Pasan y pasan los meses, cada vez más el presidente de la República manifiesta constantemente rasgos de lo que él mismo quiso combatir. Insensibilidad, intolerancia, ignorancia sobre la vida real de las y los mexicanos, el mantenimiento de un discurso paranoico sobre adversarios y conservadores; voluble, un mandatario “de contentillo” que bien puede darnos una exposición sobre la gastronomía de carretera o explicarnos, como si fuera experto, fenómenos sociales del mundo y dar respuesta a ellos. Es el mago con la chistera más grande y profunda del planeta.

Poco disfrutamos el éxito de su fugaz coherencia, rápido él mismo opacó su desempeño en la Cumbre de Líderes de América del Norte, en la que con discursos objetivos y realistas captó la atención de Canadá y Estados Unidos, generando respuestas muy positivas de sus colegas mandatarios; su intención de esconder, bajo la etiqueta de Seguridad Nacional, toda información relacionada a obras de infraestructura es un nuevo aviso de que la opacidad, disfrazada de patriotismo, es la vía para esconder delitos en el manejo de recursos y asignación de contratos.

Se veía venir, al encargar los proyectos a las Fuerzas Armadas; y no queremos con ello afirmar que todo miembro de MARINA y SEDENA, desde abajo hacia arriba, quepa en el mismo costal. Apenas el 4 de noviembre pasado, López Obrador hacía un análisis y reflexión sobre el manejo de la verdad en el pasado, específicamente sobre el caso de los desaparecidos en Iguala; sus dichos fueron así: “un hecho gravísimo en el sexenio pasado, lo digo con todo respeto, fue tratar de cambiar la versión de lo sucedido en Iguala. Esas son lecciones para todos los que nos dedicamos a lo asuntos públicos. Uno no debe de encubrir. Para decirlo coloquialmente, no tiene uno porque sudar calenturas ajenas. Trátese de quien se trate”.

Y continuó: “¿Que hace una autoridad encubriendo? No ayuda en nada, y menos a la vida pública de un país. Que puede tener uno para que un presidente se convierta en encubridor, qué gana, ¡nada¡, ¡nada!”. Estóico, aunque en su tono somnoliento, como en sus mejores discursos de su eterna campaña, ese presidente protector de la verdad, de la honestidad y la transparencia hoy ocupa una trampa legaloide, en la figura del Decreto Presidencial, para hacer y deshacer en el desarrollo de sus obras insignia, aunque ello implique que la sociedad no conozca de su impaco ambiental, de asignación de contratos, de manejo de recursos. Su pretexto, y en ello encueró su chicanada, es que no hayan más amparos, como los promovidos anteriormente por la sociedad civil, para que la construcción de esos proyectos ya no se retrase.

Hacer cosas buenas que parecen malas, y malas que parecen buenas, es el estilo de nuestroseñorpresidenteellicenciado Andrés Manuel López Obrador, un provocador profesional que, mientras cumple su prejuicioso sueño, tiene en las manos una nación. Nadamás imaginemos que Peña, Fox o Calderón, por seguridad nacional se hubieran aventado un desplante igual; si, estaríamos con el grito en el cielo.