La capacidad pulmonar de niños y adolescentes ha mejorado a medida que ha disminuido la contaminación atmosférica en Estocolmo (Suecia), según un estudio del Karolinska Institutet.
Los investigadores, cuyo trabajo se ha publicado en la revista científica ‘European Respiratory Journal’, consideran que los resultados son importantes, ya que la salud pulmonar de los jóvenes afecta en gran medida al riesgo de que desarrollen enfermedades pulmonares crónicas más adelante.
«Afortunadamente, en los últimos 20 años hemos asistido a un descenso de los contaminantes atmosféricos y, por tanto, a un aumento de la calidad del aire en Estocolmo. Por tanto, también queríamos examinar si los pulmones de los niños también mejoraron durante este periodo», ha comentado el último autor del estudio, Erik Melén, pediatra y profesor del Departamento de Investigación Clínica y Educación del Karolinska Institutet.
Los efectos adversos de los contaminantes atmosféricos en la salud pulmonar de los niños están bien documentados. Sin embargo, según los investigadores, se ha estudiado menos cómo los cambios en la calidad del aire pueden afectar al desarrollo pulmonar de niños y adolescentes.
El estudio utilizó una cohorte del proyecto ‘BAMSE’, en el que los investigadores han seguido a unas 4.000 personas nacidos entre 1994 y 1996. Los niños respondieron a un cuestionario y se sometieron a exámenes espirométricos para comprobar su función pulmonar a los 8, 16 y 24 años.
Los investigadores calcularon, sobre todo, las concentraciones de contaminantes atmosféricos, en su mayoría procedentes del tráfico, en los lugares donde vivían los participantes desde su nacimiento hasta los primeros años de la edad adulta.
En general, la contaminación atmosférica fue alrededor de un 40 por ciento menor en Estocolmo entre 2016 y 2019 que entre 2002 y 2004. En algunos lugares, como Hornsgatan en Södermalm, había disminuido en un 60 por ciento; en otros, no hubo diferencias significativas en la calidad del aire.
«Cuando comparamos los individuos que viven en las zonas en las que la calidad del aire ha mejorado y en las que no, observamos que la función pulmonar mejoró en un pequeño porcentaje en los participantes de la franja de edad adulta joven. Pero, sobre todo, pudimos observar un riesgo un 20 por ciento menor de sufrir un deterioro significativo de la función pulmonar», ha detallado el primer autor del estudio, Zhebin Yu, investigador postdoctoral del Instituto de Medicina Ambiental del Karolinska Institutet.
Los investigadores concluyen que una menor exposición a contaminantes atmosféricos, incluso a niveles relativamente bajos, se asocia a mejoras en el desarrollo de la función pulmonar desde la infancia hasta los primeros años de la edad adulta.
Los resultados son importantes, según el profesor Melén, ya que un desarrollo pulmonar óptimo durante la infancia es un poderoso determinante de la buena salud en la edad adulta.
«En última instancia, es de gran importancia, ya que la función pulmonar que los niños y adolescentes desarrollan a medida que crecen persiste en la edad adulta. Si se tiene una función pulmonar reducida en la edad adulta, se corre un mayor riesgo de padecer enfermedades pulmonares crónicas como EPOC, enfermedades cardiovasculares y muerte prematura. Por eso, al mejorar la calidad del aire, reducimos la probabilidad de que los niños desarrollen enfermedades crónicas en etapas posteriores de su vida», ha remachado.
Estudios anteriores del proyecto ‘BAMSE’ han demostrado que el crecimiento de la función pulmonar puede tanto mejorar como deteriorarse con el tiempo, y estos nuevos resultados muestran que la contaminación atmosférica puede desempeñar un papel importante en ello.
«Los contaminantes atmosféricos que son por naturaleza persistentes constituyen una gran preocupación y nuestro estudio indica claramente que los esfuerzos por mejorar la calidad del aire han dado sus frutos, con mejoras cuantificables en la salud de niños y adolescentes», ha detallado Melón.
El siguiente paso es examinar las posibles ventajas de un aire más limpio para enfermedades pulmonares como el asma, la bronquitis y la EPOC prodrómica, y para enfermedades cardiometabólicas como las cardiovasculares y la diabetes de tipo 2.
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