Comparar al Presidente López Obrador con el general Lázaro Cárdenas es un despropósito. El cardenismo ha sido un movimiento social con una sólida base ideológica frente al ejercicio del poder autoritario y unipersonal del obradorismo.
Cárdenas entregó al país la industria en la que descansaría el desarrollo de México por décadas, al tiempo que el actual presidente vive obsesionado en proyectos que han comprometido y endeudado aún más las finanzas públicas.
La apropiación legal del petróleo para convertirse en propiedad de la nación, fue un acto histórico que marcó la unidad e identidad de los mexicanos; la actual obsesión presidencial por proyectos improductivos sólo ha generado la polarización y el encono social promovido por sus seguidores.
Cárdenas fundó instituciones como el Politécnico Nacional, El Colegio de México y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, entre otros. López Obrador intenta pervertir y destruir las más importantes: la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Instituto Nacional Electoral y hasta a la UNAM.
Por todo esto, López Obrador no es Cárdenas, como sugieren en su desvarío algunos de los incondicionales del presidente. Los cardenistas no son obradoristas. Lázaro Cárdenas convocaba a los mexicanos; el actual mandatario sólo a sus seguidores.
El 85 aniversario de la expropiación petrolera llegó con Petróleos Mexicanos como la empresa más endeudada del mundo y con un ingeniero agrónomo, sin ninguna experiencia en el sector energético, como su director. Su único mérito es su paisanaje.
Por eso la crisis energética del presente no se diluye: la producción sigue estancada, no hay inversión ni mantenimiento –lo que ha provocado decenas de accidentes en instalaciones estratégicas- y Pemex dejó de ser una empresa competitiva para convertirse en un instrumento ideológico del Presidente.
Pemex tiene hoy una deuda superior a los 105 mil millones de dólares. Si bien es cierto que se trata de una deuda histórica, también lo es que durante la presente administración se le han destinado más de 40 mil millones de dólares y la deuda sigue igual.
Hoy México produce menos petróleo que hace cuatro años. Los 2 millones de barriles diarios que prometió el gobierno federal no alcanza siquiera el nivel de los 1.6 millones, por lo que la promesa de autosuficiencia energética en el 2023 simplemente no se cumplirá.
La inversión también ha sido un fracaso. La refinería de Dos Bocas costará casi el triple del presupuesto original y, pese a las reiteradas promesas de arranque, es muy probable que este año tampoco tengamos un solo litro de gasolina refinado. Tal vez sólo veamos más inundaciones.
La industria petrolera perdió el rumbo. «Es indispensable poder modernizar o acelerar la modernización de las refinerías existentes y a partir de ahí disminuir la importación de combustibles», sugiere Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del General, ausente de la concentración en el zócalo y a la distancia del obradorismo.
El 85 aniversario de la expropiación petrolera no fue una celebración. Fue tan sólo un costosísimo acarreo para venerar a un Tlatoani cuyos pies de barro empiezan a fracturarse.
La puntita
¿Cuánto costó a los veracruzanos el millonario acarreo de miles de burócratas, con sus jefes a la cabeza, para asistir al Zócalo? ¿Ya abastecieron las medicinas en los hospitales? ¿Ya arreglaron cientos de escuelas que se están cayendo? Cada quien prioridades.