Retomo mi columna “La vida está en otra parte” nuevamente aquí en Formato 7, precisamente con una reflexión sobre mi preocupación, sorpresa, inquietud y malestar sobre la cultura política mexicana que en los últimos años se ha degradado peligrosamente para nuestra convivencia social y política. Esto a partir de mi estupefacción personal de no haber podido yo, a pesar de mi interés e intento, ver ni escuchar ninguno de los debates de estas contiendas electorales nacional y local: los primeros y segundos debates sólo pude ver un par de minutos y los terceros debates logré avanzar hasta diez minutos, pero no más y decidí apagarlo.

El proceso electoral mexicano ha demostrado una sola cosa: que vivimos en una sociedad envenenada, en la que las personas están envueltas en conversaciones débiles y muy pobre empatía y confianza, por decir lo menos. Incluso la misma propaganda electoral es insulsa, sin contenido, sin propuestas concretas, llenas de lugares comunes, con frases vagas y palabras sin significado real.

Los partidos políticos y sus candidatos, sus discursos y formas de hablar y comunicarse, demuestran que vivimos en una sociedad en la que la conexión, el diálogo, la amistad, la empatía, las relaciones profundas están debilitadas por las animosidades políticas, la deshumanización tecnológica y la ruptura social, que finalmente sólo logran borrar la confianza y los acuerdos comunes.

Vivimos en una especie de crisis emocional, relacional y espiritual en la que hemos perdido la habilidad para ver y entender a otra persona. Creo que parte de esta situación se debe a una muy pobre comprensión de lo que es el poder, la política y el gobernar. La política, la sociedad, la cultura y el gobierno tienen que ver principalmente con escuchar, ver, entender, dialogar, acordar y respetar. Todo eso ya no existe en la política mexicana, ni en los partidos, ni en los candidatos. La descalificación, la falta de dialogo y escucha, la pobre capacidad de llegar a acuerdos y puntos mínimos comunes, son hoy en día el veneno que recorre nuestra cultura política, social, comunitaria y hasta familiar.

Cada vez más en México vivimos en una sociedad de la desconfianza, lo que el filósofo Axel Honneth llama un “desorden del reconocimiento”. Y el problema es que cada vez más la política llama o es ocupada por personas que tienen un fuerte sentido de la desconfianza y no al revés. Los políticos hoy en día nos hablan de desconfianza, su discurso es en la mayoría de las veces negativo. La política, los partidos, las elecciones, el poder, convocan a las personas con una mayor mentalidad de negatividad y desconfianza.

Para ser político o estar en la política ya no se necesita tener un sueño de una sociedad mejor, o querer estar con los pobre o más necesitados, o querer ayudar a la gente y a la solución de los problemas públicos, o tener ideas, planes y proyectos. Ahora para ser político sólo se necesita estar en un grupo “chairo” o “fifí” (palabras que, por cierto, demuestran también una pobreza de lenguaje de niveles escatológicos), y pertenecer a un partido que sientas que es apropiado para descargar tus resentimientos y frustraciones.

Todo se ha vuelto polarización en la nueva cultura política mexicana. En esta nueva cultura hay un fuerte contenido de resentimiento y de discriminación. El objetivo de la política se ha vuelto producir “likes”, twits, memes, post, repost, historias, en las que mi visión es validada emocionalmente y la de la otra persona es anulada, ironizada, ridiculizada, ignorada, pisoteada. El otro está mal o es malo y yo estoy bien y soy bueno.

Esta nueva cultura política destruye la comunidad, la sociedad y la conexión, y también destruye la imaginación y la construcción de una visión común de futuro, acaba con la posibilidad de convivir.

La política se ha vuelto de agitación, de perturbación, de manifestación, de encono, de tribus, y no de encuentro, comunidad, de cercanía ni acuerdos, ni de servicio, ni diálogo, ni escucha. Nuestra nueva política nos deshumaniza. La política mexicana se ha vuelto de dominación, de ganar todo, de aplastar, denostar, eliminar, pulverizar.

“La Política” con mayúsculas es de ideas, propuestas, planes, visiones de futuro, de compartir un sentido positivo, alentador, motivador, de la vida, de la sociedad, de la comunidad, del país, de escuchar y compartir, de convencer, de dialogar y conversar, de acordar. En México, y también en el mundo entero, nos estamos olvidando de esto.

A la nueva política mexicana están entrando personas solitarias, resentidas, racistas, acomplejadas. A los nuevos y nuevas políticas les falta generosidad, amabilidad, empatía, paciencia, escucha, respeto, paz, amor, o compasión, sin mencionar educación y preparación. A este tipo de personalidades sólo les queda la humillación, el rencor, el odio.

Las y los políticos y los partidos de hoy en día, son ciegos: no ven a sus contrincantes, no ven a la sociedad, no ven a los ciudadanos, no ven nada ni a nadie. La nueva política mexicana es de una ceguera espeluznante que se está contagiando a todas las personas, ámbitos, familias, escuelas, comunidades.

Este problema se está volviendo cultural, estructural y diría que hasta civilizatorio. Estamos perdiendo las habilidades para tratarnos con amabilidad, bondad, generosidad y respeto. También estamos perdiendo la habilidad, tanto en las familias como en la sociedad, de encontrar propósito en la vida, dirección y significado. E incluso estamos perdiendo habilidades emocionales y de empatía hacia las personas con las que convivimos e interactuamos. Simplemente son habilidades personales y sociales que son necesarias para respetar a otra persona en toda su dignidad y ser. Y mucho de ellos se debe al ejemplo de nuestros líderes y la cultura negativa y de confrontación que han promovido (y aquí incluyo también a una elite económica también racista, ignorante, provocadora y cerrada).

La solución no es moral o de una nueva moral o de una mejor educación moral, simplemente porque en ellos también puede haber un abanico de posiciones todas válidas. La solución de fondo es acuerdos comunes que todos y todas respetemos, reglas y formas de conversación y diálogos que todos y todas respetemos, visones de futuro compartidas con mínimos básicos de consenso, parecido a lo que plantea John Rawls en su Teoría de la Justicia (ver mi artículo sobre este en una entrega anterior).

Sigo pensando como siempre que la solución a una nueva cultura política democrática somos los ciudadanos, la participación de toda la sociedad civil, el respeto a las libertades y derechos individuales y sociales, la existencia y apoyo de una pluralidad social y cultural con la participación de todas las organizaciones e instituciones de la sociedad civil. Mientras no fortalezcamos esto, los partidos y los políticos seguirán acaparando el debate y la agenda política de nuestro país.

Agradezco a Formato 7 por permitirme participar nuevamente en este espacio libre de expresión.