Los veracruzanos hemos tenido gobernadores buenos, regulares, malos y al actual.

Ninguno se había dejado manejar por alguien que no fuera el presidente o el secretario de Gobernación, que llegado el caso ordenaban más que manipular.

En diversas ocasiones los gobernadores han aceptado recomendaciones para colocar a algunos políticos en buenos cargos, pero a final de cuentas supieron cumplir con la petición y salirse con la suya.

Rafael Hernández Ochoa colocó a Luis Octavio Porte Petit como secretario de Gobierno a petición de Rodolfo Echeverría, hermano del entonces presidente Luis Echeverría. Sin embargo, los asuntos políticos se los dejó a su hombre de confianza Carlos Brito, subsecretario de Gobierno.

El gobernador Agustín Acosta Lagunes colocó a Raúl Lince Medellín en la Secretaría de Gobierno porque fue una petición de Gustavo Carvajal, pero inicialmente las cuestiones políticas estuvieron en manos de quien quiso don Agustín: Ignacio Morales Lechuga y luego en las de Amadeo Flores.

Fernando Gutiérrez Barrios, cuando se fue de secretario de Gobernación le dejó a Dante Delgado, en la Secretaría de Gobierno, a Alfredo Algarín, a quien Dante no le dio ninguna atribución y tuvo que renunciar.

(El caso de Javier Duarte fue atípico, pues quien lo puso no fue el presidente sino su jefe el gobernador Fidel Herrera…y se la pasaron en un estira y afloja, uno queriendo influir de más y el otro tratando de no dejarse).

Así había sido siempre. El gobernador en turno aceptaba la petición de algún personaje importante para dar un nombramiento dentro de su gabinete, pero a final de cuentas terminaba por ceder a medias haciendo respetar su investidura.

Pero llegó Cuitláhuac García, quien no solo aceptó que le impusieran a varios secretarios de despacho sino que de un tiempo a la fecha permite que le ordenen que corra a funcionarios.

Todo parte de lo mismo. La que pone y quita es Rocío Nahle, primero como cercana colaboradora de López Obrador, después como secretaria de Energía y ahora como candidata a gobernadora.

Y en ese quitar y poner, pasando por la autoridad del gobernador y dejándolo en una posición muy incómoda, llaman la atención dos casos.

Si alguien le dio poder al defenestrado exsecretario de Gobierno, Eric Patrocinio Cisneros, fue Nahle.

-Y este asunto cómo lo resolvemos, preguntaba el Gobernador.

-Velo con Éric, respondía la secretaria de Energía, según cuentan morenistas que presenciaron esos diálogos.

Claro que cuando la creación tomó fuerza propia y quiso ser el candidato, se pegó el grito al cielo y se le exigió al Gobernador que ya no le permitiera regresar a la Secretaría de Gobierno.

Cuitláhuac, al que evidentemente le pesa ejercer el poder, aceptó la orden.

El otro caso es el de quienes tuvieron que irse en estos días (el subsecretario de Gobierno y otros funcionarios) acusados de ser gente del exsecretario de Gobierno.

Para la candidata a la gubernatura por parte de Morena no hay morenistas institucionales, capaces de querer hacer ganar a su partido más allá haber tenido un jefe.

Si ordenó que los corrieran es porque, se entiende, cree que operan y operarían en contra de ella, es decir, como ya había trascendido, su desconfianza es grande y muy extendida.

Prácticamente, fuera de un círculo muy reducido, la desconfianza existe sobre todos los morenistas que han colaborado en el actual gobierno, así se les vea en algunas tareas.

Así las cosas, el trabajo partidista es a la fuerza, sin reconocimiento y lógicamente no habrá retribución.

¿Qué cuentas pueden entregarse si todo parte de la desconfianza, de ser vistos como potenciales traidores y además con capacidad reducida?

Nadie que quiera ganar una elección llega maltratando a los que ya están, son del mismo partido y ordena correr a dos semanas de las votaciones… pero siempre hay una primera vez y solo porque sería un escándalo y de las alturas de la 4T lo frenarían, pero si no tal vez ya se hubiera planteado que el siguiente en solicitar licencia ¡fuera el Gobernador!