El camino de entrada al bosque del Ejido Sierra de Agua en Perote, Veracruz, está rodeado de un paisaje casi desértico: hay extensos campos de maíz, pero sobre todo sobresalen los agujeros gigantes que ha dejado la explotación de tepezil, un material que se usa, sobre todo, en la construcción. A lo lejos, como una esperanza, se mira una línea de árboles. Son los pinos que un grupo de campesinos cuida desde hace más de 28 años.
Para llegar ahí, la ejidataria Reynalda Sánchez Narváez avanza junto a una docena de compañeros. Durante unos diez minutos, recorren las veredas polvosas ubicadas a 2400 metros de altitud, hasta que llegan a su destino y su motivo de orgullo: un área boscosa de 369 hectáreas que pertenece al ejido y en donde se realiza aprovechamiento forestal sostenible.
El Ejido Sierra de Agua, donde viven poco más de 2000 habitantes, se encuentra a unos metros de la carretera federal Puebla-México y a unos 22 kilómetros del Parque Nacional Cofre de Perote, ubicado en la región central del país. Ahí, el manejo comunitario del bosque es un logro y una alternativa que se abre paso entre sus pobladores dedicados a la siembra de maíz, sorgo, trigo y haba, o empleados en alguna de las 80 pequeñas empresas que explotan los bancos de tepezil en la región.
Los 93 ejidatarios de Sierra de Agua tienen un territorio de 965 hectáreas que les fue dotado por el gobierno mexicano entre 1925 y 1937. Desde entonces su bosque ha pasado por varias etapas: la tala indiscriminada, la veda forestal —prohibición de aprovechar los recursos maderables—, los incendios y, ahora, el aprovechamiento sostenible.
De la prohibición al manejo forestal
Durante la primera mitad del siglo XX, los bosques de esta región de Veracruz fueron devastados por la tala que realizaron las haciendas y aserraderos instalados en estas laderas del volcán Cofre de Perote. Eso llevó a que el gobierno federal declarara dos vedas forestales para toda el área. La primera en 1952 y otra en 1971. Cuando la última de las prohibiciones se levantó en 1989, el gobierno estatal determinó realizar planes forestales para los ejidos: cuatro de ellos entraron en el esquema, entre ellos Sierra de Agua.
En 1998 —uno de los peores años en incendios forestales en México—, el fuego acabó con cerca de 3000 hectáreas de bosque, tanto dentro del Parque Nacional Cofre de Perote, como en sus alrededores.
José Abelardo Hoyos Ramírez, consultor para el Desarrollo Rural y Ordenamiento Ambiental Cedro, recuerda que desde el gobierno se invitó a los ejidatarios a realizar actividades de aprovechamiento sostenible del bosque: “Se elaboraron entonces los primeros programas de manejo que indicaban cómo aprovechar árboles viejos, ocoteados (donde ya se extrajeron fracciones del árbol), plagados o deformes”. También se enseñaba cómo hacer las reforestaciones.
Esos programas, impulsados sobre todo a partir de 1992, cambiaron la percepción que los ejidatarios tenían del bosque, dice el ejidatario Reyes Bolaños Sánchez: “Cuando estaba la veda, ir por madera era clandestino, el ejidatario solo podía ir por una carga de leña, pero sin ningún beneficio. Hoy nuestro beneficio es que tenemos el 90 por ciento de nuestras tierras de uso común de reforestaciones nuevas y pararon los robos; antes eran parejo, hasta de día se llevaban la madera.”
Patricia Gerez Fernández, del Centro de Investigaciones Tropicales (Citro) de la Universidad Veracruzana, advierte que durante el tiempo de las vedas forestales, el bosque no tenía sentido para los campesinos: “Era un obstáculo, porque no tenían ingresos (del bosque) y además se les prohibía entrar, cuando ellos necesitaban tierra para cultivar. Eso cambió cuando se abrió el aprovechamiento forestal”.
Una nueva relación con el bosque
Reynalda Sánchez dice con orgullo: “Aquí nos organizamos para cuidar el bosque. No se tala porque sí”. La ejidataria explica que se lleva un seguimiento de cuáles son las áreas en donde, por la edad de los árboles, sí se puede hacer aprovechamiento forestal y en cuáles no. El objetivo es que “el bosque no se acabe; al contrario, que esté mejor cada día, porque queremos conservar un buen bosque”.
La zona forestal, donde predominan las coníferas, está dividida en áreas llamadas rodales y que se delimitan dependiendo la altura, el diámetro y la edad del árbol. “Está reforestación —dice Sánchez mientras señala las señales de colores— tiene 18 años; con estas marcas y el plano, podemos saber qué árboles se van a cortar y cuáles conservar en los ocho ciclos de corta”.
