¿Será que en un país como México, identificado a nivel mundial como corrupto, el futbol profesional está libre de corrupción?
Estando la situación tan candente por cuanto hace al proceso electoral y la importancia que tiene para nuestro futuro inmediato y mediato en lo político, económico y social, pareciera irrelevante abordar el tema del futbol que en unos días más entrará a la fase de liguilla.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta que en nuestro país este deporte despierta más interés que la política, acapara la atención semanal de millones de personas, une y desune a familias y mueve millones y millones de pesos en ventas de jugadores, apuestas, comercialización de playeras, balones y otros artículos, publicidad y transmisión por televisoras.
Desgraciadamente los que mandan o incluso manipulan el futbol mexicano están lejos de entregar buenas cuentas a una afición tan noble, fiel y apasionada como la mexicana.
En lo deportivo hay un retroceso que viene desde el pasado Mundial, cuando ni siquiera pudo pasarse a la segunda ronda eliminatoria y ahora está más claro cuando el nivel de los jugadores de acá está por debajo del de los de Estados Unidos, a los que ya no pueden ganarles.
Afirman expertos en estos temas que ese bajón deriva precisamente de que lo deportivo está colocado en segundo plano, pues son privilegiados los negocios.
Y en eso de los negocios entran cuestiones como permitir que un dueño de casas de apuestas sea propietario de un equipo de futbol, que el mandamás de una televisora influya en la Comisión de Arbitraje y decida los nombramientos de directivos de la Federación de Futbol y que otros tengan dos equipos en la primera división.
Cuestiones como esas se prestan a corrupción, a que se ganen partidos con trampas, a que se pierda cuando se tiene todo para ganar, a que a los equipos e incluso a la Selección lleguen bultos (o se eternicen) con nivel de segunda y a que se obtengan campeonatos a la mala.
Mientras tanto, millones de mexicanos siguen fielmente a sus clubes y se apasionan tanto que ponen el futbol por encima de casi todo.
¿Yo fanático?, no, si acaso cuando pierde mi equipo el coraje se me quita por ahí de media semana, escribió alguien.
La afición debería organizarse para, con su fuerza numérica, exigir un futbol bien dirigido y sin influencias nocivas que solo ven por sus intereses económicos en tanto millones de personas sufren por derrotas o gozan por triunfos que pueden estar arreglados.
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