Con la consigna de defender al INE ante la reforma electoral que propuso el presidente López Obrador y que concentraría en los hechos el control de las elecciones en manos del gobierno, cientos de miles de personas marcharon el pasado domingo en todo el país para expresar su rechazo a este intento. Se han vertido infinidad de interpretaciones y análisis sobre lo que esta movilización significa, de sus alcances y de su impacto no solo en el propósito de frenar la cuestionada reforma sino en sus implicaciones para las elecciones federales del 2024.  

 Abundan las lecturas optimistas, las conclusiones apresuradas sobre presuntas derrotas y victorias, sobre el significado de salir a las calles y ejercer plenamente la ciudadanía, las discusiones bizantinas sobre si fueron 12 mil o 500 mil los que marcharon en la Ciudad de México y en un número importante de ciudades del país, de si se hubiera llenado o no el zócalo de la capital de la República, de que la intensidad de la protesta augura que Morena perderá las elecciones en el feudo de Claudia Sheinbaum y con ello la candidatura de la favorita del presidente se tambalea. Se disfruta el gusto de tomar las calles, de ir por voluntad propia y sin acarreos, de alzar la voz, de encontrarse con amigos y conocidos en la protesta y se cree, ilusoriamente, que la reforma se frenará, que la fuerza ciudadana mostrada hará el milagro. Nada más alejado de la realidad.  

El presidente López Obrador burlón y desdeñoso calificó a la marcha como un “striptease” de la derecha, movilización que reunió – dice el mandatario- a aspiracionistas, corruptos, potentados, y que fue una marcha racista y clasista, en la que no vio al pueblo. Como si el pueblo, ese concepto tan manoseado y sujeto de todas las frases demagógicas que usted quiera, solo fueran sus seguidores. A los que movilizará -ya lo anunció- el próximo 1 de diciembre para llenar, ellos sí, el zócalo capitalino y mostrar su fe y adhesión a su líder máximo y a la pretendida Cuarta Transformación al cumplirse cuatro años de gobierno.  

 La firmeza de sus convicciones de que la reforma electoral es necesaria, de que el INE debe transformarse en un organismo menos oneroso, de que las elecciones deben costar menos y de que el “pueblo” debe elegir a los consejeros electorales y magistrados en la materia del Poder Judicial de la Federación para evitar su “partidización”, pero sobre todo por los resabios en su cabeza del fraude electoral que le hicieron en el 2006 y su inquina en contra del actual presidente del organismo electoral y algunos consejeros -pese a que gracias al trabajo de ese INE fue elegido presidente en unas elecciones incuestionables en el 2018- López Obrador, tozudo como es, no dará un paso atrás e impulsará con toda la fuerza del gobierno la reforma electoral que ha sido la manzana de la discordia y factor de polarización nacional.  

Para ello cuenta con la representación mayoritaria en la Cámara de Diputados y Senadores y tiene en la bolsa el voto de sus aliados el PT y el PVEM, así como de los priistas impresentables, con Alito Moreno a la cabeza, que carentes de ética darán su voto a cambio de impunidad y prebendas; acomodaticios y corruptos como los conocemos a los representantes de los partidos satélites poco les importan marchas ciudadanas y expresiones de rechazo a la reforma, ellos le saben sacar provecho a la situación, faltaba más.  

Del lado del morenismo, satisfechos con sus porciones de poder, con cargos públicos y canonjías, fanatizados y obedientes a la voz del amo, poco se puede esperar. La mayoría no entiende de temas electorales pero no les hace falta, ellos están dispuestos a todo para sacar adelante la reforma porque así lo desea el presidente, convencidos de las bondades de los cambios que presuntamente vendrán.  

Así que a silenciar las fanfarrias por “haber tomado las calles”, a moderar el júbilo por ese triunfo de la gente en la marcha del 13N, a guardar fuerzas para nuevas batallas, las del 2024, que esas sí echarán chispas.  

Lo que la movilización ciudadana nos deja es que hay mucha sociedad civil para políticos y partidos como los que  tenemos, tan indecentes y alejados del interés colectivo, que solo ven para sí mismos y sus intereses, y debe convocarnos a reflexionar sobre lo que representa o el papel que jugamos marchando codo con codo con personajes que tanto dañaron al país como Vicente Fox o Elba Esther Gordillo, o con exponentes de la derecha más reaccionaria, o a servir de carne de cañón para los intereses de aspirantes a cargos públicos que se montaron en la marcha. Son lecciones para el futuro inmediato.  

No obstante, salvo que ocurra un cataclismo, la reforma electoral que quiere el presidente Andrés Manuel López Obrador será aprobada en sus términos.  

Aunque brinquen los adversarios del mandatario, grite y se desgarre las vestiduras la comentocracia, y pese a que somos muchos, tantos como los que vimos marchando el pasado domingo y otros millones que seguramente observan a distancia esta batalla, los que consideramos que la reforma es un salto al pasado, un grave retroceso que echará por la borda lo avanzado en veinte años en la materia, particularmente en cuanto a la independencia del órgano electoral y la existencia de tribunales autónomos.  

Con todo y pese a todo, y espero equivocarme, la reforma electoral va.  

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