La sexta reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) organizada hace un mes en México resultó un fracaso no sólo por la ausencia de los gobernantes de los países con mayor peso continental y económico como Argentina, Brasil, Chile y Panamá, sino que dicho encuentro incumplió también con el objetivo de armonizar las relaciones entre los países de Iberoamérica, pues predominaron los enfrentamientos y acusaciones como las que protagonizaron los presidentes de Uruguay, Paraguay, Cuba y Venezuela.
Y es que la CELAC, creada a finales del 2011, tiene como objetivo lograr una mayor integración de los países latinoamericanos, pero esta reunión fue aprovechada por el presidente Andrés Manuel López Obrador y otros gobernantes de izquierda para culpar a Estados Unidos del subdesarrollo de sus países, buscando el respaldo y solidaridad de los demás mandatarios de la región.
Una de las propuestas más criticadas fue la de querer sustituir a la Organización de Estados Americanos precisamente por la CELAC. Inclusive el presidente López Obrador y su canciller Marcelo Ebrard hablaron de crear un organismo como la Unión Europea para sustituir a la OEA.
Otro error imputado al mandatario mexicano fue invitar y darles un lugar privilegiado a los gobernantes de Cuba y Venezuela, cuyas dictaduras, al igual que la de Daniel Ortega en Nicaragua, no contribuyen a la integración democrática de América Latina.
Un error más fue acusar a Estados Unidos de intervencionista al fincar un embargo al gobierno socialista cubano, cuando el líder revolucionario Fidel Castro expulsó a los inversionistas norteamericanos y les expropió sus empresas sin pagarles. Obviamente, esos empresarios ganaron juicios en EU que les da derecho de embargar barcos y mercancías provenientes de la isla. Pero el gobierno de La Habana puede exportar e importar libremente a países como México y de otras partes del mundo. Inclusive, inversionistas españoles –los que repudia López Obrador– están apostando a la industria hotelera en Cuba.
Sin embargo, otro de los yerros garrafales del mandatario anfitrión fue el de atacar al principal socio comercial de nuestro país, al cual se destina cerca de 80 por ciento de las exportaciones nacionales y que es el que aporta casi la mitad de la inversión extranjera directa, la que genera empleo y crecimiento económico en México.
Este sábado, casi un mes después de este desafortunado foro, el gobierno de Venezuela anunció sorpresivamente la suspensión del diálogo que se desarrollaba con los opositores del presidente Nicolás Maduro desde el pasado13 de agosto en México y cuya cuarta sesión debía continuar este domingo 17 en la capital mexicana. El diputado Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Legislativa y jefe de la delegación oficialista, culpó a Estados Unidos, Colombia y a la oposición de esta situación.
¿El motivo? Que el empresario colombiano Alex Saab Moran, presunto testaferro del presidente Maduro –acusado en julio de 2019 en Miami por lavado de dinero y arrestado en junio de 2020 durante una escala de avión en Cabo Verde, en África Occidental– fue extraditado a Estados Unidos la noche del sábado y comparecerá este lunes a las 13:00 horas ante un tribunal de Florida.
El ex presidente de Colombia, Andrés Pastrana, publicó este domingo en Twitter que dicha extradición “es una derrota para el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla Mi paisano @NicolasMaduro debe estar atemorizado por las revelaciones que hará Saab sobre el narco régimen y sus crímenes de lesa humanidad. La Haya cada vez más cerca de Caracas”.
¿Alguien suponía que el gobierno de Joe Biden se iba a guardar los agravios de los mandatarios populistas de la CELAC?
Soberbio, el canciller obradorista Marcelo Ebrard todavía declaró: “México dejó de confiar en sí mismo; llegó al convencimiento –guiado por sus dirigentes– de que su único papel en el mundo era ser subordinado. Nos convertimos en los niños aplicados del Consenso de Washington”.
Muy ufano, el canciller Ebrard había declarado en septiembre: “México dejó de confiar en sí mismo; llegó al convencimiento –guiado por sus dirigentes– de que su único papel en el mundo era ser subordinado. Nos convertimos en los niños aplicados del Consenso de Washington”.