Si después de la derrota en las elecciones presidenciales del año 2000, a los priistas les tomó dos sexenios reponerse, hoy el futuro para el tricolor parece mucho más complicado e incierto.

Dado que se trata de un partido que nació desde el poder, no existe antecedente en la historia de una crisis tan profunda en el Partido Revolucionario Institucional.

En la elección presidencial del 2000, el PRI superó el 36 por ciento de los votos; en 2018 este partido tuvo 4 millones de sufragios menos que 18 años atrás; en ese proceso ni siquiera llegó al 17 por ciento, y se rezagó al tercer lugar; muy lejos del triunfador de la jornada, Andrés Manuel López Obrador; e incluso del panista Ricardo Anaya.

Esa misma circunstancia se observa en Veracruz, donde hasta 2010, el PRI era primera fuerza. En 2016 se ubicó en la segunda posición; y a partir de 2018, en la tercera.

En el proceso federal de 2021, el tricolor se vio obligado a recurrir a una coalición con PAN y PRD, antes adversaros y hoy aliados, para buscar frenar el desplome; producto de esa coalición, los priistas ocupan 70 curules en la Cámara Baja, casi todas por representación proporcional. En Veracruz, por ejemplo, solo dos candidatos de la alianza PAN-PRI-PRD –Maryjose Gamboa y Pepe Yunes– pudieron ganar en las urnas; y únicamente el segundo lo hizo por el PRI.

Hoy, el nivel de rechazo que enfrenta la marca es impresionante, aunque perfectamente explicable por los abusos cometidos en más de 70 años en el gobierno.

Los problemas priistas, sin embargo, van mucho más allá de los resultados electorales. En Veracruz, igual que ocurre en el contexto nacional, la fractura interna es tan evidente como el desgaste del partido.

Si a esos factores sumamos la falta de una dirigencia sólida y fuerte, que sea factor de unidad y no de división, entonces el coctel no podría ser peor para un partido, cuyos militantes ven como un riesgo la posibilidad de correr con la misma suerte que el PRD: convertirse en un aliado menor para el PAN.

En unas semanas, Marlon Ramírez deberá entregar la dirigencia y los grupos internos se preparan para el abordaje de una nave que parece carente de rumbo; el PRI veracruzano es un barco a la deriva; hace agua, se hunde poco a poco; hay tormenta; la tripulación se amotina; y el capitán no sabe qué hacer.

A estas alturas, sólo su participación en una gran alianza de partidos podría salvar al priismo; pero incluso en una coalición, lo más probable es que los candidatos priistas opten por presentar una identidad alejada de los colores de su partido, a efecto de evitar el pesado lastre de una marca tan asociada con la corrupción. Ha ocurrido en el pasado reciente –particularmente después de la derrotas de 2000, 2006 y 2018– y con seguridad volverá a pasar en 2024.

Al final, el infumable periodo de Marlon Ramírez está a punto de terminar; y lo que se observará en unos días en el partido es un reacomodo de fuerzas, previo a la selección de los candidatos.

@luisromero85