En el mapa del aprovechamiento forestal se miran ocho colores diferentes, cada uno indica los tiempos de corte. En total, al año se aprovechan 2 600 metros cúbicos de madera; eso representa alrededor de 1600 árboles.
Los árboles de este bosque son en su mayoría de la especie Pinus teocote, que crecen de forma más lenta, porque están ubicados en la parte seca del Cofre de Perote, en un área con suelos pobres.
A través de los años, los ejidatarios han aprendido a medir la edad o cuánto tiempo tardará un árbol en alcanzar una altura de 20 metros o un grosor de 40 centímetros.
“Así sacamos inventarios y muestreos cada vez que se hace el programa de manejo forestal del ejido”, explica el técnico forestal José Abelardo Hoyos, quien lleva más de una década al cuidado del bosque de Sierra de Agua. Este año, precisa, renovarán nuevamente el permiso de aprovechamiento ante la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), por ocho años más.
Abelardo Hoyos explica otras de las acciones que se realizan como parte del manejo forestal comunitario: “Tenemos reforestación y regeneración natural; esta es posible gracias a los árboles padres de 80 años que tiran las semillas y vuelven a salir. Cada año aplicamos la misma técnica de aprovechamiento para mantener el equilibrio del bosque; mantener un recurso renovable que, cuando es bien trabajado, no se acaba”.
En 2021, se reforestaron 13 hectáreas de bosque, a través de la compra de 11 400 plantas de pino procedentes de viveros de la región y del programa gubernamental Sembrando Vida, del que algunos ejidatarios forman parte.
En el vivero que se instaló como parte del programa Sembrando Vida, un grupo de 20 ejidatarios —quienes cumplieron con tener 2.5 hectáreas para siembra, un requisito que marca el programa— reproduce árboles frutales, así como pinos pseudostrobus y patula, una parte de esas plantas sirve para la reforestación de su bosque.
“La mejor forma de conservar el bosque en el ejido es esta (el manejo forestal comunitario)”, dice convencido el técnico. “Mientras tengas ingresos cuidas. Cuando no se tienen ingresos, nadie va a cuidar. Esa es la gran realidad. Nadie que haya ingresado al aprovechamiento forestal regresa a talar”.
Reynalda Sánchez, quien funge como administradora del ejido, explica que la asamblea ejidal organiza a los comités que se dedican a cuidar el bosque con trabajos de chapeo, poda, construcción de cercas, caminos y brechas cortafuego. Esas labores se pagan con el dinero obtenido por la venta de madera.
Los ejidatarios también dividen las labores en comités: nombran al jefe de monte, quien verifica los cortes y las necesidades dentro del bosque, como la rehabilitación de caminos; al documentador, quien contabiliza el metraje de madera cortada, supervisa que lo motosierristas solo corten los árboles marcados y administra las remisiones forestales, los documentos oficiales necesarios para poder transportar y comprobar la legalidad de la madera.
Una de las tareas más importantes es la vigilancia del bosque. Los rondines solo se realizan de día, ya que se trata de una actividad que pone en riesgo la integridad física de los ejidatarios. Ellos han decidido realizar zanjas en las entradas del bosque, para evitar el paso de camiones. “Aun así, tenemos robos. El año pasado contabilizamos un camión de madera robado, en promedio diez árboles”, reconoce Eduardo Hernández López, del consejo de vigilancia.
Patricia Gerez Fernández, experta en temas forestales, resalta que en la década de los ochenta, el Cofre de Perote era considerada como una zona forestal crítica. Y aunque aún existe tala clandestina, esta actividad ha disminuido gracias al aprovechamiento forestal que realizan los ejidos que rodean el Parque Nacional.
Un bosque que trae mejoras a la comunidad
En la asamblea ejidal también se decide a quién vender la madera. Una parte de los recursos que se obtienen se destinan a la compra de insumos para el cuidado y la reforestación del bosque. El resto se reparte a los ejidatarios, quienes complementan sus ingresos con sus actividades en el campo y con el trabajo en las pequeñas empresas que fabrican ladrillos de tepezil.
Aunque no toda la comunidad vive del bosque, si hay trabajo para las familias por lo menos cinco meses al año.
A casi 30 años de que este ejido decidió apostar por el manejo forestal, el bosque ha permitido tener mejoras para la comunidad. Por ejemplo, con el dinero producto de la venta de madera se logró comprar un tractor y cooperar para la construcción del salón social, la casa de salud y la casa del campesino. También se ha apoyado a la primaria y la secundaria y a la introducción de drenaje en algunas colonias.
Además, los ejidatarios decidieron comprar 15 parcelas para sumarlas al manejo forestal.
Por el manejo comunitario del bosque, en 2015, la Secretaría de Medio Ambiente de Veracruz entregó al Ejido Sierra de Agua el Premio al Mérito Forestal.
