De acuerdo con la Universidad de Melbourne, Australia, la primera medición científica de una ola gigante fue la de Draupner, de 25.6 metros, registrada en el Mar del Norte en 1995
Una expedición de la Universidad de Melbourne, Australia, a las aguas meridionales que rodean la Antártida develó que el viento impulsa la formación de colosales olas monstruosas o gigantes. Además, estas ondas impredecibles de gran amplitud ocurren con más frecuencia de lo que los científicos habían considerado antes, según un nuevo estudio publicado en Physical Review Letters.
El equipo de investigación dirigido por el profesor Alessandro Toffoli descubrió que las olas rebeldes o monstruosas surgen de fuertes fuerzas del viento y patrones de formas de onda impredecibles. Esto confirma una idea previamente demostrada solo en experimentos de laboratorio.
“Las olas gigantes son colosales, dos veces más altas que las olas vecinas y aparecen aparentemente de la nada”, apunta Toffoli.
De acuerdo con un comunicado de la Universidad de Melbourne, una ola gigante es un oleaje único más alto que las olas cercanas o vecinas, que puede dañar los barcos o la infraestructura costera. Las olas oceánicas se encuentran entre las fuerzas naturales más poderosas de la Tierra. Y, “como las tendencias globales sugieren que los vientos oceánicos soplarán con más fuerza debido al cambio climático, las olas oceánicas podrían volverse más poderosas”.
Para el estudio, los investigadores implementaron una técnica novedosa para obtener imágenes tridimensionales de las olas. Operando cámaras estéreo a bordo del rompehielos sudafricano SA Agulhas II, durante la expedición a la Antártida en 2017, capturaron información poco común sobre el comportamiento de las olas en esta remota región.
Su método, que imita la visión humana mediante imágenes secuenciales, permitió al equipo reconstruir la superficie ondulada del océano en tres dimensiones. Lo anterior, proporcionó una claridad sin precedentes sobre la dinámica de las olas oceánicas.
Las olas monstruosas durante la “etapa joven” de una onda
A tenor de la institución académica, la primera medición científica de una ola gigante fue la de Draupner de 25.6 metros, registrada en el Mar del Norte en 1995. En el siglo XXI se han reportado 16 incidentes sospechosos de olas rebeldes.
“Los mares agitados y los vientos salvajes de la Antártida pueden hacer que las grandes olas se ‘autoamplifiquen’, lo que da como resultado una frecuencia de onda gigante que los científicos habían teorizado durante años, pero que aún no podían verificar en el océano”, asegura el profesor Toffoli.
Basándose en estudios numéricos y de laboratorio, que habían sugerido la función del viento en la formación de olas rebeldes, las observaciones del equipo de investigación han validado estas teorías en el entorno oceánico real.
“Nuestras observaciones ahora muestran que las condiciones marinas únicas con olas rebeldes surgen durante la etapa ‘joven’ de las olas, cuando responden mejor al viento. Esto sugiere que los parámetros del viento son el eslabón perdido”, afirma Toffoli.
En palabras del docente, el viento crea una situación caótica donde conviven olas de diferentes dimensiones y direcciones. El viento hace que las olas jóvenes crezcan más altas, más largas y más rápidas. “Durante esta autoamplificación, una ola crece desproporcionadamente a expensas de sus vecinas”, agrega.
“Registramos olas dos veces más altas que sus vecinas una vez cada seis horas (…) Por el contrario, no detectamos olas rebeldes en mares maduros, que no se ven afectados por el viento”, dice.
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