El Presidente Andrés Manuel López Obrador pronunció ayer en Córdoba un excelente discurso histórico* en el que pone bien claro y en su lugar el significado del fin de la revolución de la Independencia en 1821, y lo cito textualmente: “…el alto clero, los grandes terratenientes, la burocracia y los militares criollos buscan la alianza con los restos de los insurgentes y consuman la Independencia…y por ello la oligarquía se vio obligada a establecer una alianza con la corriente más representativa del movimiento popular”.

Y más adelante el Presidente señaló:

“Los Tratados de Córdoba, al igual que el Plan de Iguala, suscrito ocho meses antes, sólo implicaban un reacomodo en la cúpula del poder económico, político y militar para garantizar la continuidad del mismo régimen de opresión colonial, sólo que en beneficio de la oligarquía criolla, la cual se arrogó los privilegios de los peninsulares y ya sin la participación de la monarquía española”.

 “Así se consumó una independencia sin justicia ni libertad para el pueblo raso. Nada quedaba en pie del pensamiento del cura Hidalgo y del cura Morelos; habían caído en el olvido las demandas de la abolición de la esclavitud, la tierra para los campesinos y mayores salarios para los trabajadores”.

 “Se había borrado la demanda de la moderación de la opulencia y una mejor distribución de la riqueza; ya no se hablaba de la creación de tribunales, como lo deseaba Morelos, el Siervo de la Nación, que defendieran al débil de los abusos que comete el fuerte”.

Es decir, el Presidente reconoce que quizá la Independencia hubiera tardado más tiempo si no hubiera sido, por un lado, por el cambio de poder en España, y por el otro, porque las fuerzas conservadoras apoyaron finalmente a los insurgentes. Y más adelante en su discurso, López Obrador, sin decirlo directamente, advierte que seguiría casi medio siglo (o por lo menos hasta la Constitución de 1857) de conflicto político para que se definiera realmente el perfil liberal de nuestra nación y sus instituciones políticas.

Ya con la Revolución de Ayutla, con Juan Álvarez, con la Guerra de Reforma y con la Constitución de 1857, México se confirma con una identidad definitivamente liberal y los conservadores quedan relegados y derrotados políticamente. Aunque ciertamente, como dice el Presidente, no será hasta la Revolución mexicana de 1910 que se regrese a reivindicaciones sociales de mayor profundidad en beneficio de las grandes mayorías de ciudadanos y de la sociedad en general.

En ese contexto, me gustaría solamente recordar, precisar e identificar lo que el ser liberal significa realmente. El liberalismo y el ideal político liberal tiene que ver principalmente con dos cosas: 1) el rechazo a un poder absoluto o ilimitado, un poder que viole o pase sobre los derechos fundamentales de los ciudadanos como la libertad, la propiedad, y libre circulación o la libertad de expresión, y 2) la reivindicación y defensa de la libertad individual en todos los ámbitos.

Estos principios liberales no se contraponen con la otra gran demanda de igualdad social y económica, y en esta columna lo hemos dicho reiteradamente. En México, a lo largo de nuestra historia política, hemos construido, bien o mal, un Estado liberal y social, y me parece que no debemos menospreciar estos logros. Lo creo profundamente, un estado liberal de derecho no se contrapone a un estado de bienestar. O en otras palabras, un estado liberal de derecho no se contrapone a una política económica y políticas públicas socialistas.

Hoy en día hay una gran confusión en la sociedad, en las personas, porque parecería que se nos han acabado los referentes ideológicos basados en el pensamiento y reflexión de los grandes teóricos políticos y sociales de la historia de la humanidad, así como en las grandes trasformaciones políticas y sociales del mundo y de cada país.

Ahora, frente a los grandes problemas mundiales del planeta y de la humanidad entera, paradójicamente nos olvidamos de cuestiones fundamentales como una educación ciudadana basada en una cultura política que reivindique, una por un lado, la libertad y la defensa de todos los derechos que tienen que ver con el ejercicio de la libertad, y por el otro, la solidaridad social que tiene que ver con la parte que nos une como sociedad y como comunidad, y que persigue una mayor igualdad y una mejor distribución de las oportunidades y la riqueza.

Muchos identifican el liberalismo como la defensa del individualismo (o pero aún del materialismo o un libre mercado sin limitaciones), pero esto es un error. El liberalismo, el ser liberal, tiene que ver totalmente con una postura política de construcción de una sociedad política, de instituciones, de pesos y contra pesos, para limitar el poder arbitrario y para preservar los espacios de libertad ciudadana. Se trata de la construcción de una verdadera “polis” griega o “civitas” romana.

La conclusión de la revolución de Independencia en 1821, los Tratados de Córdoba y el nacimiento de una nueva nación soberana, sólo se plasmaría legal e institucionalmente en un nuevo diseño político posteriormente con la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1824, y ya no como ese “Imperio mexicano” que inventaron en los Tratados de Córdoba ni en el alegato de una monarquía constitucional, sino en el parto de una república federal, liberal y democrática que finalmente se lograría en 1857 y luego en 1917.

Termino con las palabras del Presidente al final de su discurso de este martes 24 de agosto: “Por ello, nosotros tenemos que cuidar esa herencia, ese legado, mantener nuestros ideales y aplicar nuestros principios, hemos de recordar siempre que para ser justos es necesario ser libres”.

https://www.gob.mx/presidencia/articulos/version-estenografica-200-anos-firma-de-los-tratados-de-cordoba?idiom=es