El belicista exmandatario japonés, Shinzo Abe, fue homenajeado el martes en un inusual y divisivo funeral de Estado lleno de rasgos militares, como soldados que portaron sus cenizas en una caja que había llevado su viuda y elogios a sus nueve años de mandato.

El primer ministro, Fumio Kishida, ha dicho que la ceremonia financiada con dinero público era un homenaje merecido para el jefe de gobierno que más tiempo ha servido en el Japón de posguerra. Pero el acto ha dividido profundamente a la opinión pública y provocó airadas protestas.

Al acto acudieron la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, el príncipe heredero de Japón, Akishino, el secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, y otros dignatarios japoneses y extranjeros. La ceremonia comenzó con la entrada de Akie Abe en el recinto por detrás de Kishida, con una urna con las cenizas de su marido colocada en una caja de madera y cubierta con una tela morada con líneas doradas. Soldados de defensa con uniformes blancos tomaron las cenizas de Abe y las colocaron en un pedestal lleno de decoraciones y crisantemos blancos y amarillos.

Los asistentes escucharon en pie el himno nacional y después guardaron un momento de silencio. Se proyectó un video que elogiaba el mandato de Abe e incluía fragmentos de su discurso parlamentario de 2006 en el que prometió construir un “Japón hermoso” y su discurso “Hacia la alianza de la esperanza” ante el Congreso de Estados Unidos en 2015. También mostraba sus visitas a las zonas devastadas en el norte de Japón tras el tsunami de marzo de 2011 y el momento en el que se disfrazó de Super Mario en Río de Janeiro para promocionar los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020.

En su elegía de 12 minutos, Kishida ensalzó a su mentor como un político con una visión clara del crecimiento económico de posguerra y del desarrollo de Japón y el mundo, y que defendió la idea de un “Indopacífico libre y abierto” como contrapeso al auge de China.

“Era una persona que debía haber vivido mucho más”, dijo Kishida. “Yo tenía la firme creencia de que usted contribuiría como brújula para mostrar el rumbo futura de Japón y el resto del mundo durante 10 o 20 años”.

La vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, se sentó en tercera fila junto a Rahm Emanuel, embajador estadounidense en Japón. Más tarde se sumó a los que colocaban una rama de crisantemos en una mesa colocada ante el pedestal.

Abe fue incinerado en junio tras un funeral privado en un templo de Tokio después de su asesinato cuando ofrecía un discurso de campaña en una calle de Nara, una ciudad en el oeste de Japón.

Tokio se encontraba en estado de máxima seguridad, especialmente cerca del estadio del Budokan donde se celebraba el funeral.

En una protesta pacífica en el centro de la ciudad, cientos de personas marcharon hacia el recinto. Algunos hacían sonar tambores y muchos gritaban o sostenían carteles con lemas contra el funeral de Estado.

“Shinzo Abe no ha hecho ni una sola cosa para la gente corriente”, dijo una manifestante, Kaoru Mano.

El gobierno asegura que la ceremonia no tiene el objetivo de obligar a nadie a honrar a Abe. Pero la poco democrática decisión de organizar el inusual acto, cuyas raíces se remontan a las ceremonias imperiales, el coste y la controversia por los lazos de Abe con la ultraconservadora Iglesia de la Unificación, han alimentado el malestar en torno al acto.

“Un gran problema es que no hubo un proceso adecuado de aprobación”, dijo en la protesta Shin Watanabe, que está retirado. “Estoy seguro de que hay muchas opiniones. Pero no creo que se pueda perdonar que nos impongan un funeral de Estado cuando somos tantos en contra”.

Horas antes de que comenzara la ceremonia, decenas de personas con ramos de flores hicieron fila en un altar público ubicado en el parque Kudanzaka.

Masao Kurokawa, de 64 años y que llevó flores a Abe, le elogió como “una persona grande que llevó Japón de nuevo al nivel internacional”.

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Los principales partidos de oposición boicotearon el acto, que según los críticos recuerda a cómo los gobiernos imperialistas de preguerra utilizaban los funerales de Estado para avivar el nacionalismo.

En lo que algunos vieron como un intento de justificar el homenaje, Kishida ha celebrado reuniones esta semana con dignatarios extranjeros de visita en lo que describe como “diplomacia de funeral”. Las conversaciones pretenden estrechar lazos en un momento de desafíos regionales y globales para Japón, como las amenazas de China, Rusia y Corea del Norte.

En total tenía previstas 40 reuniones hasta el miércoles, aunque no acudió ningún jefe de gobierno del Grupo de los Siete.

Kishida ha sido criticado por obligar a que se realizara el costoso evento en memoria de su mentor. También ha habido una creciente controversia en torno a Abe y los vínculos de varias décadas entre el partido gobernante y la Iglesia de la Unificación, acusada de embolsarse enormes donativos al lavarle el cerebro a sus adeptos. El presunto asesino de Abe le habría dicho a la policía que mató al político debido a sus nexos con la Iglesia; y señaló que su madre le arruinó la vida al darle a la Iglesia el dinero de su familia.

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