Preferimos acariciar perros que animales de peluche porque, cuanto más interactuamos afectivamente con este animal, más se activa la parte de nuestro cerebro responsable de procesar las interacciones sociales y emocionales.
Existe una amplia gama de efectos conocidos del contacto con animales en la salud mental y física humana. Sin embargo, los correlatos neurológicos de la interacción humana con los animales se han investigado escasamente.
Para subsanar esta laguna de conocimiento, una nueva investigación, desarrollada en la Universidad de Basilea y de la que es primer autor el psicólogo Rahel Martí, ha investigado los cambios en la actividad de la zona frontal del cerebro en presencia y durante el contacto con un perro.
Veintiún individuos sanos participaron cada uno en seis sesiones. En tres sesiones, los participantes tuvieron contacto con un perro y en tres sesiones de control interactuaron con un animal de peluche. Cada sesión tenía cinco fases de dos minutos, con una intensidad creciente de contacto con el perro o el animal de peluche desde la primera hasta la cuarta fase.
Medidas contundentes
El estudio midió la hemoglobina oxigenada, desoxigenada y total y la saturación de oxígeno de la sangre en el lóbulo frontal, el más grande del cerebro, usando una potente herramienta de imagen para pruebas cognitivas conocida como espectroscopia funcional de infrarrojo cercano (fNIR), que permitió evaluar la actividad cerebral durante las sesiones con los perros.
Los resultados mostraron que la actividad cerebral prefrontal era mayor cuando los participantes interactuaban con los perros reales, y que esta diferencia era mayor en las caricias, que se perfila como la condición más interactiva.
Otra diferencia clave fue que la actividad cerebral prefrontal aumentaba cada vez que las personas interactuaban con el perro real. Sin embargo, esto no se observó con interacciones sucesivas con el león de peluche, lo que indica que la respuesta podría estar relacionada con la familiaridad o el vínculo social.
La corteza prefrontal es el área más frontal del cerebro que está justo detrás de la frente y es donde reside la facultad de la atención, por lo que esta investigación sugiere que la atención se potencia en la interacción afectiva con los perros.
Efectos duraderos
El hecho de que la corteza prefrontal se active cuando acariciamos a un perro también es porque esta región del cerebro es la responsable de procesar y regular las interacciones emocionales y sociales.
Sin embargo, los resultados de la investigación no pueden implementarse directamente en la terapia, ya que por el momento solo se ha investigado el mecanismo en el cerebro, advierten los investigadores.
Sin embargo, se necesita más investigación para profundizar en todo esto. La actividad en otras áreas del cerebro también podría examinarse más a fondo, y también cómo afectarían las caricias a los perros a la corteza prefrontal en pacientes con lesiones cerebrales.
En cualquier caso, queda demostrado que sentir y tocar perros afectivamente provoca niveles cada vez más altos de actividad en la corteza prefrontal del cerebro y que este efecto persiste después de que los perros ya no están presentes, pero se reduce cuando los perros reales son reemplazados por animales de peluche. Los hallazgos tienen implicaciones para la terapia clínica asistida por animales, concluyen los investigadores.
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