El coraje era tanto que las manos empezaron a temblarle. Varios de los ahí presentes recordaron cuando el presidente dijo que, si sus adversarios llenaban de verdad la “plaza de la constitución”, él se iría en definitiva a su rancho en Chiapas. Por supuesto que sólo fue el dicho, pues nunca pensó que de verdad ocurriría.
Y es que el tabasqueño estaba seguro que la marcha a favor del INE no reuniría más gente que la última, que sería (incluso) prácticamente una réplica de la anterior, pero conforme le fueron llegando los reportes de su equipo (los reales, no los falseados), su rostro cambió y tuvo que recibir un par de calmantes extra.
Por la tarde-noche, a eso de las 6 pm, pidió quedarse únicamente con tres secretarios de despacho y su esposa. Los médicos habían recomendado no abundar en las emociones fuertes, tomando en cuenta lo experimentado durante ese “domingo triste”.
A pesar de todo, López Obrador pidió que “de la manera que fuera y como fuera”, reventaran el zócalo en un periodo no mayor a 15-20 días después de la marcha “encabezada por sus adversarios”. Ordenó hacer la “contra-marcha” más intensa nunca antes vista en el país.
Instruyó movilizar a cuanto beneficiario social existiera, “para eso le invertimos ahí, llámenles a todos los delegados estatales, los quiero marchando de la forma que puedan, (que se vea mi inversión en el pueblo), pero que vengan a la CDMX, que dejen sus ciudades, tráiganlos de cualquier manera”, dijo.
También dio la orden de “invitar” a todos los empleados de confianza (y por contrato) en los gobiernos morenistas del país, a viajar a la capital, incluyendo a los que por algún favor del movimiento laboraban en los organismos teóricamente autónomos, (como fiscalías, poderes legislativos y judiciales estatales, etcétera).
Tiene que ser una mega marcha, dijo, háganle como quieran, inviten u obliguen, pero revienten el zócalo y la ciudad.
Veremos qué pasa.
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