecida y traidora, Claudia lo deja hacer y deshacer después del 1 de octubre… futa.
Ahora sí que literal lector y de acuerdo a lo que decida la señora, será el futuro de esta bendita nación.
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