Y entonces ocurrió lo que pocos imaginaban: AMLO sentó en la misma mesa, (la semana pasada), a sus cuatro corcholatas, y dijo que quienes no resultaran favorecidos con la encuesta habrían de aceptar los resultados, pues de otra manera, “lo harían enojar demasiado”.
“Y ninguno de ustedes quiere ser otro Ricardo Mejía para mi”, dijo, mientras tomaba dos pastillas de su medicación diaria. Todos se mostraban aparentemente tranquilos; llevaban una encuesta efectuada por ellos mismos en sus manos.
En la encuesta que llevaba Monreal, ganaba el propio Monreal; en la de Adán Augusto, apabullaba al segundo lugar por más de 7 puntos; en la de Ebrard no había alguno que se le acercara, y en la de Sheinbaum no había más candidata que ella.
Cada uno mostró su trabajo estadístico al presidente, quien después de observar todos los engargolados dijo que “tenía otros datos, los verdaderos datos”, mientras soltaba una ligera sonrisa. Ninguno de ellos alcanzaba a ver la encuesta de AMLO, por más que lo intentaban a la distancia.
El presidente les dijo que ninguno de ellos ganaba, (en la encuesta que él tenía), por más de 3 puntos porcentuales, y que la vencedora (o el vencedor), no podía sentirse seguro de conservar dicha distancia hasta el día de la verdadera encuesta.
AMLO les advirtió sobre protagonizar “escenitas o dramas” por no resultar vencedor. “Habrán de sumarse a la ganadora o ganador, sea una sorpresa o no quien se lleve la candidatura”. Todos estaban relativamente tranquilos, salvo Sheinbaum… no dejaba de raspar su garganta.
Ninguno se fue de esa reunión conservando el ánimo con el cual llegó. Ya no había la seguridad inicial. AMLO se había encargado de transmitirles el mismo nerviosismo que lo inunda, pues en realidad todo puede pasar en el 2024, por muy improbable que parezca.
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