Para mi hija Isabel
Martin Heidegger creó una distinción que me parece maravillosa para tratar de explicarnos la condición humana y nuestra existencia. Se trata del concepto del “Dasein” o “ser ahí” o “ser en el mundo”. El filósofo alemán explica que los seres humanos estamos “arrojados” al mundo y que de ello deriva la angustia de existir.
No pretendo entrar al detalle de esta gran filosofía, sólo quisiera utilizarlos como distinciones explicativas para poder entender una obra de dramaturgia que me impactó muy gratamente, además de provocar reflexiones que ahora comparto aquí.
Se trata de: “Juana Ramírez”, obra de teatro escrita y dirigida por Andrea Garrote, y puesta en escena por la Compañía Titular de Teatro de la Universidad Veracruzana (ORTEUV), y que este fin de semana tendrá sus últimas presentaciones en el Teatro La Caja.
Antes necesito contextualizar mi propia necesidad de entender una parte importantísima de mi propio ser y de mi propia vida, es decir, de mi ser arrojado a este mundo. Se trata de una mujer: mi hija.
Ser padre hoy en día de una mujer, y yo añadiría, de una gran mujer, es cosa que como hombres y no sólo como padres, tenemos el reto de entender en nuestra propia responsabilidad paterna y masculina. Tenemos una parte muy importante que jugar en nuestro papel de hombres como parejas o padres de una mujer. No porque ellas no puedan ellas solas lograr su desarrollo o personalidad, sino como parte de las estructuras sociales y familiares que perpetúan y enmarcan situaciones o condiciones de poder y de control hacia las mujeres.
Mi hija tiene 18 años y es parte de esta nueva generación de mujeres que están exigiendo un nuevo trato, condiciones de igualdad, de respeto, de seguridad y, sobre todo, de un alto a todas las violencias que reciben por parte de una sociedad patriarcal y misógina, por hombre (y mujeres) machistas, dominantes y violentos. Además de que ella lo ha venido haciendo también desde su gran capacidad poética y artística. Ahora que ella está en un exponencial desarrollo personal que toca ámbitos desde el amor y el desamor, hasta la elección de profesión y de vida, desde su propio ser ahí y ser en el mundo y darse cuenta de que ella también está arrojada a esta su propia y angustiosa existencia humana.
“Juana Ramírez” me resultó especialmente sorprendente porque en los últimos meses he estado leyendo mucho sobre espiritualidad religiosa y sobre la vivencia mística religiosa como una necesidad y voluntad de relación y conexión con lo divino, al mismo tiempo de numerosas lecturas e interés sobre la filosofía existencial y sobre el pensamiento de Nietzsche, en una intensión de encontrar puntos de conexión entre la doctrina cristina y la crítica que hace este filósofo al cristianismo, para luego caer en las distinciones de Heidegger sobre el ser humano.
No que “Juana Ramírez” trate estos temas, pero al ver esta comedia dramática no dejaba de reflexionar precisamente sobre la tensión, angustia, y dilemas de una mujer como Sor Juana Inés de la Cruz que, igualmente con su gran inteligencia, curiosidad y sensibilidad, tuvo que vivir “arrojada” en ese mundo todavía más estructuralmente cerrado y controlado por hombres e instituciones políticas y sociales patriarcales y machistas.
“Juana Ramírez” tiene que ver más con el abuso de poder y digamos “corrupción” de esas estructuras de poder patriarcal ante una mujer culta e ilustrada, y menos con el dilema o conflicto propiamente de la creencia religiosa. Ilustra perfectamente la dicotomía y contradicción entre el discurso de la fe y de la moral cristiana con la práctica y realidad que sustentan esas instituciones del mundo. “Juana Ramírez” plasma perfectamente el conflicto entre vivir en este mundo por un lado y el soñar y exigir un mundo diferente.
Aunque son voces y letras de unos pasados ya quizá remotos, Juana es nuestra contemporánea porque nuestras sociedades siguen adoleciendo de lo mismo. Pero es referente y es nuestro faro y ancla que están ahí para regresar a ella y recordar que la impronta individual y personal sí pueden cambiar este mundo, que el “Dasein” y el estar arrojados pueden ser motor de cambio y de metanoia en los que no seamos más simples arrojados y podamos cambiar nuestro propio “ser en el mundo” y nuestro simple “ser ahí”, por una transformación personal y social que transciendan lo que hoy es o somos.
Esta historia de vida de Juana, desafiaron su mundo, su ser en el mundo, y por lo menos, cambió ella misma e intentó esa transformación para su mundo aunque no lo haya lograron en su propio presente; cambió ella misma y a muchas otras personas para ser lo que ella decidió y quiso ser, en el contexto en el que vivió y le tocó.
Hoy en día hay muchas voces femeninas que están cambiando estructuras y mundos porque se atreven a la no-conformidad de estar arrojadas y de transformarse y transformar el mundo desde la música, la literatura, las artes, la política o incluso desde la introspección psicológica o religiosa.
Termino con un aspecto esencial para Heidegger quien distingue entre habla y lenguaje, y señala que “la comunicación de las posibilidades existenciarias del encontrarse, es decir, de abrir la existencia, puede venir a ser meta peculiar del habla poética”. Juana Ramírez o Sor Juana Inés de la Cruz eligió la escritura, la literatura y la poesía para ser, para estar, para hablar y para existir. No se pierdan esta gran obra en el Teatro la Caja este viernes, sábado o domingo.
Esta obra de Andrea Garrote cuenta con las excelentes actuaciones de muchas mujeres, destacando las de Karem Manzur como Juana, y Miriam Cházaro, Karina Meneses, Gema Muñoz, Karla Piedra, Ruth Vargas, Katia Lagunes, Patricia Estrada y Selena Arismendi, así como las de Max Madrigal, Carlos Ortega y Raúl Pozos.
Referencias:
http://www.organizacionteatral.com.mx/juanaramirez
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