CAPÍTULO II

ROJO

Las pestañas de Luna se preparaban para el sueño manteniendo en su mano la sensación del roce de la mano de él y en su mente la imagen suya. Pero la idea misma de Oswaldo con María le seguía inquietando en su madrugada haciéndola dar vueltas en la cama difuminando un poco la idea del sujeto en silla de ruedas porque el miedo resurgía pensando en que, la mayoría de relaciones, terminaban crueles y agresivas en divorcios, en miles de disculpas tras miles de infidelidades, en gente yendo y viniendo a veces sin hallarse, perdidas como fantasmas en un mar de tinieblas y falsos deseos, en esa tierra en la que lo carnal sucumbía ante los sentimientos, aquellos que se ahogan cuando el cuerpo envejece, cuando en la piel se marcan como árboles los años transcurridos y el cabello se marchita. No lograba encontrar la llave que abría la puerta a las llamas ardientes, también, no deseaba permanecer siempre en estática en tanto descubría si la encontraría o no. Todo eso retumbaba en su memoria a la par que la imagen de su tío en el supermercado, de su tía retorciéndose del dolor hasta el día en que la miró tirada en el baño con espuma en la boca. ¿Eso era el amor?

Entre tantos pensamientos el sueño por fin le había vencido. En medio de un bosque rumano de árboles curvos y rojos, una mujer delgada comenzaba a formarse delante suyo y, al mirarle el talón adornado por un cascabel, supo, de inmediato, que aquella mujer era Teté. Teté poseía una belleza más impresionante que la descrita por los demás siendo entendible que las palabras no fuesen suficientes ni certeras para describir lo inexplicable, la belleza inexistente ya en el mundo luego de que Teté muriera.

Luna, sabiendo incluso que era un sueño, no dejaba de temblar llena de nervios aunados a la impresión del lugar fantasmagórico de ritos paganos en silencio.

—¿Teté? —Quiso cerciorarse preguntando con su voz trémula.

Teté no respondió más que con la cabeza asintiendo. Unos pajarracos volaron haciendo sonar a las hojas de los árboles que caían como gotas de sangre a la tierra escarlata. Luna mientras tanto se preguntaba dónde estaban las sirenas, no podía verlas entre tantas nubes naranjas, pese a sentir que estaban, podía saberlo porque las escuchaba peinar sus cabellos a murmullos en Rhümé.

—Teté, ¿estoy soñando?

—No, Luna. Esto no es un sueño, vine a visitarte. Oswaldo me habla mucho de ti y sé que tienes curiosidad de muchas cosas.

Su voz era un suave canto que se percibía en la carne no como un sonido en sí, sino como una vibración que podía hacer al agua hondearse.

—Perdón, he sido entrometida, ¿verdad?

—No, Luna. La curiosidad es buena, no te creas eso de que “la curiosidad mató al gato”, eso es sólo una mentira para evitar que las personas descubran el conocimiento. Sin la curiosidad de Eva, no seríamos nada más que un inagotable confort.

—No sé qué decirte, Teté… es que, Oswaldo…

—Y María. Sí, lo sé. Él me lo contó todo.

Luna tenía mirada incrédula. No concebía la serenidad en Teté.

—¿Por qué te lo contó? ¿Qué no sabía que te iba a lastimar?

Teté sonreía con impavidez, y es que entendía todo desde una supra consciencia en la que Luna no cabía.

—Yo sé, y te agradezco tanto esta empatía tuya, sé que quieres a Oswaldo y que hay cosas que no entiendes todavía, sé que en tu mente todo esto es un enredo y tal vez yo, de niña, miraba así a las cosas, no lo sé de cierto porque tengo muy pocos recuerdos, pero Luna, él es un adulto lastimado, me culpa de haberle dejado solo entre tanta miseria. No es cosa suya rehacer su vida con el pie izquierdo, tampoco le creas feliz, a veces, cuando no tenemos salida tomamos decisiones desesperadas. Mi cuerpo ya no está, Oswaldo ahora es libre de desear y de tener al cuerpo de otra, pero su lealtad nunca ha dejado de ser porque es con el alma. En mi tumba hay flores que jamás se marchitan. Vamos, Luna, vine a conocerte, aprovecha que estoy aquí y pregunta.
Mas la mente de Luna yacía en blanco.

El viento hizo crujir a las ramas y entonces lo supo, supo qué preguntar.

—¿Lo amas?

—Quizá. Me di cuenta de eso poco antes de trascender. ¡Ojalá lo hubiera sabido antes!

—¿Se lo has dicho?

—¡Jamás! No puedes trasgredir las leyes, no mucho, no tanto.

—¿Cómo es estar allá?

—Es hermoso, pero hay demasiada pasividad. Me has estado llamando, Luna, yo puedo sentir cómo tú me llamas, tienes dudas sobre mí y sobre todo ¿Sabes?, esto no es mi culpa, Oswaldo siempre ha sido testarudo, tal vez por eso es que jamás se atrevió a decirme nada ni yo a él, pero vi éste como un buen momento para conversar contigo.

Y había más preguntas, tantas en muy poco tiempo, algunas muy egoístas como el entendimiento del amor, del tornasol, de los colores del alma, pero ¿acaso valdría el usar el tiempo para eso? porque Luna estaba segura que lo sabría en algún momento, y que a lo mejor para ello aún faltaban más años.

