Fue a principios del 2018 cuando Andrés Manuel López Obrador decidió que su entrañable amigo y paisano, Adán Augusto López, habría de buscar sucederlo en el 2024. Aquello lo sentenciaron en una larga comida celebrada en la capital de Tabasco, un día antes de que AMLO partiera a una reunión hacia la CDMX.
De hecho, en una de esas reuniones acordaron que a la mitad del sexenio, Adán Augusto relevaría a Olga Sánchez Cordero en Gobernación, para que en el último tercio del mandato se convirtiera (en un primer momento), en el árbitro de la contienda, y ya más avanzado el tiempo, se agenciaría la candidatura aprovechando el desgaste de los “destapados”.
El plan de López Obrador siempre incluyó que Olga Sánchez no terminara su gestión como responsable de Bucareli, pues ahí habría de recalar su paisano pensando en la sucesión presidencial. La idea siempre fue hacer destacar los dotes negociadores de Adán, mismos que ninguno otro precandidato tendría.
Es Adán Augusto quien desde que tomó gobernación ha llevado las negociaciones que nadie más puede hacer; el diálogo más rijoso y complicado con los grupos ultra-adversos al presidente. Y es que siempre el plan de los dos López de Tabasco (en todo momento), fue pasarse la banda tricolor en la legislatura federal.
Claudia Sheinbaum surgió cuando AMLO quiso pensar que podía irse del poder rompiendo otra frase común: México no puede ser gobernado por una mujer. Fue así que decidió probar y decantarse por su discípula, no sin antes charlarlo con Adán Augusto.
Su paisano aceptó ceder la estafeta, (siempre y cuando los bonos de Sheinbaum no bajaran), pues si en algún momento se ponía el riesgo la sucesión, sería él quien la retomaría, y así parece estar ocurriendo.
Andrés Manuel y Adán Augusto acordaron que un López gobernaría hasta el 2030, y en el horizonte de ambos no hay más López en el país que ellos.
Así pues, no hay de otra: el plan original continúa. ¿Será? Estemos atentos.
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