Era un estudio pequeño, con solo 18 pacientes de cáncer rectal, en el que todos tomaron el mismo medicamento.
Sin embargo, los resultados fueron sorprendentes. El cáncer desapareció en todos los pacientes y fue indetectable mediante examen físico, endoscopía, tomografía por emisión de positrones (escaneos PET, como se le conoce), así como resonancias magnéticas.
Luis A. Diaz Jr., médico del Centro Oncológico Memorial Sloan Kettering, autor de un artículo publicado el domingo en la revista especializada New England Journal of Medicine que detalla los resultados, patrocinados por la farmacéutica GlaxoSmithKline, dijo que no conocía ningún otro estudio en el que un tratamiento hubiera eliminado por completo el cáncer en todos los pacientes.
“Creo que es la primera vez que esto ocurre en la historia del cáncer”, dijo Diaz.
Alan P. Venook, especialista en cáncer colorrectal de la Universidad de California en San Francisco, que no participó en el estudio, dijo que también creía que era una primicia.
Una remisión absoluta en todos los pacientes es algo “inaudito”, dijo.
Estos pacientes con cáncer rectal tenían la opción de someterse a tratamientos extenuantes: quimioterapia, radioterapia y, en la mayoría de los casos, una intervención quirúrgica que podría alterar sus vidas y provocar disfunciones intestinales, urinarias y sexuales. Algunos iban a necesitar bolsas de colostomía.
Las personas participaron en el estudio pensando que, cuando terminara, tendrían que someterse a esos procedimientos porque nadie esperaba que sus tumores desaparecieran.
Pero se llevaron una sorpresa: no fue necesario ningún otro tratamiento.
“Hubo muchas lágrimas de felicidad”, recordó Andrea Cercek, oncóloga del Centro Oncológico Memorial Sloan Kettering y coautora del trabajo, que se presentó el domingo en la reunión anual de la Sociedad Estadounidense de Oncología Clínica.
Otra sorpresa, según Venook, fue que ninguno de los pacientes tuvo complicaciones clínicas significativas.
En promedio, uno de cada cinco pacientes tiene alguna reacción adversa a los medicamentos como el que tomaron los pacientes, dostarlimab, conocidos como inhibidores de puntos de control inmunitario. El fármaco se administró cada tres semanas durante seis meses y costó unos 11.000 dólares por dosis. Este medicamento expone las células cancerosas, lo que permite que el sistema inmunitario pueda identificarlas y destruirlas.
Aunque la mayoría de las reacciones adversas se controlan con facilidad, entre el tres y el cinco por ciento de los pacientes que toman inhibidores de puntos de control presentan complicaciones más graves que, en algunos casos, provocan debilidad muscular y dificultad para tragar y masticar.
La ausencia de efectos secundarios significativos, dijo Venook, significa que “o bien no trataron a suficientes pacientes o que, de algún modo, estos tipos de cáncer son diferentes”.
En un editorial que acompaña al artículo, Hanna K. Sanoff, del Centro Oncológico Integral Lineberger de la Universidad de Carolina del Norte, que no participó en el estudio, lo calificó de “pequeño pero convincente”. Sin embargo, añadió que aún no se sabe si los pacientes están curados.
“Se sabe muy poco sobre la duración de tiempo necesario para averiguar si una respuesta clínica completa al dostarlimab equivale a una cura”, dijo Sanoff en el editorial.
Kimmie Ng, oncóloga experta en cáncer colorrectal en la Escuela de Medicina de Harvard dijo que si bien los resultados eran “notables” y “sin precedentes”, tendrían que ser replicados.
La inspiración para el estudio de cáncer rectal surgió de un ensayo clínico que Diaz realizó en 2017, financiado por la farmacéutica Merck. En ese estudio participaron 86 personas con cáncer metastásico en diversas partes del cuerpo. Pero todos los cánceres tenían en común una mutación genética que impedía que las células repararan los daños en el ADN. Estas mutaciones se dan en el cuatro por ciento de los pacientes con cáncer.