Bonos de carbono, otra alternativa
Los ejidatarios han decidido tener 44 hectáreas de su bosque solo para conservación. “Son árboles viejos y grandes, donde solo hay cortes de saneamiento en caso de que estén plagados”, explica Abelardo Hoyos. En algún momento, esa área formó parte del programa de pago por servicios ambientales de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) .
“La satisfacción más grande es el bosque nuevo. Que las próximas generaciones no vengan a encontrar suelos agrícolas, que vean que nuestro bosque es sustentable, que es de un rendimiento permanente. Y siempre habrá bosque si se sigue cultivando y eso económicamente beneficia, porque recibimos una cantidad cada año”, dice Álvaro Pérez García, presidente del comisariado ejidal.
Algunos ejidatarios con mayor edad consideran que el bosque se está acabando, pero los que han adoptado por impulsar el manejo forestal lo miran diferente: “Piensan que se está acabando, porque nuestro bosque es joven, nuestros árboles tendrán entre 40 y 50 centímetros de diámetro y 25 metros de alto”, dice Abelardo Hoyos.
Desde el 2019, la asamblea ejidal tomó el acuerdo de poner las 369 hectáreas forestales del ejido en el mercado de los bonos de carbono, a través de la organización no gubernamental Acción Climática. Así que ahora, también son beneficiarios de este esquema.
El mercado de bonos de carbono ofrece créditos a los ejidatarios por la captura de Dióxido de Carbono (CO2) que realizan los árboles que conservan. La comunidad tiene que garantizar que su bosque permanecerá durante, por lo menos, 30 años.
María Luisa León Mateos, encargada del programa Bosques y Agua de la asociación civil Sendas, explica que los créditos que obtienen los ejidatarios son comprados por empresas que así compensan sus emisiones de gases de efecto invernadero.
Los estudios que se realizaron entre 2019 y 2020 determinaron que en este bosque hay un promedio de 1070 árboles por hectárea; para mayo de 2019, la línea base de captura de carbono era de 76 mil toneladas, con un incremento anual (mayo 2020) de 4500 toneladas de carbono.
Reynalda Sánchez resalta que Sierra del Agua está haciendo “un beneficio al tener un buen bosque”. En 2021, el ejido obtuvo casi 100 mil pesos por la comercialización de los bonos de carbono.
Planes y desafíos de una comunidad forestal
Los ejidatarios ahora tienen entre sus planes entrar a un proceso de transformación de la madera, porque han identificado que hay una demanda de tablas pequeñas para quienes fabrican ladrillos de tepezil. “Hay madera que no se vende, porque no da las dimensiones para el industrial. Estamos pensando, en mediano plazo, adquirir un aserradero chiquito para poder surtir a esos tepezileros”, dice Reynalda Sánchez.
Y aunque los ejidatarios miran como nuevos clientes a quienes extraen y trabajan el tepezil, lo cierto es que los grandes agujeros que se abren para explotar este material dejan una fuerte huella visual alrededor del bosque. Además, son una amenaza para el área forestal, por su crecimiento acelerado y la división que crean al interior de la comunidad por la parcelación (privatización) de la tierra comunitaria.
La investigadora Patricia Gerez advierte: “A los bancos de tepetzil hay que ponerles el nombre correcto: es minería. Lo que están haciendo es sacar el recursos de la tierra para venderlo y vemos los agujeros que dejan. Eso es un reto, su crecimiento, y cómo esto puede dejar huellas ambientales cerca de las zonas boscosas. Además, fraccionan la tierra. No es una buena noticia para el bosque que el territorio se divida y se pierda el ejido”.
Abelardo Hoyos dice que el reto es lograr zonas de conservación en estos grandes taludes que dejan los cortes en los bancos de tepezil. “Hacer una restauración con viveros y producción de plantas es el reto para estos espacios”, considera.
Para los ejidatarios el reto es otro: lograr mantener el bosque muchos años más, con un buen plan de manejo forestal. El futuro se vislumbra complicado, sobre todo si no se involucra a los más jóvenes, los hijos de los ejidatarios que heredarán la tierra.
Los ejidatarios Benjamín Pérez García y Reynalda Sánchez explican: “Poco a poco estamos tratando que los jóvenes se involucren con el bosque. En algunas jornadas de reforestación, nos dimos cuenta que algunos no sabían ni cómo sembrar un árbol”.
Desde que son niños, Benjamín y Reynalda miran al bosque como uno de los bienes más importantes. Sus hijos, no lo ven igual. “Para ellos esto no era importante, preferían la computadora, pero los fuimos enseñando en el cuidado del bosque. Son ellos quienes tendrán la responsabilidad de conservar. Somos campesinos y es lo que le vamos a heredar”.
* Imagen principal: Algunos de los ejidatarios de Sierra del Agua, en el municipio de Perote, Veracruz.
Flavia Morales
Mongabay Latam
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