Por Leopoldo Enrique Corona Orencio
Investigador de temas indígenas.
No se sabe a bien si de Teotihuacan, el Calmecac o del Popolvhu, ¡de uno o de todos!; brotaron sonidos que, transformados en oralidad, se convirtieron en coloridas historias y leyendas que, abonando al tiempo y al universo, dieron origen a muchas de nuestras creencias y tradiciones.
Algunas se convirtieron en luz, otras en piedra; narran el porqué de las cosas, del hombre y de lo que aún no sucede.
De piedra, una enorme que se encuentra en el museo de Antropología de la Ciudad de México, y que se conoce como Piedra del Sol Azteca, se narra la historia azteca de la creación, el centro del calendario circular, sintetiza las cinco etapas de la creación del mundo, los Cinco Soles que dieron origen al universo y a nosotros.
En orden, cada uno de los 5 soles corresponde al reinado de un dios, que terminó en catástrofe al destruir a la humanidad, para dar paso al resurgimiento de un “nuevo hombre” y así renacer guiados por otro dios.
Transcurrida la cuarta destrucción de la tierra, los dioses decidieron crear una hoguera y con ello los dioses Nanahuatzin y Tecciztecatl se convirtieron en el Sol y la Luna.
Entonces ahora los aztecas de nueva creación, tenía como tarea mantener al sol naciente con vida y con esto a todo el universo.
Perturbando el silencio que era vestigio de esperanza, en un destello al unísono de la luz, nace otra leyenda, la del Colibrí.
Entonces además de Ometeotl, dios de la dualidad que se creó así mismo, los dioses Xipetótec, Tezcatlipoca, Quetzalcoatl y Huitzilopochtli tomaron el barro de la madre tierra y el maíz que serviría para alimentar al mundo, para hacer todas las criaturas que también deberían tener muchas tareas y cumplir una misión.
No habiendo barro, ni maíz y repartidas las tareas, no se sabe si quedó pendiente o Huitzilopochtli con sabiduría dejó para el final una misión sublime, para una criatura igualmente especial.
La de llevar pensamientos, mensajes, buenas nuevas e incluso el de transportar las almas de los seres, transformadas en esencia floral.
Entonces Huitziloposhtli, ya no del barro ni del maíz porque no había, sino de la falda de Chalchihuatlicue, la “diosa de la falda de jade”, tomo una pequeña piedra a la que dio forma de punta de flecha.
Presentó luego a los dioses tan fina talla y les pidió que al unísono otorgaran un soplo divino para dar vida a un ave preciosa que al volar destellara todos los colores de la creación.
Al tener encomendada una de las misiones más delicadas de la creación, como lo es el llevar mensajes de amor, bienestar, buenas nuevas e incluso transportar a las almas que reposan en las flores, en el cielo o en el Mictlan, al reencuentro con sus seres queridos, -por cierto el Mictlan también es creación de Huitziloposhtli,- debía poseer características muy especiales.
Agilidad y velocidad para al instante entregar los mensajes, pues las buenas noticias no pueden esperar.
El colibrí debía ser pequeño, casi invisible, para asemejarse al alma de los seres, que no se ve pero que existe.
Incluso aparecer y desaparecer en un instante, como la vida misma que también es solo un momento, pero que no termina, resurge y renace en otro plano.
Volar de forma diferente a las otras aves, pues su misión es encontrar y llevar no solo mensajes sino a las almas mismas al encuentro con sus seres queridos en todo lugar y en todo momento. Por ello suben al cielo, bajan a la tierra, se detienen en las ventanas y en las flores suspendidos, transmitiendo mensajes con en el aleteo de sus alas.
Tienen la misión de polinizar y multiplicar la vida sobre el planeta, son portadores de vida y en cada primavera colorean el verde de los campos.
El aletear de sus alas es un circulo sin principio ni fin como la vida que principia y termina para renacer en otro plano.
Por ello los colibríes, junto con las mujeres que murieron en el parto dando vida y los guerreros que dieron la vida peleando, acompañan a Tonatiuh, dios del sol todos los días, todas las mañanas, en su recorrido diario por los campos sembrando vida en el mundo.
La visita de un colibrí trae un mensaje, significa que tus seres queridos se encuentran bien, en el cielo, en otro plano, recíbelo con amor y cariño en tu altar del día de muertos, pues en el sincretismo cultural no se debe perder de vista, que como señala la biblia, todos los seres vivos fueron creados por un acto divino.
En 1927, Andrés Henestrosa motivado por uno de sus maestros, Antonio Caso, empezó a escribir fábulas y leyendas de su pueblo zapoteca, lo que dio origen a un libro titulado, “Los hombres que dispersó la danza”, al respecto el maestro Enestrosa expresó:
“La mitad del material con que están compuestas estas leyendas fue inventado por los primeros zapotecas. La otra mitad la inventé yo.”
A la memoria de mi hermano Mauricio Arnoldo, eché a volar un colibrí, pues él me inspiró.
Leopoldo Enrique Corona Orencio
Investigador de temas indígenas