Un suceso cósmico grabado en árboles milenarios de todo el planeta ha permitido fechar con exactitud cuándo estaban los vikingos en América. Los investigadores no saben cuándo llegaron, ni cuánto tiempo estuvieron, pero los anillos de la madera de varios objetos muestran que los nórdicos se habían asentado en lo que hoy es el norte de Canadá en 1021, hace justo un milenio.
Más allá de las sagas islandesas, parte de la historia oral de los pueblos nórdicos, no hay muchas referencias a la presencia vikinga en América. La prueba más consistente es el yacimiento arqueológico de L’Anse aux Meadows (en español, la ensenada de las medusas), ubicado en la isla de Terranova, en el extremo noreste de Canadá. Excavado en los años sesenta del siglo pasado, se encontraron pruebas de que aquellas casas habían sido levantadas por los vikingos. Una de ellas es el corte angular y preciso en las maderas, algo que solo se podría haber hecho con hachas u otras herramientas metálicas. Y los habitantes originales de la región desconocían la metalurgia. De hacer caso a la tradición oral y por el estilo arquitectónico de las edificaciones, los historiadores creen que L’Anse aux Meadows se erigió en torno al final del primer milenio. Pero la fecha exacta se desconocía, hasta ahora.
Aprovechando una tormenta solar que llegó a la Tierra el año 992, un grupo de científicos ha podido fechar no cuándo llegaron los vikingos a América, pero sí cuándo ya estaban. La novedosa y original forma de saberlo la explica el investigador de la Universidad de Groninga (Países Bajos) y director de la investigación Michael Dee: “Los árboles absorben carbono de la atmósfera y lo incorporan a sus anillos en su crecimiento”, dice este profesor de cronología por isótopos. Esta disciplina se apoya en el hecho de que diversos elementos de la tabla periódica varían su composición atómica (isótopos) mediante radiación a un ritmo conocido. “Parte de ese carbono es radiocarbono”, precisa Dee. Y aquel año, los niveles se dispararon.
Los detalles de la investigación aparecen en el último número de la revista Nature. “Existen registros de anillos en todo el mundo formados por la madera de árboles milenarios o la conservada en pantanos o turberas en los que se conoce con exactitud el año de crecimiento de cada anillo”, explica Dee. Esta es la base de una ciencia conocida como dendrocronología, que usa los anillos como marcadores del tiempo. Con esto no solo se sabe la edad de un árbol. Al atrapar las condiciones ambientales, los troncos pueden contar historias sobre pasadas glaciaciones, erupciones volcánicas, cuándo se invirtieron los polos magnéticos o que está pasando con el cambio climático. Recientemente, dice Dee, “se descubrió en estos registros un pico en la concentración de radiocarbonos en el anillo que se corresponde al año 993″, es decir, al año siguiente de la tormenta solar, cuyos rayos cósmicos habrían elevado la concentración de carbono 14 en la atmósfera.
Lo que hicieron en su Centro de Investigación con Isótopos fue analizar tres trozos de madera cortada encontrados en L’Anse aux Meadows. Los tres proceden de distintos árboles (un abeto de Navidad, un enebro y una tuya) y los tres tienen grabada la anomalía del 993. “Al medir la concentración de radiocarbono en los anillos de la madera vikinga, pudimos encontrar ese mismo pico y saber de ahí que ese anillo es del 993. Ya solo teníamos que contar hacia el borde de la corteza para determinar cuándo se formó el último anillo, es decir, cuándo talaron el árbol. Aplicamos el mismo método a los tres trozos de madera diferentes de tres árboles distintos y todos devolvieron la fecha de corte del 1021″, explica el científico holandés.
El dendrocronólogo de la Universidad Pablo de Olavide Raúl Sánchez-Salguero recuerda que en la atmósfera conviven varios isótopos de carbono (carbono 12, carbono 13, carbono 14). “Las tormentas solares trastocan el magnetismo terrestre, modificando la composición atmosférica, trastocando la ratio entre 12 y 14, por ejemplo. Durante el proceso de la fotosíntesis, los árboles atrapan estas variaciones”, explica. “La del año 992, como la del 774, fue un evento cósmico brutal que registraron los árboles de todo el planeta, de ahí la precisión de la datación de la madera de los vikingos”, añade.
Aunque los vikingos llegaron a América casi 500 años antes que Colón, su presencia allí no fue mucho más allá de la ensenada de las medusas, ni siquiera en el tiempo. Lo resume el investigador holandés: “Científicamente no podemos decir mucho más sobre el tiempo que estuvieron allí. Pudieron pasar un año o varias veces en estancias cortas. O quizá permanecieron algo más, puede que una década. Todas las pruebas arqueológicas sugieren que su estancia fue relativamente breve”.
El País