Las personas que participaron en ese ensayo tomaron pembrolizumab, un inhibidor de puntos de control fabricado por Merck, hasta por un periodo de dos años. Los tumores se encogieron o estabilizaron en casi una tercera parte o incluso la mitad de los pacientes y vivieron más. Los tumores desaparecieron en el 10 por ciento de los participantes del estudio.
Eso hizo que Cercek y Diaz se preguntaran ¿qué pasaría si el medicamento se usara en un estadio mucho más temprano de la enfermedad, antes de que el cáncer tenga la oportunidad de diseminarse?
Se decidieron por un estudio de pacientes con cáncer rectal localmente avanzado; es decir, con tumores que se habían extendido por el recto y a veces por los ganglios linfáticos, pero no por otros órganos. Cercek había observado que la quimioterapia no ayudaba a una parte de las personas que tenían las mismas mutaciones que afectaban a los pacientes del ensayo de 2017. En vez de reducirse durante el tratamiento, sus tumores rectales crecían.
Quizás, razonaron Cercek y Díaz, la inmunoterapia con un inhibidor de puntos de control permitiría que esos pacientes evitaran tratamientos como la quimioterapia, la radiación y la cirugía.
Diaz empezó a preguntar a las empresas que fabricaban inhibidores de puntos de control si podían patrocinar un ensayo reducido. Las farmacéuticas lo rechazaron, con el argumento de que el estudio era demasiado arriesgado. Él y Cercek querían administrar el fármaco a pacientes que pudieran curarse con los tratamientos estándar. Lo que los investigadores proponían podría permitir que los cánceres crecieran más allá del punto en el que fueran curables.
“Es muy difícil alterar el estándar de atención. Toda la maquinaria de atención estándar quiere hacer la cirugía”, explicó Díaz.
Al final, una pequeña empresa de biotecnología, Tesaro, aceptó patrocinar el estudio. GlaxoSmithKline compró Tesaro y Díaz tuvo que recordar a la empresa más grande que estaban haciendo el estudio; los ejecutivos casi se habían olvidado del pequeño ensayo.
Su primera paciente fue Sascha Roth, que entonces tenía 38 años. La primera vez que notó una hemorragia rectal fue en 2019, pero por lo demás se sentía bien; es corredora y ayuda a supervisar una mueblería familiar en Bethesda, Maryland.
Roth recordó que durante una sigmoidoscopia su gastroenterólogo le dijo: “¡Ay, no! ¡No me esperaba esto!”.
Al día siguiente, el médico llamó. Habían hecho una biopsia del tumor. “Definitivamente es cáncer”, le dijo.
“Me sentí abatida”, dijo.
Estaba previsto que Roth empezara la quimioterapia en la Universidad de Georgetown en poco tiempo, pero un amigo había insistido en que primero viera a Philip Paty, médico del Memorial Sloan Kettering. Paty le dijo que estaba casi seguro de que su cáncer incluía la mutación que hacía improbable que respondiera bien a la quimioterapia. Sin embargo, resultó que Roth cumplía los requisitos para participar en el ensayo clínico. Si hubiera empezado la quimioterapia, no los habría cumplido.
Como no esperaba una respuesta completa al dostarlimab, Roth había planeado trasladarse a Nueva York para someterse a radioterapia, quimioterapia y, tal vez, una intervención quirúrgica una vez finalizado el ensayo. Para preservar su fertilidad tras la esperada radioterapia, le extirparon los ovarios y se los colocaron bajo las costillas.
Tras el ensayo, Cercek le dio la noticia.
“Revisamos tus estudios”, le dijo. “No hay absolutamente ningún cáncer”. No necesitaba más tratamiento.
“Se lo conté a mi familia”, dijo Roth. “No me creyeron”.
Pero dos años después, sigue sin tener ni rastro de cáncer.
The New York Times
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