Este jueves, Morena decidió celebrar el triunfo del pueblo sin el pueblo. Dos actos marcaron la celebración del tercer aniversario de la histórica jornada electoral que le dio el triunfo a López Obrador: un informe lleno de lugares comunes, con las descalificaciones y consignas de cada mañanera, y la encerrona del morenismo en el Auditorio Nacional, donde se confirmó que Marcelo Ebrard se derrumba y que Claudia Sheinbaum resucita.

Por la mañana, en Palacio Nacional, López Obrador volvió a arengar en contra del bloque opositor que le arrebató la mayoría calificada en el Congreso y poco más de la mitad de las alcaldías de la ciudad de México. La herida sigue abierta. Dijo que a pesar de la “guerra sucia”, mantendrán el control del presupuesto, y con ello, la operación de los programas sociales.

Una vez más, el Presidente utilizó la mentira como su único recurso. Dijo que la oposición buscaba ganar la mayoría en el Congreso para cancelar los programas sociales como el de 65 y más, sembrando vida, jóvenes construyendo el futuro y tantos otros que hoy han sido elevados al rango constitucional.

La oposición no podría por sí sola desaparecer esos programas, como sí lo hizo López Obrador con las estancias infantiles, el seguro popular, los apoyos al campo, los refugios para mujeres víctimas de violencia, entre tantos otros.

No destinó una línea a la autocrítica, sin embargo, los datos duros contrastan con el discurso triunfalista del Presidente. El número de pobres creció en 10 millones en sólo tres años; por primera vez desde la crisis del 94, el Producto interno Bruto cayó al 4.4%; en la mitad del gobierno de López Obrador se han cometido el doble de homicidios que en el gobierno anterior, y la deuda pública no para de crecer.

López Obrador piensa que puede seguir engañando a todos todo el tiempo; hoy no logra hacerlo siquiera con muchos de los integrantes de su gobierno. No lo hace siquiera con sus viejos aliados. Frente al espejismo del resultado electoral, la realidad del país lo agobia; tal vez por ello es que decidió aprovechar la fecha para dar inicio formal a su propia sucesión.

Es una fecha histórica para la 4T, la nueva clase política –que ni es clase ni es política- se congregó en el Auditorio Nacional para celebrar juntos, entre porras y abucheos, los tres años del “triunfo del pueblo”. Pero nadie del pueblo fue convocado al convite, que sirvió en todo caso para ahondar aún más las diferencias entre las tribus morenistas que siguen buscando culpables de la debacle en la ciudad de México.

«¡Presidenta, presidenta!», fueron los gritos de morenistas quienes vitorearon a Claudia Sheinbaum, en contraste con los abucheos que recibió el dirigente nacional de Morena, Mario Delgado. «¡Renuncia, renuncia!», se escuchó en repetidas ocasiones mientras daba su discurso; fue tal el tono del reclamo, que gobernadores y miembros del gabinete tuvieron que arropar a Delgado, haciendo una valla a sus espaldas mientras intentaba concluir su mensaje.

La derrota en la ciudad de México –consecuencia en parte del colapso de la línea 12 del metro- parece ser el iceberg que ha roto la coraza de la Cuarta Transformación. Las tribus están en guerra.

El tribunal de la verdad

En este país kafkiano, el Presidente inauguró hace un par de días un segmento en su conferencia mañanera llamada “Quien es quien en la mentiras” cuyo propósito no es otro que descalificar la información -y a los medios y reporteros que la difunden- que no sea favorable a su gobierno.

La única verdad es la del Presidente. Como único depositario, no hay otra verdad que la que sale de su obsesiva construcción de una realidad alterna. Una realidad donde la gente no muere por la violencia ni por el desabasto de medicinas, donde no hay corrupción y la gente acepta que sea el gobierno quien vele por su subsistencia, renunciando a sus aspiraciones.

Los medios que informan cosas que el presidente cree que no deben ser informadas entran en el oscuro sendero de la descalificación y dilapidación pública.

Nada de lo anterior sería grave si lo que dice el Presidente fuera verdad. Pero resulta que cada mañana, en el nuevo Tribunal de la verdad, López Obrador lanza a los mexicanos al menos 88 mentiras en promedio, muchas de ellas calculadas y conscientes, que buscan maquillar la crisis interna de su gobierno y la descomposición que vive el país.

Desde el inicio de su administración, en 2018, el presidente, Andrés Manuel López Obrador ha dicho 56 mil 181 afirmaciones falsas o engañosas durante sus conferencias de prensa matutinas, lo que equivale a un promedio de 88 por cada mañanera, señaló la consultora política SPIN.

“Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, dijo Joseph Goebbels. Una mentira repetida 56 mil veces, no podido cambiar la realidad.

La del estribo…

1. Valdría la pena que el gobernador del estado, Cuitláhuac García Jiménez, mostrara el permiso sin goce de sueldo para asistir en día y horario laboral a un evento de su partido. Lo mismo tendrán que hacer los otros mandatarios. Por cierto, Morena, el movimiento de las plazas llenas ahora se encierra en el glamoroso Auditorio Nacional. Tanto cambiar para terminar siendo lo mismo.

2. Este jueves, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) dio entrada a la acción de inconstitucionalidad que presentaron diputados de oposición, contra la reforma al código penal de Veracruz que sanciona con cárcel el delito de ultrajes a la autoridad. En 2016, la Corte declaró inconstitucional el delito de ultraje contra una autoridad del Código Penal para la Ciudad de México. Otro ridículo más al tigre.