Las nuevas enfermedades emergentes se han convertido en un problema de salud pública cada vez más importante. Mucho antes de la pandemia de SARS-CoV-2, algunos grupos de científicos ya alertaron de la posibilidad de que un coronavirus saltase de algún animal al ser humano y provocara una pandemia global.

De hecho, el profesor Vincent C. C. Cheng y sus colaboradores del Laboratorio de Enfermedades Infecciosas Emergentes de la Universidad de Hong Kong ya advirtieron que «la presencia de un gran reservorio de virus similares al SARS-CoV en murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, es una bomba de relojería», y «no debe ignorarse la posibilidad de que el SARS y otros nuevos virus reaparezcan». Ya en esta revisión publicada en Clinical Microbiology Reviews en 2007 se alertaba de que la necesidad de estar preparados para escenarios de este tipo.

Sin embargo, es evidente que algo falla en el sistema. Dos años después de la autorización de las primeras vacunas, la proporción de personas vacunadas en el mundo contra la COVID-19 en enero de 2023 no llega al 70 %, y aunque en España el porcentaje es superior al 85 %, hay países con una cobertura vacunal mínima. Guatemala apenas tiene vacunada a la mitad de su población; Sudáfrica o Uganda no llegan al 40 %; la cobertura de vacunación de Madagascar es inferior al 7 %; y Yemen no llega al 3 %.

Estos datos muestran una clara desigualdad en la distribución de la vacuna de una enfermedad que, durante tres años, ha golpeado a todo el planeta.

Las zoonosis transmitidas por vectores: una dificultad añadida

Pero la COVID–19 no es la única enfermedad infecciosa presente entre las personas, que procede de animales, y que aún no se ha conseguido erradicar. Una de cada cinco enfermedades infecciosas emergentes zoonóticas es transmitida por vectores, como mosquitos o garrapatas. Y es habitual que estas enfermedades sean endémicas en ciertas áreas geográficas en las cuales los medios para combatirlas son escasos.

El virus del Zika, por ejemplo, ha causado episodios epidémicos en las islas de Yap, en el Pacífico, en 2007; en la Polinesia Francesa, en 2013; y en Brasil, en 2015. Se estima que estos brotes afectaron, en total, a entre 440 000 y 1 300 000 personas. Actualmente no existen vacunas comerciales contra el virus del Zika, un patógeno que no suele provocar síntomas en los adultos, pero que la infección durante el embarazo puede provocar problemas graves en el desarrollo embrionario o fetal, e incluso el aborto espontáneo.

El ciclo de transmisión de este virus le permite saltar libremente entre varias especies de primates, empleando el mosquito como vector. Esto hace que, incluso aunque hubiera una vacuna, sea una enfermedad difícil de combatir. Cuando se trabaja con enfermedades infecciosas, es importante que la cantidad de población susceptible vacunada supere cierto umbral que permita alcanzar la inmunidad de grupo. Ese umbral viene determinado por la capacidad de contagio de la enfermedad —la cantidad media de personas a las que contagia una persona enferma—.

Frente a una enfermedad en la que los patógenos se transmiten de persona a persona, la inmunidad de grupo será más fácil o más difícil de alcanzar, pero al menos es un objetivo verosímil. Sin embargo, alcanzar la inmunidad del grupo se vuelve una tarea casi imposible cuando existen reservorios de virus en múltiples animales no humanos y vectores, como los mosquitos, capaces de volver a transmitirlos.

Pero, decía Arthur C. Clarke que «la única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá hacia lo imposible», y la curiosidad científica no suele asumir que algo “casi imposible” sea un freno. Un equipo de investigación de la Academia China de Ciencias de Beijing liderado por el virólogo y profesor Aihua Zheng, ha encontrado un posible atajo a este problema.

Usando el arma del virus, contra el virus

La idea es la siguiente. ¿Sería posible utilizar la misma arma que emplea el virus para dispersarse como herramienta para luchar contra el virus? Los mosquitos transportan las partículas víricas entre diferentes hospedadores potenciales, y las transmiten de unos a otros con extraordinaria facilidad. ¿Podrían los mosquitos convertirse en parte de la solución?

Existen unos virus que son específicos de insectos; el grupo de Zheng ha empleado, específicamente, el virus Chaoyang, que solo se replica en mosquitos, y no en células de vertebrados.

Los investigadores han desarrollado una vacuna, en la que reemplazan algunas proteínas que recubren el virus Chaoyang por proteínas del virus del Zika. Al virus-vacuna lo han llamado CYV-ZIKV; continúa siendo viable en los mosquitos, y se reproduce en ellos de forma eficiente. Los mosquitos se convierten, así, en portadores de la vacuna.

Al picar a un mamífero, el mosquito inyecta las partículas de CYV-ZIKV en el torrente sanguíneo de la víctima. Al tratarse, en sí, de un virus Chaoyang, que solo se reproduce en insectos, el virus es inocuo para el mamífero atacado; pero su sistema inmunitario reconoce con éxito las proteínas del virus del Zika que hay en su superficie. En consecuencia, los mamíferos inmunizados con CYV-ZIKV ya no transmiten el virus del Zika.

Las pruebas se han realizado, de momento, en ratones, con un gran éxito. Si esta técnica muestra la misma eficacia en estudios a gran escala como en este estudio preliminar, publicado el pasado diciembre en la revista Nature Communications, podríamos estar ante una nueva forma de administrar vacunas, eficaz contra enfermedades zoonóticas transmitidas por vectores, que podría funcionar, no solo para alcanzar esa deseada inmunidad de grupo para proteger la salud pública, sino como herramienta para la protección de la biodiversidad silvestre.

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