Cuando inició la primera ola de covid-19 en 2020, las autoridades sanitarias dijeron que las niñas, niños y adolescentes serían los menos afectados por el virus.
Pero los daños que ha generado esta emergencia sanitaria no se reducen a los contagios. Dos años después, las infancias enfrentan síntomas de depresión, problemas de nutrición y las consecuencias del maltrato físico que niñas y niños experimentaron en sus casas durante el confinamiento.
Paulina, una adolescente de 14 años, vive esas problemáticas. Su rutina se alteró en agosto de 2020. Las clases a distancia continuaron cuando ella iniciaba el primer año de secundaria. Tardó casi dos años en conocer en persona a sus compañeros, a sus profesores, y en visitar las instalaciones de su escuela.
“Le costó mucho trabajo acoplarse. Yo vi que ella se empezó a deprimir por el encierro. Yo creo que el encierro no es bueno para los muchachos”, comparte su mamá María de Jesús.
Después de tomar clases en línea, los hobbies de Paulina se reducían a dos: ver series de televisión y jugar videojuegos. En un año subió 10 kilos.
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Cuando las clases presenciales reanudaron, Paulina no quería ir, le daba flojera y temía que su mamá enfermara si la llevaba a la escuela.
“Pero aquí en la casa no estaba muy bien, aunque ella diga que no, por eso quise que regresara a clases”, agrega la madre.
El pediatra Gerardo López explica que el estrés emocional fue uno de los primeros impactos de la pandemia. Aunque esto afectó a toda la población, los niños en particular experimentaron el miedo de perder a sus padres o a otros familiares, de quienes todavía dependen.
“Esto lo constataron los niños al observar situaciones de enfermedad grave y de muerte. Quizá no vivieron el miedo de morir ellos mismos, pero sí fue horrible el hecho de ver morir a sus papás, a sus tíos, a su familia. Ese sentido de orfandad, obviamente, los lleva a un estado de depresión”, explica el doctor, integrante de la Academia Mexicana de Pediatría.
A esto se suma que, al estar lejos de las escuelas, en los momentos difíciles, no pudieron convivir, jugar o interactuar con sus pares.
Además, el confinamiento profundizó el maltrato que algunos menores sufren en sus hogares.
La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2021 arrojó que en México 54.8% de las niñas y niños de 1 a 14 años fueron sometidos a métodos violentos de disciplina. Entre los castigos que recibieron los menores están la agresión psicológica en 45.3% de los casos; 35.5% sufrió alguna forma de castigo físico y 5.6% recibió golpes.
“La exposición a la disciplina violenta tiene consecuencias perjudiciales en el desarrollo de las niñas y niños a corto y a largo plazo, dificultando el desarrollo de capacidades de aprendizaje, inhibiendo las relaciones positivas, promoviendo la baja autoestima, angustia emocional y depresión”, se explica en el informe de la encuesta.
El médico pediatra detalla que esas experiencias afectan la calidad de vida de los niños, su aprovechamiento escolar y su comportamiento social.
El año pasado, siete de cada diez personas de 10 a 19 años manifestó que todo el tiempo o la mayoría del tiempo se sintieron tristes, según datos de la Ensanut 2021.
“No sabemos todavía a ciencia cierta cuáles son los puntos que van a modificar la integración emocional y social del niño ante esta situación tan grave que ha ocurrido. El futuro de la salud mental de los niños que se conviertan en adolescentes y adultos va a ser algo que verdaderamente nos debe de tener preocupados”, subraya el médico.
El doctor Gerardo López menciona que el confinamiento y los problemas económicos derivados de la pandemia afectaron la nutrición de los niños y esto puede agudizar la desnutrición y el sobrepeso que padecen.
De 2018 a 2021, por ejemplo, se estancó el combate a la desnutrición infantil. 1.5% de los menores de 5 años todavía sufren este problema de salud en México. En cuanto a sobrepeso y obesidad, 7.8 de los niños en ese rango de edad las padece. Lo anterior representa un ligero aumento, pues en 2018 la proporción fue de 6.8%.
Entre los niños de 5 a 11 años, la obesidad subió de 17.5% en 2018 a 18.6% en 2020, y ese porcentaje se mantuvo en 2021. Mientras que en los adolescentes de 12 a 19 años la obesidad se incrementó de 14.6% en 2018 a 17% en 2020, y a 18.2% en 2021.
“Hay niños muy desnutridos y niños con un exceso de peso que les lleva a la obesidad. Ambos extremos son verdaderamente deteriorantes para la salud de cualquier bebé. Estas condiciones de salud hacen que los niños sean presas fáciles de cualquier tipo de proceso infeccioso o de cualquier otro tipo de enfermedad degenerativa. De por sí ya éramos campeones de obesidad en el mundo, ¿qué va a pasar en los niños en un futuro ahora que estuvieron en este periodo de casi dos años de confinamiento?”, lamenta el pediatra.
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La nutrióloga del Hospital Infantil de México, Betzabé Salgado, explica que durante el confinamiento social muchas familias disminuyeron las comidas sanas. Quizá porque en marzo de 2020 nadie imaginaba que la emergencia sanitaria se extendería por más de un año.
“Me ha tocado ver a papás que llenaron alacenas de cereales altos en azúcar o, al no poder salir, buscaban satisfactores emocionales en la comida”, detalla.
La actividad física de las infancias se redujo mientras el tiempo que pasan sentadas o frente a la pantalla aumentó.
La experta en nutrición infantil advierte que el impacto de esos hábitos todavía no se refleja completamente en la salud de las niñas y los niños.
“Lo que sí hemos estado viendo es que, si bien los niños no tienen una obesidad grave, sí tienen cambios en el metabolismo por el tipo de alimentación. Entonces, han presentado dislipidemias, triglicéridos altos, principalmente. O tienen sobrepeso con resistencia a la insulina por todos los cambios que hubo en su alimentación”, explica.
De acuerdo con la Ensanut 2021, el porcentaje de adolescentes de 10 a 19 años con diabetes es de 0.5%; 0.5% ya padece hipertensión; 0.7% colesterol alto, y 1% triglicéridos altos.
El pediatra Gerardo López agrega que, incluso, algunos estudios de epigenética (disciplina que estudia los cambios en la expresión de los genes por la influencia ambiental, entre otros aspectos) exponen que en un futuro pueden registrarse modificaciones en algunos genes y en las enfermedades que padece una población determinada.
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“Se especula que el estrés, el estado de tensión emocional que, si le sumamos la violencia que existe en el país, además de las enfermedades a las cuales se están enfrentando, puede modificar algunos genes que regulan el estado de ánimo y el comportamiento de la población”, explicó.
El especialista subrayó que es urgente atender los problemas que ahora enfrentan las niñas, niños y adolescentes.
“Esto urge. Ya no se tiene que hacer ni a corto ni a mediano ni a largo plazo. Es mejor detectar a un niño que está aumentando de peso en los primeros años que atender a un adulto que ya tiene hígado graso por obesidad o que tenga diabetes o hipertensión porque ya trae deteriorado todo su sistema metabólico”, indica el pediatra.
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