“Más allá de contemplar y capturar los momentos, disfruté más el narrarlos” confiesa mi querido amigo el fotoperiodista Julio Méndez Vallejo, en el prólogo de su ópera prima literaria “La Delgada Línea”, que un destacado grupo de periodistas, escritores y académicos, junto con quien esto escribe, tendremos el privilegio de presentar esta tarde en el Congreso de Veracruz.

El libro tiene un gran valor. No es fácil hacer periodismo y literatura en Veracruz. No es fácil lidiar con una sociedad poco interesada en la lectura y en los asuntos públicos, y peor aún, con un Estado que ve en la comunicación a un adversario.

Estas crónicas, armadas como un novedoso rompecabezas, salpicadas de experiencias y memorias personales, cuentan muchos episodios de la historia reciente de Veracruz que nos ayudan a entender el contexto de lo que hoy vivimos.

Exentas de juicios de valor o falsos dogmatismos, relatan de forma sincera y objetiva, desde el vórtice de los acontecimientos políticos, sucesos que forman parte de la historia no contada de sus protagonistas. No es la versión de héroes y villanos, sino el relato de aquéllos días.

En lo particular agradezco a su autor no sólo que me haya convertido en personaje de algunos de los pasajes de la obra. Por alusiones personales –como se dice en la jerga legislativa-, debo referirme a tres episodios. Daré mi opinión, sin entrar en los detalles de cada crónica. Esa será la tarea y el gozo de los lectores.

Primero. Elegir a un gobernador no es tarea fácil. No lo es para los partidos políticos y tampoco para los electores. Tan es así, que Veracruz tuvo en sólo tres años, de 2016 a 2018, tres gobernadores y, en el mismo periodo, vivió dos alternancias políticas, algo que no había sucedido en toda su historia.

Durante el gobierno de Fidel Herrera expresé mi legítima aspiración, la cual conservo intacta, de ser Gobernador de Veracruz. Nunca fue un acto de rebeldía sino de convicción y libertad política. Ser opositor desde la oposición es fácil. Ser crítico y opositor desde el gobierno sigue siendo un pecado imperdonable para los autócratas.

Doce años y tres gobernadores después, puedo suscribir la misma frase que trasciende en este libro: “Nosotros seguiremos recorriendo el Estado. Lo único que les puedo decir y adelantar es que, pase lo que pase, nosotros ya ganamos”. Las circunstancias ya no son las mismas. La convicción sí. El pasado ya no es lo que era.

Segundo. Veracruz ya no es bastión priista. Eso es cierto. Sin embargo, en esta fatídica metamorfosis, en México se observa un fenómeno propio del sistema político mexicano: ha perdido el PRI pero no algunos priistas.

En muchos estados, como sucedió también en Veracruz, fueron los priistas los que llegaron al poder abanderados por otro partido; candidatos de Morena han ganado elecciones con el apoyo de gobernadores priistas. El PRI sigue ganando las elecciones. Esto lo vimos nuevamente apenas en la jornada del 5 de junio pasado.

Al PRI lo derrotó el PRI, lo que parece ser el destino manifiesto de la Cuarta Transformación: a Morena lo vencerá Morena.

Tercero. El tufo de la corrupción. Por décadas, tanto a nivel federal como en el estado, el gobernante entrante tenía que echar mano de un discurso de honestidad y transparencia, y ello implicaba el sacrificio de algún notable personaje del gobierno anterior, ya fuera por acuerdo o por venganza.

A pesar de su discurso anticurrupción, los gobiernos morenistas no han podido llevar a nadie ante la justicia, acaso a algunos adversarios personales del mandatario en turno. La corrupción, como el huevo de la serpiente, terminará por devorarlos.

Finalmente, me refiero a aquélla anécdota de la caña de pescar que se recupera en este libro. Tal vez lo mejor hubiera sido utilizarla en ese mismo momento. Sin embargo, a pesar de mi carácter, nunca me ha movido la venganza o la injusticia.

Nunca tuve la intención, como promovían muchas corrientes dentro del gobierno duartista, de perseguir políticamente a nadie, sino privilegiar la justicia.

La historia ha dictado sentencia a algunos de estos personajes, la justicia aún no. Y en el recuento de los daños, la realidad de Veracruz nos confirma que los beneficiarios del caos, sólo ha sido un grupúsculo de improvisados, mientras que la tragedia popular ha alcanzado a millones de veracruzanos.

Pero este no es el fin de la historia, como alguna vez dijo Francis Fukuyama. Los veracruzanos escribiremos muchos otros capítulos que serán contados con el rigor histórico que merece la grandeza de Veracruz y no desde el simplismo ideológico del pueblo bueno y sus adversarios.

Del resto les platico hoy a la una de la tarde en el palacio legislativo. ¡Allá nos vemos!

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