Un estudio de la Universidad de Cambridge, publicado en “Science”, explica por primera vez “cómo recargan sus armas las células
Frenar la evolución del cáncer es uno de los grandes retos a los que se enfrenta la comunidad científica. Y ahora se ha dado un paso al frente que resulta decisivo, ya que investigadores de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, han descubierto cómo las células T, importante componente de nuestro sistema inmunitario, son capaces de seguir matando mientras persiguen y atacan a las células cancerígenas, recargando repetidamente sus armas tóxicas, según publican en la revista “Science”.
La clave de este prometedor hallazgo está en los linfocitos T citotóxicos, que son glóbulos blancos especializados que nuestro sistema inmunitario entrena para reconocer y eliminar amenazas, incluidas las células tumorales, pero también aquellas infectadas por virus invasores, tal y como ocurre con el SARS-CoV-2, causante de la Covid-19. Por ello, estas céculas también están en el centro de las investigaciones de las nuevas inmunoterapias que prometen transformar el tratamiento del cáncer.
El profesor Gillian Griffiths, del Instituto de Investigación Médica de Cambridge, encargado de dirigir esta investigación, asegura que “las células T son asesinos entrenados que el sistema inmunitario envía a sus misiones mortales. Hay miles de millones de ellas en nuestra sangre, cada una de las cuales libra una batalla feroz e implacable para mantenernos sanos”. Así, “una vez que una célula T ha encontrado su objetivo, se une a él y libera su carga tóxica. Pero lo más sorprendente es que luego son capaces de matar y volver a matar. Sólo ahora, gracias a las tecnologías más avanzadas, hemos podido averiguar cómo recargan sus armas”.
En concreto, el equipo ha demostrado que el reabastecimiento de las armas tóxicas de las células T está regulado por las mitocondrias. Las mitocondrias suelen denominarse las baterías de una célula, ya que proporcionan la energía que alimenta su función. Sin embargo, en este caso las mitocondrias utilizan un mecanismo totalmente diferente para garantizar que las células T asesinas tengan suficiente “munición” para destruir sus objetivos. El profesor Griffiths destaca que “estos asesinos necesitan reponer su carga tóxica para poder seguir matando sin dañar las propias células T. Este cuidadoso acto de equilibrio resulta estar regulado por las mitocondrias de las células T, que establecen el ritmo de la ‘matanza’ en función de la rapidez con la que ellas mismas pueden fabricar proteínas, lo que permite a las células T asesinas mantenerse sanas y seguir matando en condiciones difíciles cuando se requiere una respuesta prolongada”.
Se cree que sólo una cucharadita de sangre contiene unos 5 millones de células T, cada una de las cuales mide unos 10 micrómetros de longitud, aproximadamente una décima parte de la anchura de un cabello humano. Cuando una célula T encuentra una célula infectada o una célula cancerosa, las protuberancias de la membrana exploran rápidamente la superficie de la célula, buscando signos reveladores de que se trata de un huésped no invitado. Así, la célula T se une a la célula cancerosa e inyecta proteínas “citotóxicas” venenosas por unas vías especiales llamadas microtúbulos hasta la interfaz entre la célula T y la célula cancerosa, antes de perforar la superficie de la célula cancerosa y entregar su carga mortal.
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