“¿Sabías que los cocodrilos vuelan?”, preguntó a su interlocutor un connotado personaje, muy cercano a la estima presidencial. “Eso es absurdo. Los cocodrilos son reptiles, reptan, se desplazan arrastrándose por el suelo. Esa es su naturaleza”, le respondió con sorpresa e ironía.

“¿De dónde sacaste semejante estupidez?”, cuestionó de vuelta. “Lo dijo el Presidente…”, recibió como respuesta. Tras un breve silencio, el interlocutor atajó: “Bueno, sí vuelan, ¡¡pero bajito!!”. Eso es precisamente lo que sucedió al Presidente López Obrador y a sus huestes las semana pasada.

El jueves, el Parlamento Europeo (PE) condenó las amenazas, el acoso y el asesinato de periodistas y defensores de los derechos humanos en México e instó a que estos crímenes –que ya han acabado con la vida de seis reporteros en lo que va de 2022– se investiguen de manera «rápida, exhaustiva, independiente e imparcial».

Solicitó además que el gobierno mexicano adopte “todas las medidas necesarias para garantizar la protección y la creación de un entorno seguro para los periodistas y los defensores de los derechos humanos”, lo que desató la cada vez más frecuente furia presidencial.

Incrédulos y hasta críticos, muchos seguidores del presidente -dirigentes políticos, legisladores y hasta kamikazes- acusaron que la respuesta presentada al Parlamento Europeo se trataba de un panfleto, de una fake news, de un esperpento de respuesta fabricada por sus adversarios, carente de lógica, sentido común y completamente ajena a la diplomacia mexicana. Tenían razón.

Pero sería el propio López Obrador, desde el púlpito presidencial, quien confirmó su autoría. Ni el más impuro de los morenistas se habría atrevido a tanto. Y entonces todos actuaron, paradójicamente, como borregos, tragándose sus palabras y buscando infructuosamente la manera de justificar sus críticas al comunicado, primero, y su vergonzante defensa del presidente, después.

La postura que ha presentado el presidente López Obrador al Parlamento Europeo respecto de la resolución que condena la violencia hacia periodistas y defensores de derechos humanos en México es una diáfana confesión de parte.

Por un lado, no reconoce -y tampoco le interesa indagar-, que desde diciembre de 2018 a la fecha se han registrado 52 asesinatos contra periodistas y 97 contra personas defensoras de derechos humanos, lo que quiere decir que las cosas no van a cambiar porque sólo se trata de “la violencia heredada por la política económica neoliberal que durante 36 años se impuso en nuestro país”. No es su responsabilidad, pues.

Confiesa también que la furia presidencial está por encima del Estado mexicano y sus relaciones internacionales, y, por tanto, no necesita de una Secretaría de Relaciones Exteriores ni de su canciller. Declara al mismo tiempo que no entiende absolutamente nada de diplomacia, de la política exterior de México, y menos aún, del contexto internacional que vivimos a causa de la guerra en Ucrania. En esta materia, ni siquiera es un analfabeto funcional, es sólo un presidente disfuncional.

Ha dicho, una y otra vez, que México es un país pacifista. Pero la realidad tiene otros datos. México es, desde hace mucho tiempo, el lugar más peligroso y mortífero para los periodistas fuera de una zona oficial de guerra, como lo ha dicho el Parlamento Europeo y organismos internacionales con base en cifras oficiales del propio gobierno mexicano.

Somos un país pacifista donde se puede “fusilar” a plena luz del día a 17 personas -algo que incluso en Ucrania sería impensable- sin que las autoridades reconozcan el crimen por la sencilla razón de que hay videos, pero “no están los cuerpos de las víctimas”.

Somos pacifistas, pero tiramos al inodoro la respetable tradición de la diplomacia mexicana para convertirla en un catálogo de epítetos callejeros producto de la furia y la frustración. Llamamos “borregos”, “colonialistas”, “injerencistas”, “hipócritas”, “cómplices” y pedimos que evolucionen a representantes de países con los que tenemos un vínculo económico, social, comercial y cultural.

Según el presidente, “México ha dejado de ser tierra de conquista y, como en muy pocas ocasiones en su historia, se están haciendo valer los principios libertarios de igualdad y democracia. Aquí no se reprime a nadie, se respeta la libertad de expresión y el trabajo de los periodistas.” Cualquier mañanera echa abajo sus argumentos.

Su letargo ideológico y desvarío de poder, lo han llevado a pensar que Andrés Manuel está por encima de la figura presidencial, del Estado mexicano, la Constitución, y por supuesto, las instituciones. Incluso ha reconocido que el canciller Marcelo Ebrard ni siquiera se enteró del contenido del comunicado.

Para Morena, hoy los cocodrilos vuelan en lo más alto, en un país pacifista, pero con un presidente en cólera.

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