El éxito de China en la productividad industrial y de servicios, su dedicación a la cooperación, su capacidad para ampliar sus mercados y su creciente poderío económico, tecnológico y científico, que la proyectan como la primera economía del mundo, así como el estrepitoso fracaso de las represalias económicas tomadas por Estados Unidos en contra de Moscú desde que se inició la intervención militar en Ucrania, debido a que los precios internacionales de los fertilizantes, del petróleo y el gas le han permitido a Rusia acrecentar sus ingresos y que el rublo se haya valorizado, han llevado a la OTAN a mostrarse tal como es: un instrumento violento para conseguir dominar territorios, recursos naturales y energéticos y nuevos mercados, todo ello a través de la fuerza.
Durante los pasados días 29 y 30 de junio se celebró en Madrid, España una Cumbre de la OTAN calificada como “histórica” por muchos de sus organizadores, cuyas conclusiones se han plasmado en un documento en el que resumen lo que han denominado como “Concepto Estratégico de Madrid”. Detrás de ese “Concepto Estratégico” sólo se esconde una verdad: la OTAN se obstina de forma terca en defender la visión unipolar del mundo que caracterizó a décadas pasadas, sin enfrentar la nueva realidad, donde un horizonte multipolar, más justo y equilibrado, se vislumbra.
La OTAN, está dirigiendo y coadyuvando a la reestructuración del mayor Ejército de la historia del mundo y de su principal entramado global de subordinación militar. Su secretario general, Jens Stoltenberg, anunció que la alianza de la OTAN multiplicará por siete sus ‘fuerzas de alta disponibilidad’ en Europa, de 40,000 a 300,000 combatientes, desplegando decenas de miles de tropas adicionales, así como innumerables tanques y aviones, directamente en la frontera con Rusia. Stoltenberg también dijo que la creación de esta fuerza de combate masiva era una respuesta a la ‘nueva era de competencia estratégica’ con Rusia y China.
El objetivo estratégico de la OTAN durante la Guerra Fría se resumía en la contención, es decir, dificultar la expansión de la Unión Soviética y el resto de los países ubicados detrás de la que se denominaba “la cortina de hierro”. Por el contrario, el objetivo actual de la Alianza Atlántica, comunicado por su secretario general, consiste en desarticular la soberanía de los países considerados enemigos (la Federación Rusa) y/o adversarios (China, Venezuela e Irán, entre otros). Para lograr ese propósito se requiere moldear el orden mundial de acuerdo con la visión y los intereses de los tres ejes corporativos de dominación, definidos originalmente por Washington: las transnacionales, los centros financieros y el complejo militar-industrial, integrados por directores intercambiables que entran y salen por puertas giratorias.
La destrucción de países como Irak, Siria, Yemen, Somalia, Sudan y Libia es la expresión de esa direccionalidad, en términos de desintegrar aquello que no puede ser moldeado. Se tratará de dar continuidad al desmembramiento de países que no se dejan subordinar para transformarlos en Estados fallidos y lograr, de esa manera, controlar sus recursos e imposibilitar la vinculación con Rusia o China. La nueva etapa de la OTAN amplía sus facultades, designando como objetivo a las redes de cooperación interestatal y buscará entorpecer los vínculos y las lógicas de cooperación desplegadas por países considerados enemigos o adversarios.
Esta política amenazante y desesperada conduce al sistema aceleradamente a la guerra social a escala mundial y a una suerte de aceleramiento del imperialismo para intentar apoderarse del planeta entero y evitar el surgimiento de países que le hagan contrapeso. Con ello se abren paso de forma contundente las políticas de la muerte y la geoestrategia del caos.
Sin embargo, todo parece indicar que estas acciones obedecen al debilitamiento del imperio estadounidense con todo y su brazo armado, la OTAN. Así lo muestran cada vez más el ciclo insalvable de la crisis de sobreproducción, sobreendeudamiento, capital especulativo, dinero inventado, extenuación de la fuerza de trabajo, desempleo, inflación y el agotamiento de los recursos básicos, pérdida de fertilidad de la tierra, estrés climático, plagas resistentes, pandemias, etc.
También son una muestra de este debilitamiento, la derrota de Estados Unidos en Afganistán y el no haber podido dominar a Irán; la respuesta de un BRICS ampliado; la resistencia de Siria, Palestina y Líbano al dominio norteamericano; la heroica supervivencia de Cuba, Venezuela, Bolivia y el nuevo despunte de Nicaragua en América; la independencia de las Repúblicas populares del Donbass de Ucrania y los fracasos en los últimos golpes de Estado o los intentos de promover “revoluciones de colores”, como en Bielorrusia y Kazajistán.
A esto hay que sumar la pérdida de apoyo en la opinión pública europea a la política guerrera de Estados Unidos y OTAN contra Rusia, debido en buena medida a las complicaciones económicas en los países de este continente. A pesar de estas acciones desesperadas de la OTAN y a la resistencia de Estados Unidos, la humanidad se perfila hacia un mundo bipolar e incluso multipolar, lo que constituye una esperanza de un mundo mejor.