El semblante de Ken Salazar, embajador de EU en México, era el más serio que se le había observado desde su llegada a nuestro país. Se trató de una reunión en todo momento tensa, donde además del presidente y uno de sus hijos, estaba el canciller, Marcelo Ebrard.
Las investigaciones de la DEA en México en materia de narcotráfico no aceptarían ya, desde ahora, cuestionamiento alguno, más aún con los tonos y expresiones usados durante las mañaneras. El siempre sonriente Ken Salazar parecía de todo, menos amable y condescendiente.
El embajador llevaba consigo carpetas y dispositivos electrónicos; en ellos se encontraban pruebas de personas cercanas al presidente vinculadas con los “malos de la película”, con el crimen organizado. Todos los documentos los iban revisando tanto AMLO como su hijo, Andrés.
De acuerdo con la información que llevaba consigo Salazar, cuando menos 8 cercanos al tabasqueño estaban vinculados, de alguna manera, con la delincuencia organizada: ya sea por omisión, o peor aún, colusión. Estos datos, de salir a la luz pública, serían catastróficos para el habitual discurso presidencial, más aún con un proceso electoral a la puerta.
A decir de Salazar, Joe Biden estaba molesto por los cambios de parecer que el gobierno mexicano mostraba: AMLO se comprometía a varios temas durante las reuniones bilaterales, y después, en el micrófono de las mañaneras, sufría metamorfosis y afirmaba asuntos diametralmente distintos.
El mensaje fue claro: colaboración total (sin cambios de parecer) en las acciones de la DEA contra los cárteles mexicanos (en particular hacia uno), o en su defecto, la difusión de contundentes pruebas donde varios de sus cercanos simpatizan, protegen, o se “hacen de la vista gorda con los malos”.
Veremos qué ocurre.
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