Ha llegado el momento de reconocer que tenemos una adicción. Somos adictos a los teléfonos celulares inteligente y al internet, al wi-fi, a las redes sociales. En todo momento, a todas horas, en cualquier lugar y estemos con quien sea, recurrimos al celular, buscamos nuevas “notificaciones”, atentos a lo último que llegó. El tema de fondo es que todo ello está interviniendo y afectando nuestras relaciones, sobre todo las más cercanas e íntimas, las de pareja, las de familia. Hemos perdido la capacidad de escucharnos, de mirarnos, de hablarnos.
Los seres humanos somos personas que conversamos, somos personas que vivimos en sistemas de relaciones y de conversaciones. Los seres humanos tenemos la capacidad de la escucha y del habla, somos a través del lenguaje y de nuestras conversaciones. Pero si esas relaciones y esas conversaciones sólo se vuelven virtuales, a través de pantallas y de letras, estamos perdiendo algo, presiento que mucho.
¿Qué tanto estamos perdiendo con nuestros hijos e hijas al dejar de escuchar y de conversar? La adicción que tenemos a voltear a ver nuestros celulares incluso en medio de una reunión, de una comida, de una conversación, está haciendo una merma importante en nuestra concentración de la otra persona que está frente a nosotros, en nuestra escucha de lo que nos dice, en nuestra mirada, o en nuestra propia habla, porque estamos distraídos en otra cosa, en otro lugar, en otra conversación.
No sé realmente qué va a pasar en nuestros sistemas de relaciones familiares, de pareja, laborales, etc., por esta irrupción tan drástica de formas de conversar distintas a las de antes. Ciertamente se amplían nuestras capacidades de comunicación y coordinación de acciones a través de estas nuevas tecnologías, y de ninguna manera se trata de demonizarlas, prohibirlas o no usarlas. El problema no son estas nuevas tecnologías. El problema está en nosotros y en cómo las usamos, en el lugar que les damos en nuestras vidas o, mejor dicho, en lo que dejamos de hacer o ver, sobre todo en relación con las personas que más nos importan en nuestras vidas personales.
Sobre todo, en el uso diario del internet, de las redes sociales y de los celulares podemos tener límites, como si fueran “reglas básicas de educación”, en el ámbito familiar, de la pareja, de las conversaciones que tenemos en casa, con nuestros hijos, hijas, hermanos, padres, etc. Límites con respecto a los momentos, lugares, horarios para usar estos medios en el contexto de la convivencia familiar.
Quizá proponer un Día Mundial sin Internet ni celulares puede ser un inicio o algo simbólico para hacer un llamado a que convivamos sin ellos por un día, un solo día en todo un año. Un día dedicado a escucharnos, vernos, hablarnos. Ello puede promover una conciencia de la importancia de no depender tanto de estos “ídolos modernos”, sobre todo en el hogar o en los momentos familiares, de pareja, de reunión. Incluso para un tiempo dedicado a nosotros mismos, y no sólo a los demás, sin esta dependencia y adicción a coger el celular.
Un día sin internet y sin celulares nos serviría quizá para volver a leer, volver a los libros, volver a ver una película juntos. Sentarnos a la mesa sin los celulares. Caminar en la calle viendo el cielo, las casas, el campo. Hablar con nuestros hijos e hijas realmente escuchándonos y ellos también a nosotros. Salir a pasear y dejar los celulares en casa, conversar en el coche, mirar el mar o el bosque sin sacarnos esas fotos y selfies que “debemos” poner en nuestros muros.
Quizá también ponernos a cocinar mientras que escuchamos música de nuestros CD’s viejos y arrinconados. Ver alguna película familiar. Jugar algún juego adentro o afuera de la casa. Comprar el periódico o revista en el puesto de la esquina y no leerlos en línea. Ir a la tienda y no comprar en línea. Reunirnos en un café o restaurante sin tener todos nuestros celulares en la mano. Llamar desde un teléfono fijo (¿todavía existen?) a algún familiar o amigo lejano. Hacer el amor y quedarse tendidos, viendo a la otra persona, tocando su piel, en lugar de buscar inmediatamente después el celular y seguir en los chats o notificaciones pendientes.
Se me ocurre que puede ser el 30 de julio que es también el Día Internacional de la Amistad, o el 15 de mayo que es el Día Internacional de las Familias, y que a esos días les sumemos el “Día Mundial sin Internet y sin celulares”. Ese día no los usemos, dejémoslos apagados, desintoxiquémonos, hagamos un reconocimiento de nuestra adicción y de nuestro problema, y empecemos por un día sin usarlos. Un día para nosotros, un día para vernos.
Por lo pronto, yo en lo personal he venido tratando que los domingos sean sin celular. Es algo refrescante, liberador, sanador, dejar el celular guardado y apagado en un cajón durante 24 horas. Inténtelo.