Que nadie se haga bolas: el plan A del presidente Andrés Manuel López Obrador para sucederlo en 2024 siempre ha sido Claudia Sheinbaum, desde que en 2018 decidió perfilarla a la Jefatura del Gobierno de la Ciudad de México (CDMX) asestándole a Ricardo Monreal la misma técnica del “encuestazo” que ahora pretende aplicarle al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien muy ingenuamente espera que el tabasqueño le pague la factura de haberlo dejado pasar en la sucesión presidencial de 2012 como candidato del PRD, cuando entonces las preferencias electorales favorecían ampliamente al ahora canciller.
Después de aquella frustrante experiencia, a Ebrard debió quedarle claro que en política jamás se tiene la certeza del mañana por lo veleidoso de las circunstancias. Por eso parece estar dispuesto a echar su resto, consciente de que la oportunidad de poder ser Presidente de la República es ahora o nunca, a menos que quisiera repetir la hazaña de López Obrador, quien finalmente llegó a Palacio Nacional en su tercer intento.
Pero si los duros de Morena no lo dejan pasar en esta sucesión, muy difícilmente le darán la oportunidad en 2030, para la cual ya se comienza a mencionar desde ahora el nombre de Andrés Manuel López Beltrán, el segundo hijo del Presidente, quien es conocido en su círculo íntimo de amigos contratistas como “Andy”.
¿Qué tendría que ocurrir entonces en los próximos cuatro meses para que el fundador de Morena y guía moral del Movimiento de la Cuarta Transformación tuviera que reconsiderar su inclinación hacia la jefa del Gobierno de la CDMX? Quizá una hecatombe política o una tragedia como la de Lomas Taurinas en 1994, pero en el remoto caso de que sucediera algo así, lo más seguro es que AMLO optara como plan B todavía por su “hermano” Adán Augusto López, el secretario de Gobernación, antes que por el canciller.
Quienes tuvieron la oportunidad de tratar a López Obrador como dirigente nacional del PRD y presumen conocer su psique, dan por hecho que Ebrard no tiene posibilidad de ser candidato de Morena porque carece de la confianza absoluta del Presidente, quien además se caracteriza por ser muy controlador.
No obstante, Marcelo se ufana de que ya lo sucedió en 2006 en la Jefatura del Gobierno capitalino y que en 2012 él accedió hacerse a un lado para que AMLO fuera postulado por segunda ocasión como candidato presidencial del partido del sol azteca, por lo que ahora siente que el tabasqueño estaría obligado a corresponderle de la misma manera.
Sin embargo, todo parece indicar que, al igual que con Monreal, para el Presidente esa deuda política ya la habría saldado.
Al zacatecano, que en 2018 encabezaba las encuestas para el gobierno de la capital del país, lo desplazó para imponer a Sheinbaum. Su pago fue la coordinación del Senado, donde aún se sostiene indignamente, ya que la mayoría de la bancada de Morena, afín a la gobernante capitalina, ha debilitado su liderazgo boicoteando sus acuerdos con los grupos legislativos de la oposición.
Hasta antes de las elecciones intermedias de 2021, la relación política entre López Obrador y Monreal era tan estrecha que cada semana desayunaban juntos, pero las intrigas en contra del senador por la debacle electoral en la CDMX lo distanciaron del mandatario, con quien se reencontró a finales de abril pasado en Palacio Nacional y aparentemente le perdonó su presunta “traición”.
Pero a Ebrard aún parece guardarle cierto sentimiento y desconfianza debido a que, en diciembre de 2006, mientras López Obrador se declaraba públicamente “Presidente legítimo” ante miles de seguidores que atiborraron el zócalo de la Ciudad de México, el ahora canciller accedió a dialogar como flamante jefe del Gobierno capitalino con el llamado “Presidente espurio” Felipe Calderón, con el cual debía acordar, entre otros asuntos, la designación del secretario de Seguridad Pública de la CDMX, que constitucionalmente es atribución del Jefe del Ejecutivo federal.