—Me da miedo trascender, no la muerte en sí, hablo de la manera en que vaya a hacerlo. Yo… es que yo no sé qué decirte, tengo tantas dudas sobre ti que jamás pensé mirarte de frente. Le pregunté a las sirenas sobre cómo eras, ellas lloran y llueve cuando lo hago. Todos los libros que me ha dado Oswaldo me han hecho anhelar conocerte y bueno, aquí estás, me eres tan familiar…

—Es más morbo, creo, y está bien, tu morbo debe venir por Oswaldo. Mira, Luna, jamás vamos a conocer los verdaderos sentimientos en una persona, debes saber que todos hemos sido buenos actores en algún punto de nuestras vidas, a veces lo hacemos para no lastimar a un tercero, otras, por diversión, pero sea cual sea el motivo, somos actores, y a un actor no puedes creerle del todo cuando te mira a los ojos llorando y alza sus puños al cielo rogando. Siempre debes dudar de todo, la duda te mantendrá a salvo —hablaba en calma y con una voz suave—.

Yo no sé si Oswaldo siente lo que dice sentir, si quiere causar lástima, si me amó a partir de que me fui o si sólo soy el pretexto para su flagelación, y jamás lo voy a saber, si voy alguna vez y se lo pregunto, claro que me va a decir que sí, que me ama, pero a mí no me va a convencer. Yo no soy la culpable de lo que le acaba de pasar, él es responsable de sus acciones, aunque ha cometido errores de un niño que le han costado las consecuencias de un adulto ¿Crees que de algún modo me siento culpable por cómo está? Tú no puedes culparte por el albedrío ajeno, es más, ni culparte por el tuyo, al final no te sirve de nada la culpa, lo hecho, hecho está, ¿no?, ¿para qué martirizarte con eso de la culpa? Oswaldo está así porque eso decidió, no es ni tu responsabilidad ni la mía.

Luna escuchaba atenta a Teté, pero una parte suya estaba sorprendida y la otra visiblemente decepcionada, ¿dónde había quedado la historia romanticista? Era mucha inmadurez, demasiado infantilismo de su parte, y ellos eran adultos que sentía, la miraban desde arriba. No sabía si ella podía notar su descontento, aunque si así fuera, en nada cambiaría, la historia era tal como la contaba y no era para endulzarle el oído, tal vez esa fue la segunda vez que sintió que aterrizaba en el suelo, la primera, claro, fue cuando lo de su estrellita. Qué tirón de orejas regreso a la realidad, viaje corto y sin haber pagado.

Teté seguía con la intención de hablar, era claro que aún le faltaban cosas por escupir y tanto tiempo lejos de la Láctea la había hecho un cúmulo de palabras, suponía Luna, a quien no le quedaba más que esperar callada a que siguiera hablando, pero hubo una pausa algo prolongada, no supo si era adrede, por si acaso tenía alguna duda o si Esther estaba tratando de acomodar su discurso, sea lo que fuera retomó aire para seguir. Lo próximo sería la duda resuelta que Luna llevaba cargando, ese morbo por saber los hechos dolosos, la muerte encarada de Teté. Teté tenía los ojos más brillantes que pudiera haber vislumbrado en un adulto, era el brillo mismo que tienen los niños, pero el brillo comenzó a cristalizar con la nostalgia metida entre el lagrimal, y es que cómo no entristecer al recordar su propia muerte, el propio dolor, y luego se dispuso a hablar.

—Sería mi cumpleaños, pero eso de seguro te lo han dicho. Quedé de ver a Oswaldo en el parque, por donde se pone como estatua, pero me surgió un contratiempo y él esperó, esperó hasta pensar en ello, “ella tuvo un contratiempo”, y así se marchó, y bien sabes, Luna, los contratiempos son, como su nombre dice, algo en contra del tiempo, entonces Oswaldo no prestó atención a lo que pudo haberme pasado, simplemente fue a casa y le dijo a todos que trataría de localizarme, y claro, horas más tarde supo que mi contratiempo había sido mi muerte.

Puedo asegurarte que no debes tenerle miedo a la muerte sino a la manera de morir, ésa es una puta. Sales de tu casa sin saber si volverás, prolongas las cosas, pospones asuntos y un día estás sepultada, no hiciste nada; prolongas las cosas, pospones asuntos y un día estás sepultando a un ser querido y no hiciste nada, ¿así es como les gusta la vida?, duele, sí, me aplastaron toda y sigo sin saber de quién fue la culpa, pero en esos momentos en donde todavía tienes conciencia para saber lo que te está pasando, entras en pánico y no puedes reaccionar, sabes que hay algo que sale de tu costado y que, a parte, se siente el aire dentro de ti, tienes una idea de lo que te sucedió pues conservas la última imagen, yo veía una y otra vez al camión de la basura, pude oír cómo crujían mis huesos, tienes terror, temes que lleguen por ti y quieran tocarte, sin embargo, antes de morir tu alma ya no está contigo, para cuando dejas de respirar tú ya estás muerta desde antes. Cuando Oswaldo supo, nadie dejó que me viera en la SEMEFO, sino hasta después, cuando parecía más a como yo era dentro de mi caja.

Luna no quería entender todo a lo que Esther se refería, pero su mente viajaba tan rápido como para ya haber creado múltiples imágenes del deceso, sintiendo menos coraje contra Teté y vergüenza por haber sido tan entrometida.

—¿Estás mejor? —preguntó Teté tomándole del hombro, pues la veía palidecer a sabiendas que era obvio luego de haberle dicho su postura —¿Pensaste que no lo amaba?, no le digas nada de esto, si es feliz con su dolor, que siga así.

Apenas y pudiendo tomar aire para hablar, Luna prosiguió.

—Son lo único que tengo para creer que el amor no es un sinsentido, como lo dice Manuel, como lo hace ver Laura, como todos lo hacen parecer.

—Llegará, Luna. Eso que quieres va a llegar, pero también, como una amiga, haz caso del consejo de Manuel y vive, tú que puedes, vive y disfruta, cae y levántate, eso es vivir.